Capitulo VII

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Sus manos temblaron por un momento al verlo, estaba tenso, muy tenso. ¿Que había pasado? Había tirado todo al suelo, estaba furioso... no furioso era poco. Si tuviera la fuerza para detenerlo lo haría, pero no era el caso. ¿Que había pasado, que había hecho? Estaba furioso con el. Zoro estaba asustado, mirándole fijamente, intentando pensar, intentando imaginarse el porqué, y cuando intentó huir, se dio cuenta que era tarde, le había agarrado el brazo con fuerza y lo había tirado al suelo, ahí empezaron una lluvia de golpes, sin justificación, solo por furia y desquitarse.

Sentía que se ahogaba con su propia saliva que caía, ¿que había hecho para merecer esto? Nada. El había amado al hombre que no debía, eso era todo.

Estaba riendo tan salvaje, y Zoro no le entendía, no llegaba a entender cual era el problema que tenía con el, ¿que le ponía así? No se quien de los dos estaba más muerto, si el ahora mismo o aquel tipo si alguien con autoridad se enterase de lo que hace.

Y si alguien de la autoridad se entera, no solo carga el, todos sus amigos incluidos. Y que suerte, que aquella autoridad se llamara Law y se apellidase Trafalgar.

Aunque esos eran sólo sus pensamientos más profundos, ¿De verdad lo sentía? Que va, o tal vez si, había demasiadas respuestas para una sola repuesta y viceversa.

Zoro no tendría nada, y no quería entender. El lo sabía y Law lo sabía. Pero Law si se lo decía y Zoro no tenia el coraje para gritarlo.

Tampoco entendía el interés de Law. Había tantas cosas que no entendía que se estaba volviendo loco, ensimismado en pastillas y cigarros, el ya no bebía, no, le había cogido asco al alcohol después de conocerle a él, porque el sabor de sus besos se había vuelto tan amargo como un tarro de cerveza, ya no recordaba el dulce toque a sake que antes solía beber suavemente, el ya no bebía, sin embargo moría por hacerlo y volver a tener esa antigua rutina.

— Oye será mejor que pares, o te lo vas a cargar, y yo no pienso ser tu cómplice se escuchó una voz femenina a lo lejos, sin embargo Zoro ya no oída nada.

— Este aguanta... — se escuchó una risa de ambos.

Pero Zoro ya había perdido sus sentidos hace mucho tiempo, justamente cuando lo vio acercarse a a él de esa manera.

— Mhm... lo que tú digas, bien que te lo montas conmigo y luego le haces una escena de celos a tu pobrecito novio — hablo la chica, adormeciendo al peliverde.

— Lo tengo conmigo porque es bueno en el sexo, sumiso y no se queja, además me aguanta bien.

¿Solo era eso? Sumiso, y bueno para el sexo. Estaba harto, pero ya no podía hacer nada, se había hundido demasiado con ese tipo, y ya lamentablemente había tocado fondo, ¿porque había estado soñando cosas tan esperanzadoras no se asemejaban a su situación?

Law.

Ese era su único pensamiento en la cabeza, y de repente pensó, ¿que diría el si me viera así? Pero se contestó solo, y un suave sollozo se escapó de boca y las lágrimas rodaron por sus mejillas hasta el suelo, donde yacía la sangre de su nariz y de los cortes del labio y la cara, más su vomito de saliva por todos los golpes. Zoro estaba jodido hasta el fondo, pero no se podía explicar porque su único pensamiento era aquel médico frío, que en pocas semanas le había demostrado amabilidad. Algo que a pesar de ir a trabajar todos los días con su mejor amigo, ya no recordaba de la misma manera hasta aquel día en día en su consulta.

Donde por primera vez en mucho de sintió a gusto y cómodo, demostrando muchas cosas sin explicación, que en este momento no tenían sentido para Zoro. Y ahí se quedó.

En el suelo, tirado cubriéndose su vientre adolorido. ¿Podía morirse de una vez?

Cerró los ojos, intentando no pensar. Escuchando las repulsivas conversaciones de esos dos, y en un momento creyó ver los ojos llenos de pena de la mujer mirándole, ella no debía pasar por lo mismo, eso dolía mucho. Zoro intentó levantarse, pero el miedo le pudo, si fuese un poco mas joven y estuviesen empezando en su relación le habría pegado una paliza devuelta, pero ya no era lo mismo. Joder y si dolía. Soltó suaves sollozos, que no pasaron inadvertidos y de su garganta se escapó una pregunta.

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