El momento final se acerca, tic tac, tic tac, cantaba en un suave compás el reloj en la pequeña habitación. Las paredes eran blancas inmaculadas como si estuvieran recién pintadas, no habían recuadros, no había calidez, solo una cama para uno que servía como lecho de muerte.
La inmensidad del lugar era limitada, para quien está a punto de morir lo corto parece infinito y lo infinito parece muy poco. La habitación está fría hay una parte oscura sirviendo como refugio al ángel de la muerte, por la ventana en la pequeña ranura que las cortinas dejaban entraba una fina luz que no calentaba, pero brindaba un pequeño confort.
En los tiempos agónicos lo corto se siente eterno y lo largo se vuelve un laberinto sin salida, deje de contar los segundos, que se convirtieron en minutos y se han alargado a horas jugando entre la luz y la oscuridad, con el destino latente: no paso de esta noche.
La luz que entra no es cálida, la luna no proporciona calor, pero si calienta tu alma, le brinda a los melancólicos poetas sustento para jugar con palabras, yo no era poeta, pero deliraba en fiebre tenía permitido deleitarme en este juego de palabras.
La vida y la muerte tan entrelazadas, tan efímeras y etéreas, la dualidad constante de la raza humana, con la única constante que le da sentido al mundo, el amor.
El frío permanecía en la habitación por las alas del ángel de la muerte batiendose impacientes, saboreando con ansias el regalo para la parca, el ángel de la vida no hacía presencia, pero su fino rayo de esperanza no me abandonaba, no había un ángel de amor, pero sentía calidez en mi alma, el amor estuvo en mi vida y aún en el lecho de mi muerte no me abandonaba.
La fina luz se expandió como un prisma, mostrando la felicidad que encontré a lo largo de mi vida, mostrando lo mucho que el destino me bendecía con el amor que dichosa aún tenía. Los cariños de mi madre despertándome cada día con una sonrisa, las bromas de mi padre quien aún con dolor en su alma trabajaba cada día y llevaba el pan a la casa, mis amigos que como hermanos que no tuve me cuidaban y bromeaban, mis abuelos que ya no estaban sonreían dándome la bienvenida.
No había un ángel del amor, pero había un hilo rosado invisible tejido entre mi espíritu, cuerpo y alma, rodeando y custodiando mi corazón conectado a otros 10 corazones que no están conmigo, pero como si de un lado bilateral se tratara compartían su calma y su inminente dolor.
—No queda tiempo, humana, es hora de partir.—El ángel emergió de las sombras, su cabello era negro como una noche sin estrellas, sus ojos profundos como un mar turbulento, su voz era tranquilizadora como un bálsamo para el golpe final.
—¿Dolera?—Mi voz no era la misma de antes, no era dulce ni melodiosa, solo rasposa y agonizante, mi cabello sedoso y brillante solo estaba quebradizo y opaco mi cuerpo vivaz y relleno a unos pasos de ser disecado.
—Será como dormir profundamente.—Un ángel con rizos amarillos casi blanco, ojos azules como un cielo despejado y voz electrizante.
El desafío en sus ojos era claro, la vida le enviaba regalos a la muerte, los guardianes no los dejan ir tan fácilmente, el ángel oscuro sonrió con sorna satisfecho de la molestia ajena.
—Tu guardián no miente, el frío congelará tu corazón en segundos y partiras conmigo.— Su voz no sonaba entusiasmada como debería, le llevaría un presente a su señora.
—No estarás sola, mi compañía está atada a tu alma hasta que ya no pertenezcas a este plano, nuestro vínculo fue sellado con mi beso en el puente que une tu nariz y tus labios.— La voz del ángel intimidaba y calmaba, llenándome de coraje para enfrentar el final del viaje, sus manos acariaron mi cabello como una muestra de consuelo y apoyo.
—Ya hemos prolongado esto más de lo planeado, mundana, esta la última estación de tu viaje.
Las lágrimas de anticipación llegaron, mi corazón latió rapido, mis tripas se apretujaron, mis últimos pensamientos fueron dedicados al amor.
—Te amo, mi pequeña humana, viviste una corta vida bienaventurada, lamento que deba llevarte esta criatura tan desalmada.
—No es desalmada.— Debatí en un susurro, mi últimas bocanadas dedicadas a mi verdugo.—Ama tanto a su maestra que se encarga de adorarla con regalos, con almas humanas y vidas bienaventuradas llegando a su final.
Mi mano derecha recibió una suave caricia el frío glacial se extendió por mis venas, en un parpadeo el incesante sonido de un corazón que se ha detenido llenando el lúgubre silencio de la habitación.
La luz se extinguió y el mundo de sombras me consumió, una sonrisa dulce me dio la bienvenida, el ángel de la muerte descendió a su reino y una mano huesuda me guió en las penumbras.
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Deathbed
Short StoryEn el filo de tu vida ¿A dónde irá tu alma? Juegas entre nubes o danzas con las llamas.