CAPÍTULO 43AYDA
Los días pasaron y otra carta llegó a mi buzón después de una semana más, informándome de cuándo sería el juicio. Al parecer Frank lo había negado todo. Entendía su punto, sabía que él no me iba a pagar la suma que yo había pedido, porque su orgullo valía más que cualquier cosa; así que, aceptar que yo tenía razón no entraba en sus planes.
Seguí inmersa en mi trabajo, bañando al precioso gatito que nos había llegado hacía poco. Al parecer, se lo habían encontrado abandonado en una de las calles menos atestadas de Richmond. Tenía una pata rota y una herida que había llegado infectada a lo largo de su estómago, como si alguien lo hubiese querido abrir en canal. Además, uno de sus pequeños ojos verdes no iba a durar mucho tiempo en su lugar por la contaminación. Nosotros intentábamos hacer todo lo posible por salvar a este pequeño animalillo que ya tenía una casa que lo acogería, pero era difícil teniendo en cuenta las circunstancias en las que había llegado.
En este año que había estado trabajando de veterinaria, no era el primer animal que venía en condiciones lamentables, eran infinitos los que sufrían algún tipo de maltrato por bestias —porque no se les podía llamar de otra forma — que los dejaban abandonados a su suerte. Por desgracia hubo bastantes a los que no pudimos salvar debido a las circunstancias tan deplorables que los abarcaban.
Como amante de los animales me dolía mucho perder a una criatura tan inocente como ellos. Criaturas que habían padecido de todo por el intento de mantener su vida y que, cuando podrían haber mejorado y vivir, no se lo habían permitido.
Siempre que perdíamos una vida era un momento triste en el veterinario, sobre todo para mí, porque tal vez pudimos hacer más, ser más constantes con el tratamiento. Tal vez...
Era de esperar que nos pusiéramos a reclamarnos cosas a nosotros mismos. Éramos médicos de seres inocentes, después de todo. Debíamos exigirnos todo lo que teníamos para dar.
Sequé a la bola pequeña de color naranja, después de limpiarlo de pulgas, y lo dejé acostadito en una de las camas, a la espera que de se le pasase la anestesia. A mí personalmente no me gustaba mucho anestesiarlos, porque podían haber complicaciones, pero este bichillo había llegado con mucho miedo, creyendo que le haríamos daño, así que antes de que él nos lo hiciera a nosotros, los futuros dueños dieron el consentimiento de anestesiarlo.
—¿Has terminado con él? —preguntó Aarón, entrando en la habitación de repente.
Me giré, dejando de acariciar al peludo, y le dediqué una cálida sonrisa a mi jefe.
—Sí, ya está completamente limpio. —se acercó hasta mí para contemplar a la bola naranja. —Creo que deberíamos extirparle el ojo antes de que la infección vaya a peor.
La conjuntivitis era una enfermedad demasiado típica en los ojos de los gatos y aunque normalmente es controlable, cuando llega el punto en el que el ojo queda inutilizable al completo, lo mejor es extirpar.
—¿Tiene el tratamiento? —asentí hacia su pregunta y suspiró. —Esperemos hasta mañana para ver si mejora.
Hice un gesto con la cabeza, a modo de afirmación, haciéndole ver que seguía sus órdenes y seguí con mi vista fija en el pequeño animal.
—¿Crees que se pondrá bien?
Aarón me miró y curvó las comisuras de sus labios hacia el cielo, apoyando una mano en mi hombro y dando un pequeño apretón, en el intento de reconfortarme.

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V I R A H A
Teen FictionUna relación estable, una enfermedad y un viaje. Así describiría yo lo que fue mi vida. Dejé todo, mi chico, mi casa, absolutamente todo por mí mejor amiga sin dudarlo. Así que, cuando volví con el rabo entre las patas, el que ahora era mi exnovio...