Jeno no estaba ciego a lo perdido que Renjun parecía estar en su propio cuerpo y lo perdido que parecía fuera del agua. Renjun nunca fue una sirena que había anhelado piernas. Era una sirena que se deleitaba en ser una sirena, pero quien también quería a su compañero humano.
La adquisición de sus piernas había sido accidental y aunque Jeno estaba seguro de que tenía que ser reversible, ellos hasta ahora no habían tenido éxito en la reversión de la misma. Él no estaba ciego a la forma en que Renjun tenía problemas con sus piernas y la forma en que podría pasar horas mirando con añoranza a los peces en el acuario. Una vez que Renjun comenzara a caminar por su cuenta, Jeno pensaba que las cosas podrían cambiar. Una vez que obtuviera cierta libertad, una cierta independencia, algo de movilidad, vería que tener piernas no era tan malo.
Al menos, eso era lo que Jeno esperaba que sucediera, fervientemente y desesperadamente, porque no había nada que Jeno quisiese más que la felicidad de su amado y en breve devolverle su cola, pero él se quedaba sin opciones.
Hoy era el día, Jeno estaba seguro de ello. Habían trabajado duro, las piernas de Renjun se habían hecho fuertes, con los músculos en forma. Esos magníficos miembros largos estaban preparados para soportar el peso de Renjun. Jeno sabía que el chico podía hacerlo, el problema era el propio muchacho. Sus bellos ojos se llenaban de temor y dudaba de sí mismo mientras se aferraba a las correas de soporte, no estaba dispuesto a confiar en sus extremidades inferiores para hacer la tarea que fueron creadas para hacer.
Sus respiraciones eran temerosas y jadeantes y Jeno casi podía verlo revivir el horrible momento hace todos esos meses cuando se habían desplomado dolorosamente debajo de él. Pero habían recorrido un largo camino desde entonces. Jeno creía en Renjun. Renjun sólo necesitaba creer en sí mismo.
Jeno se trasladó para pararse delante de él. Él abrió los brazos como cebo.
—Ven a mí, mi amor.
Renjun observó con recelo los escasos metros entre ellos como si Jeno acabara de haberle pedido volar sobre el borde de un gran precipicio. Él negó con la cabeza obstinadamente y delgados dedos agarraron las correas de soporte de su arnés con más fuerza hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
Jeno le convenció.
—Simplemente deja ir las correas cariño. Estoy aquí y sabes que nunca te dejaría caer. ¿No sabes eso?
Ojos azules volaron hacia él y el aliento de Jeno fue tomado por la rapidez con que el miedo desapareció. Una sonrisa radiante lo reemplazó y Renjun se soltó.
Se puso de pie por un momento en sus dos hermosos pequeños pies y luego dio un paso y luego otro, sin temor como un niño que nunca había caído antes. Se movía con la gracia y el propósito de una bailarina de ballet y el estremecimiento de un nuevo fauno. Eso honró a Jeno que todo lo que había tomado era un simple recordatorio de que no le dejaría caer.
Sus pasos lo llevaron directamente a los brazos de Jeno y cayó en los brazos de su amante con una sonrisa de placer. Jeno presionó beso tras beso a su radiante carita vuelta hacia arriba.
—Yo sabía que podías hacerlo. Yo sabía que podías. —Murmuró Jeno y Renjun presionó su propia contenta satisfacción en la mente de Jeno y luego empujó sus manos contra su pecho para que Jeno lo dejara ir.
Parecía que una vez que había probado sus piernas ahora estaba ansioso por ver lo que ellas podían hacer. Él caminó en un pequeño círculo alrededor de Jeno y luego otro más amplio. Él rebotó y luego saltó y luego miró a Jeno para hacer las señas.
—Esto no duele.
Jeno sonrió ante su sorpresa.
—Estoy tan contento querido, pero sabía que no lo haría. Esto es por lo que hemos estado trabajando para lograr todos estos meses. Sin embargo, te seguirás causando dolor si tú estás parado demasiado tiempo en tus pies. Recomiendo un montón de saltos de amor, hasta que construyamos tu resistencia.
