29 de abril de 2008
Se secó el cabello lentamente mientras una sonrisa tonta se formaba en sus labios. Habían ganado la Champions contra el Barcelona 1-0; había sido un partido emocionante, lleno de tensión y momentos inolvidables. Cada segundo de ese encuentro había quedado grabado en su memoria. Habían trabajado duro para llegar hasta allí, y la victoria sabía a gloria.
Se encaminó a su casillero tarareando una melodía que se le había quedado pegada después de escuchársela a uno de sus compañeros de equipo. Aún sentía la euforia del partido, el rugido de la multitud, los abrazos de sus compañeros, y la sensación de alzar el trofeo. Era un momento que había soñado desde que era un niño.
Podía tomarse las libertades que quisiera, pues sus compañeros alfas se habían retirado hace al menos media hora. Prefería esperar a que ellos usaran los baños para ducharse solo. No es que desconfiara de ellos, pero era mejor prevenir que lamentar. Era un omega sin marca y sin alfa, algo peligroso en aquellos tiempos donde un alfa podía reclamar y marcar a un omega aunque este no estuviese de acuerdo. Había oído historias terribles sobre omegas que habían sido marcados contra su voluntad, y no estaba dispuesto a correr ese riesgo.
Por lo mismo, mantenía en secreto su casta; prefería mentir y hacerse pasar por un simple beta en lugar de un omega. Había perfeccionado su actuación con el tiempo, siempre cuidando cada detalle para que nadie sospechara. Incluso había desarrollado una rutina específica de entrenamiento y de cuidado personal para no levantar sospechas.
Era chistoso: un "beta" que arrasaba con los alfas en las canchas. No era algo que le agradara a la FIFA y lo sería menos si se enteraran de que él realmente era un omega. Sabía que su éxito en el fútbol no solo dependía de su habilidad, sino también de mantener su secreto bien guardado. Cualquier indicio de su verdadera naturaleza podría destruir su carrera y poner en peligro su seguridad.
Mientras se ponía los pantalones, sintió un fuerte olor a almendra y tabaco picarle la nariz. Ya había sentido ese aroma antes en la cancha, durante el partido, pero no le había prestado mucha atención. Ahora, en la soledad del vestuario, el olor era inconfundible y perturbador.
Un fuerte ruido se escuchó, como si la puerta de la entrada de los vestidores hubiera sido lanzada por los aires. El sonido resonó en el espacio vacío, haciendo que su corazón se acelerara.
Con un ligero temblor en las manos, se asomó desde los casilleros intentando ver lo que causaba aquellos ruidos. Grande fue su sorpresa al ver a uno de los miembros del equipo rival en la entrada, sin camiseta, totalmente sudado y apestando el lugar con sus feromonas, mientras olfateaba en busca de algo. Era evidente que el alfa estaba siguiendo una pista, y esa pista llevaba directamente hacia él.
Tarde se dio cuenta de su error: en su momento de felicidad había soltado una pequeña cantidad de sus feromonas, reprimidas por los supresores, y al parecer el alfa frente a él las había sentido. Había bajado la guardia, y ahora estaba pagando el precio por ello.
-¿Ey, estás bien? -llamó, y nuevamente se dio cuenta de que aquello había sido un error. Su voz sonó demasiado nerviosa, demasiado vulnerable.
Aquel alfa estaba en celo. Lo podía ver en sus ojos, en su postura, en la manera en que respiraba. Era una situación peligrosa, y él lo sabía.
Buscó una salida para intentar huir, pero era muy tarde: el alfa ya estaba sobre él. El miedo se apoderó de su cuerpo mientras intentaba pensar en una manera de escapar. Su omega interno chilló asustado mientras él pataleaba y golpeaba al alfa para que lo dejara, pero lo único que consiguió fue que este lo mordiera fuertemente en el hombro mientras gruñía de forma bestial:
-Mío.
La palabra resonó en sus oídos como una sentencia. Sentía el dolor de la mordida, el peso del alfa sobre él, y la desesperación de no poder hacer nada para detenerlo.
-Por favor -rogó en un sollozo, aún sabiendo que aquel alfa jamás se detendría. Las lágrimas rodaron por su rostro mientras comprendía la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
Nunca pensó que perdería su virtud de aquella manera tan horrenda. Había soñado con un primer encuentro lleno de amor y respeto, no con esta pesadilla de violencia y sometimiento. La realidad era cruel y despiadada, y él solo podía esperar a que todo terminara lo más pronto posible.
Cuando todo hubo terminado, quedó tirado en el suelo del vestuario, sintiendo el dolor en cada parte de su cuerpo. El alfa se había ido, dejándolo solo con sus pensamientos y su dolor. Sabía que su vida había cambiado para siempre en ese momento. Ya no podría seguir ocultando su casta; el alfa había dejado su marca, una marca que no podía borrar.
Se levantó con dificultad, cada movimiento le recordaba la brutalidad de lo que había sucedido. Sabía que tendría que enfrentar a sus compañeros, a la FIFA, al mundo entero. Pero en ese momento, solo podía pensar en una cosa: sobrevivir. Tenía que encontrar la manera de seguir adelante, de luchar por su lugar en el mundo, incluso si ese mundo estaba lleno de peligros y desafíos.