EL FIN DE LA INFANCIA
Arthur C. Clarke
Titulo Original: Childhood end’s
Traducción: Luis Domenech
© 1956 By Arthur C. Clarke
© 1971 Ediciones Minotauro
Humberto Iº 545 - Buenos Aires
Edición electrónica de Carlos Palazón, 2000
R6 07/00
Prólogo
1
El volcán que había alzado a Taratua desde los fondos del Pacífico dormía desde hacía medio millón de años. Sin embargo, muy pronto, pensó Reinhold, unos fuegos más violentos arrasarán otra vez la isla. Miró la plataforma y alzó los ojos hacia la pirámide de andamios que rodeaba aún al Columbus. La proa de la nave, a sesenta metros de altura, reflejaba los últimos rayos del sol. Era una de las últimas noches del cohete. Luego flotaría en la eterna luz solar del espacio.
Todo estaba tranquilo aquí, bajo las palmeras, en lo más alto del rocoso espinazo de la isla. Sólo se oía el silbido intermitente de los compresores neumáticos o la voz apagada de los obreros. Reinhold se había encariñado con estas apretadas palmeras. Venía aquí casi todas las noches a vigilar su pequeño imperio. Le entristecía pensar que cuando el Columbus se elevara hacia los astros, envuelto en furiosas llamas, estos árboles quedarían reducidos a átomos.
A un kilómetro de la costa, el James Forrestal había encendido los reflectores y barría las aguas oscuras. El sol había desaparecido, y la rápida noche tropical se elevaba desde el este. Reinhold se preguntó, con un poco de sorna, si esperarían encontrar submarinos rusos tan cerca de la orilla.
Rusia le hizo pensar, como siempre, en Konrad y aquella mañana de la catastrófica primavera de 1945. Habían pasado más de treinta años, pero no podía olvidar los días en que el Reich se tambaleaba bajo las olas que venían del Este y del Oeste. Todavía podía ver los cansados ojos azules de Konrad y su barbita de oro mientras se daban la mano y se separaban en la arruinada aldea de Prusia atravesada incesantemente por columnas de refugiados. Había sido una separación que simbolizaba todo lo que había ocurrido desde entonces en el mundo... la grieta abierta entre el Este y el Oeste. Konrad había elegido el camino de Moscú. Reinhold había pensado que Konrad estaba loco, pero ahora ya no se sentía tan seguro.
