Jueves, 2 de abril de 2020

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11:49 am

Anoche, a eso de las 11:00 pm, mientras veía la serie que se ha convertido en mi escape personal, me decidí a desarmar mi cama. No me pregunten por qué, simplemente lo hice.

Decidí que ya no la quiero, que con el colchón me basta. El olor de la madera vieja, el sonido que hace cada vez que me acuesto ¡me harta! y es que es MUY GRANDE. Cada día que pasa estas paredes se hacen más pequeñas, por eso me estorbaba esa cama. Pareciera que con cada persona que muere se mueven un centímetro hacia adentro las paredes, ya no soporto ver noticias y hasta el sonido de las aves en la mañana me desespera, seguramente porque ella sí son libres.

Hace algunos meses pensaba, qué bonito escuchar a los pajaritos en la mañana, algo que tenía años sin poder disfrutar, ¡claro salía corriendo para evitar el tráfico de la mañana! para poder llegar a prepararle el café y servirle un vaso de agua al mal agradecido de mi jefe, que ahora debo aceptar me da un poco de pena y dolor su situación. Su esposa está lejos, los hijos sin su madre, pero estar en la familia en estos momentos tampoco es una fiesta.

Todas las mañana, junto con el olor a café recién hecho, escucho cómo atraviesan las paredes llegando hasta mi cama, los gritos de mi padre hacía mi mamá o hermana. He preferido entrar en un coma matutino, para no ser el punto de impacto de esas ondas expansivas de malas palabras: sin fundamentos, sin sentido.

Otra cosa, ayer mudé a mi lora al cuarto. 

Ella y su pandemiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora