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El grupo de Seúl encontró al teniente sin problemas

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El grupo de Seúl encontró al teniente sin problemas. Como en la mayoría de las ciudades, contaba con una plaza mayor enfrente de los tribunales, tras los cuales, en este caso, se situaba el despacho con su propia entrada.

Antes de acceder al edificio, habían hablado sobre cuál sería la mejor forma de dirigirse a él. Después de haber comprobado lo difícil que le había resultado a Yi Ren comunicarse con él desde el auto, el equipo había decidido basarse en una estrategia que consistía en dejar que fuera el teniente Dong-wook quien hablara. A Wang le entró la risa.

- No sé si las interferencias las ha producido el que sea mujer o el que sea genial.

Woo Ji Seok era un hombre de joven y apuesto. A Minho le bastaron unos minutos para darse cuenta de ello. El

Teniente los recibió con la amabilidad propia de las ciudades pequeñas: les ofreció café y les indicó dónde se encontraban los baños. Mientras, aquellos ojos de mirada intensa se ocuparon en observar con atención. En un momento de silencio, se acercó a Lee y le preguntó:

- ¿Cree usted en una posible guerra a futuro entre las dos Coreas?

Shin pidió permiso para hacer uso de la mesa del policía y colocar el portátil que Jang Hyuk les había prestado. Woo observó atentamente mientras el detective introducía los datos de la limusina de Jung y contrastaba la cobertura del GPS con un mapa topográfico del lugar. Hyoseob señaló la ubicación del vehículo.

El teniente del lugar se inclinó, sentado en su silla de madera, para poder ver el mapa en la pequeña pantalla.

- Veamos, esto es un lago y aquí está el río. Si lo seguimos hasta este pequeño afluente de aquí… parece que el auto que buscan se encuentra en la propiedad de uno de nuestros nuevos vecinos: el señor Kim Yoon Oh.

Minho y Hyoseob intercambiaron una mirada.

- ¿Y qué puede contarnos sobre el señor Kim, Teniente? – preguntó Dong-Wook, Woo se frotó la mandíbula y se rascó la perilla.

- Bueno, llegó aquí hace dos años y medio más o menos. Compró una casa que se había construido uno de esos magnates de la informática – pronunció «mannates» - de la zona – el teniente movió la mano para rascarse la nariz – Había escuchado la historia hacía tiempo. Este tipo, lo perdió todo en algún tipo de absorción empresarial y acabó vendiendo la casa tirada de precio. Una soleada mañana – continuó – el señor Kim Yoon Oh apareció con tres o cuatro hombres que me llamaron la atención. Les hice una visita de cortesía, por supuesto, y ya de paso anoté los números de matrícula de todos los autos que vi. Aunque no sirvió de nada: eran todos alquilados - la mirada del teniente se endureció – Muy amablemente y de forma muy natural, les dejé claro que en el lugar no nos van los matones de las grandes urbes. Si tenemos problemas, pero nada serio.

Woo entrecerró los ojos por un instante y Minho creyó ver en ellos verdadera compasión. En cuanto el teniente notó su mirada, abrió de nuevo los ojos.

- Le advertí que tenía que mantenerse en la línea ante la ley y fuera de problemas, el señor Kim me comprendió enseguida y ni él ni su gente nos molestan en absoluto. Vienen y se van – se puso de pie y se encajó el sombrero – La verdad es que hasta ahora hemos disfrutado de una buena relación. Aun así, mentiría si les dijera que sentiría que abandonara el lugar.

Se produjo un momento de silencio, como un pequeño homenaje que ofrecieran unos experimentados agentes de la ley al reconocer a uno de los suyos. Entonces Dong-wook carraspeó para aclararse la garganta y comentó en un tono respetuoso:

- Teniente, le agradeceríamos mucho que nos aconsejara sobre la mejor manera de acercarnos a la casa.

Jang Hyuk parpadeó encantado.

- Pues me alegro mucho de oír eso. Cuando la capitana Wang me llamó, no nos entendimos muy bien y pensé que ustedes querían que me mantuviera al margen.

Esta vez el silencio se hizo incómodo y fue el teniente quien lo rompió:

- Bueno, yo creo que ya es hora de que les llevemos a visitar al señor Kim. ¿Qué les parece?

Minho estaba esperando en la puerta con Shin. En cuanto escucharon las palabras del mayor se dieron la vuelta y salieron de la habitación. «Jisung, ya voy. Espérame, cariño», pensó.

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Jisung apretó los dientes cuando la vara de caña volvió a golpearle las nalgas.

- Mañana vas a estar lleno de moretones, Han. Tengo que reconocer que me gusta lo de azotar a personas como tú.

El joven lo oía jadear, pero no era capaz de saber si el resuello era fruto del cansancio o de la excitación.

- Con lo fea que tienes la espalda – continuó Jung- no tengo que preocuparme por si te daño. Se Kyung es tan delgada y tan frágil… Nada comparado a ti.

Han estaba de pie y descalza, inclinado sobre la parte de la camilla opuesta a la cabecera. El estómago y el lado izquierdo de la cara estaban aplastados contra el colchón de plástico, mientras que los brazos le quedaban extendidos por encima de la cabeza, atados por las muñecas a unas cadenas de sujeción.

En comparación con la vez en que había estado maniatado a la barra de la ducha, esta experiencia no tenía nada de excitante ni de estimulante. Sudaba por todo el cuerpo, así que la piel se le pegaba aún más a la superficie de plástico. Y aquel sudor olía a miedo.

Después de que Seok y Park lo ataran a la camilla, Jung Yoon Oh los había echado de la sala con la orden de que no lo molestaran. Él los llamaría cuando los necesitara, dijo. Aunque Jung Yoon Oh no quedaba dentro de su campo de visión, Jisung lo escuchaba moverse a su espalda por la habitación. Ahora silbaba de nuevo una melodía diferente y a él le resultaba imposible relacionar aquella estúpida canción con la terrible situación en que se encontraba. Las palabras de la letra le atravesaban la mente mientras él continuaba cantando: «Now sit right back and you’ll hear a tale…»

Jung golpeó el trasero desnudo de Han, que se tensó sorprendido.

- Eres un poco saltarino, Han, ¿quieres más? - y se colocó para que lo viera - Vas a ser un verdadero entretenimiento para mí. Nunca había tenido un sumiso como tú. Ese cuerpo que tienes puede resultar ser una delicia. Esto va a ser divertido. ¿Te gustaría ser mi esclavo doméstico? Podría dejarte encadenado aquí y venir a verte los fines de semana.

Jisung se dio cuenta, horrorizado, de que Jung tenía una erección y cerró los ojos para tratar de no mirarla.

Él volvió a situarse tras Han. El sonido silbante de la vara atravesando el aire volvió a escucharse antes de que Jisung sintiera el golpe en las nalgas. El dolor agudo que le infligió le hizo llorar, arquear la espalda y tensar los hombros.

- Abre los ojos – le ordenó él con un golpe – No los cierres sin que yo te dé permiso. ¿Me has oído?

Han resopló, preso del estupor y de la rabila, e incapaz de creer que Jung Yoon Oh estuviera azotándolo de verdad. El siguiente silbido lo llevó a abrir los ojos y a quejarse.

- No, por favor – gritó.

Demasiado tarde. La vara le golpeó de nuevo la piel. Jisung dio un grito ahogado y se aferró a las cadenas que lo apresaban.

- Cuando hago una pregunta, quiero una respuesta inmediata. ¿Entiendes, Han?

- Sí – susurró.

- ¿Cómo? ¿Has dicho algo?

- Sí, lo he entendido – repitió Han más alto.

Jung Yoon Oh volvió a situarse de modo que él pudiera verlo.

- De ahora en adelante, vas a llamarme amo. ¿Entendido?

A Jisung se le encogió el estómago y se rebeló mentalmente. No pensaba llamarlo amo.

Tendría que matarlo porque no iba a hacerlo.

Jung Yoon Oh sonrió, feliz.

- ¡Ah! Ya veo que quieres hacerte el fuerte. Me encantará hacerte cambiar de actitud.

Volvió a retirarse. Sin embargo, antes de que el sonido silbante de la vara pusiera a Han sobre aviso, alguien llamó a la puerta.

- Les he dicho que no me molestarán – gritó Jung.

– Lo llama por teléfono el señor Henney. Quiere repasar la lista que le ha enviado usted.

La mente de Jisung empezó a funcionar a mil revoluciones, puede que ésta fuera su oportunidad.

- ¡Mierda! – protestó Jung Yoon Oh- dile que ahora voy.

Entonces acarició la nalga derecha de Jisung con ternura.

- Ahora vuelvo.

- Creo que me ha golpeado en el riñón – dijo Han – Necesito usar el baño.

Jung dudó y por un momento Han creyó que iba a decirle otra vez que se aguantara. Sin embargo, gritó:

- Park, ven aquí y lleva a Jisung al baño.

- ¿Puedo darme una ducha caliente para relajar los músculos? – se detuvo un instante – Por favor, amo.

- Mira, por preguntarlo con tanta amabilidad, sí, sí puedes.

Park entró en la habitación.

- Lleva a mi chico al baño de invitados y enciérralo allí para que pueda orinar y darse una ducha – ordenó Jung Yoon Oh.

– El mes pasado nos pidió usted que quitáramos la puerta de ese baño.

- Bueno, pues entonces enciérralo en el dormitorio de invitados. ¿Es que tengo que pensarlo yo todo? – preguntó.

Luego abandonó la sala y se dirigió a la entrada de la casa. Park se acercó a la camilla.

- ¿Qué tal vas, Jisung?

- ¿Por? ¿Es que te importa? - Preguntó Jisung mientras él le liberaba la muñeca izquierda.

- Sólo por el golpe que me diste ayer. Me pasé la noche orinando sangre. Y me gustaría darte yo mismo unos azotes se inclinó hacia él para soltarle el otro brazo – Venga, vamos.

Jisung estaba completamente rígido. Lo único que le hacía moverse era la esperanza de escaparse de la guarida de aquel monstruo. Así que colocó las palmas de las manos sobre el plástico húmedo y se irguió.

Inmediatamente el dolor le recorrió la espalda y los hombros, emitió un largo y agónico rugido.

- Bien, estupendo, sí te ha hecho daño. Venga. – Park lo tomó del brazo y empezó a arrastrarlo hacia la puerta.

- Espera, mi ropa – protestó Jisung.

- El jefe no ha dicho nada de dejar que cogieras tu ropa – Park desvió la mirada de Jisung hacia la puerta y luego volvió a mirar a su víctima – aunque, por supuesto, a lo mejor me haces cambiar de idea con una mamada.

- Antes prefiero morirme – respondió Han.

- Encanto, creo que no has pillado muy bien de qué va esto – Park acercó la cara a la de Han - ¿Qué crees que ha pensado Jung para ti para cuando haya acabado de jugar contigo? No será la primera vez que deja un cuerpo tirado en este bosque – se enderezó – A lo mejor quieres volver a pensarte lo de ser amable conmigo. Puede que sea el último amigo que tengas. Y ahora, vamos.

Sus palabras hicieron que todo le diera vueltas a Jisung. Aunque ya sabía lo que ocurriría, escucharlo así de claramente resultaba insoportable.

Tenía las plantas de los pies resbaladizas por el sudor y perdió el equilibrio. Park lo sujetó al instante. La segunda vez que resbaló, le soltó el brazo y Han cayó sobre el duro suelo de pizarra.

- Un amigo te habría sostenido – le recordó.

Jisung lo privó del placer de la respuesta, incluso cuando resbaló una tercera vez y él, de nuevo, dejó que se cayera. Sin hacerle caso, Han se levantó y permitió que volviera a tomarlo del brazo.
Park lo guió hasta una habitación situada en el extremo opuesto al salón. Estaba escasamente amueblada: una cama, una mesilla, un armario y una silla de respaldo recto. Habían retirado la puerta del baño.

- Hay toallas ahí dentro para que te duches - le informó Park antes de lanzarlo al interior del baño – Tienes quince minutos.

- Gracias – respondió Jisung en un tono neutro.

El matón cerró la puerta con llave, y él corrió entonces hacia la ventana y echó un vistazo. Nada había cambiado desde la primera vez que se había planteado huir por una ventana. Nada, salvo el hecho de que ahora él estaba desnudo, lleno de moretones y adolorido. Escapar por esa ventana equivalía a protagonizar un suicidio virtual. La casa estaba ubicada a por lo menos ocho kilómetros de la carretera del desvío y él estaba descalza. Incluso aunque lograra esconderse de los hombres de Jung, no podría atravesar kilómetros y kilómetros de bosque corriendo desnudo.

«Si pudiera encontrar algún sitio en la casa en el que ocultarme. Podría dejar abierta la ventana para que creyeran que me he escapado.» Miró a su alrededor en la habitación, pero no vio ningún escondite, excepto el armario y debajo de la cama, los dos lugares donde lo buscarían primero.

Volvió al baño y abrió el grifo de la ducha. Mientras dejaba correr el agua, rebuscó rápidamente en los armarios. Aparte de unas aspirinas que encontró y que se tragó con ganas, las estanterías estaban vacías. En otro armario sólo había seis toallas y rollos de papel higiénico. Ya iba a cerrar la puerta cuando vio algo. Se arrodilló y se fijó en el suelo del interior.

«¡Gracias Dios! ¡Es una trampilla!»

Como muchas de las casas, la de Jung había sido construida sobre un falso suelo elevado que dejaba un espacio vacío por debajo hasta el real. Jisung estaba frente a la trampilla de acceso a ese hueco, que solía medir entre cincuenta y setenta centímetros de alto. Levantó la portezuela de madera y echó un vistazo al agujero, que lo recibió con una oleada húmeda y hedionda: oscuro, sucio, lleno de arañas, ratas y sus excrementos. «Así que, Han Jisung, ¿qué prefieres, pasar el rato con las ratas de dos patas o con las de cuatro?» No había duda. Park volvería en cualquier momento, de modo que, si iba a hacerlo, debía hacerlo ya.

Volvió a incorporarse con dificultad, fue hasta la habitación y abrió la ventana. Con sólo tres tirones, logró lanzar las cortinas por fuera del marco de la ventana al exterior. Luego colocó la silla de respaldo recto encajada bajo el pomo de la puerta para bloquearla. Aunque no aguantaría mucho, le daría algunos segundos más. Tiró de la sábana que cubría la cama, se envolvió con ella y se dirigió al cuarto de baño. La trampilla no era muy grande y Jisung dudaba en caber en ese lugar. «Querer es poder – se dijo – Han Jisung, mete el culo por ese agujero.»

El hueco ofrecía un panorama espeluznante y el miedo de que algo lo mordiera le hizo dudar. Si tuviera un palo o una escoba, podría comprobar con el que no había ningún bicho asqueroso cerca.

Alguien giró el pomo de la puerta. Ya no había tiempo. Han introdujo primero los pies hasta encajar el trasero y luego serpenteó hasta que se metió, por fin, de cintura para arriba.

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