Capítulo 4.

22 1 0
                                    

Siempre había considerado a mi padre un hombre prudente. Dos pasos por delante de cualquier inconveniencia que podía darse. Siempre frío y calculador. Por esta razón su decisión me resultó tan descabellada.

- Tendremos que adelantar la pedida.

- La pedida ahora mismo es irrelevante, padre.

- Y vamos a enviarle una invitación. – No titubeó. Lo miré confusa. – A Priam, vamos a enviarle una invitación a tu pedida.

- Eso es provocarlo. – Contesté negando con la cabeza. Ese chico no estaba cuerdo, un paso en falso y podría ser catastrófico. – Es ponernos a todos en peligro. Te recuerdo que no tuvo problemas en meter a dos hombres armados en nuestras casas.

- Por eso mismo. – Dijo él serio. – No podemos tratar con un maníaco como él, ni ceder a sus peticiones. – Hizo una pausa. – Eso supondría su victoria. Y no puedo permitir eso. Hay que eliminarlo.

- ¿Lo has hablado con los Black? – Pregunté suspirando.

- Ellos han dado la idea. – Habló. Lo miré con una ceja alzada. – Eros estaba furioso por lo que te había hecho Dietrich. – Suspiré rodando los ojos. – Se que vuestra relación es complicada, pero se ha tomado la molestia de hacer esto. Ten eso en cuenta.

Asentí. Pasé la mañana entre pruebas, en algún momento mi padre se marchó. Mandó a una enfermera a informarme. Rodé los ojos, volvíamos a la normalidad. Tras la comida, insípida, sentía que iba a volverme loca. Exigí a mi médico que me diera el alta, quería volver a casa, procesar lo que había pasado y dormir. Tras incontables reticencias, al final accedió, no sin antes programar visitas regulares para poder comprobar la evolución de mi herida.

Al salir de la habitación vi a dos hombres a ambos lados de la puerta. Los reconocí, seguridad de mi padre. Al percatarse de mi presencia se miraron un segundo, vi que no se movían, por lo que inicié la marcha, ambos siguiéndome. Pasé por recepción, firmé todos los papeles que me pusieron delante y por fin pude pisar el exterior del hospital. Me costaba caminar, pero no iba a aceptar la silla de ruedas que me habían ofrecido, no estaba invalida. Uno de los hombres se marchó, en busca del coche supuse.

- ¿Tienes un cigarro? – Pregunté sin apartar la mirada del frente. Vi por el rabillo del ojo como el hombre a mi lado se movía, y tuve un cigarro delante en menos de un minuto. – Gracias. – Lo cogí, me lo puse en los labios y esperé, la cerilla no tardó en llegar, encendiéndolo. Asentí mientras respiraba el humo. - ¿Sabes algo de mi teléfono?

- No lo hemos encontrado, señorita Knox. – Contestó. Asentí. – Su padre ha comprado otro. Está esperándola en su casa.

- De acuerdo.

El coche negro aparcó frente a las escaleras. Avancé hasta la puerta, el hombre a mi lado la abrió, permitiéndome entrar, y la cerró detrás de mí. Bajé levemente la ventanilla mientras este se subía de copiloto. El viaje hasta mi casa fue silencioso, observé el paisaje de la ciudad sin prestar atención, mientras mi cabeza daba vueltas y vueltas. No fue hasta que nos paramos, que pude ver donde estábamos.

- ¿Qué hacemos aquí? – Pregunté.

- Instrucciones de su padre, señorita Knox. – Contestó uno de ellos.

- Me dan igual esas instrucciones. – Dije dura. – Llevadme a mi casa. Ahora.

- No podemos hacer eso, señorita Knox. – Contestó el otro, algo nervioso. – Su hermana también está aquí. Tenemos ordenes muy específicas.

No dije una palabra más mientras nos adentrábamos por el camino que nos llevaba a la mansión de los Black. Al ser de día pude contemplar mucho mejor todo el entorno, y tuve que admitir que tenía una belleza única. Cuando llegamos a la glorieta, el coche paró y uno de los mayordomos de la casa corrió a abrirme la puerta.

- KNOX -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora