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LIAM

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—La verdad es que ha ido bien.

Bajé la mirada hasta su mano, que había empezado a trazar líneas sobre la mía. Suspiré antes de volver a sus ojos.

—Aunque Emily me ha hecho prometerle una noche de chicas para contárselo todo... Tengo miedo.

Sonreí de medio lado.

—Lo que pasa en París se queda en París.

Soltó una risita y se acercó un poco más. Tenía las piernas encogidas encima del sofá y la cabeza apoyada en mi brazo. Le brillaban los ojos cuando dijo:

—El problema es que también ha pasado aquí...

Alcé una ceja y ella se mordió el labio. Seguí el gesto con la mirada pero me contuve.

—¿Qué ha pasado aquí?

Ladeó el rostro con una pequeña sonrisa.

—Qué gracioso...

—No, en serio. —Llevé la mano hasta su mejilla. La acaricié, notando cómo se tensaba—. ¿Me lo recuerdas?

Ni diez minutos habían pasado desde que los chicos se habían ido; nuestras bocas ya volvían a estar juntas.

La agarré por la cintura para evitar que se moviera. La besé con hambre y Maia enterró los dedos en mi pelo. No quería pensar. No quería comerme la cabeza. Quería deshacerme a su lado y que ella gimiera mi nombre. Lo necesitaba. Joder, lo necesitaba más que nunca... Y por eso precisamente debería haber parado. Haberme dado cuenta de que no era la solución más adecuada. De que las palabras siempre deberían haber ido por delante de las manos. Pero en ese momento solo quería seguir sintiendo su lengua contra la mía.

Habíamos apagado la televisión y el sonido de nuestros besos me estaba poniendo a cien. Me incorporé para quitarme la sudadera. Con un pie en el suelo y una rodilla apoyada en el sofá, volví a sujetarla por la cara. Nos miramos con las ganas a flor de piel y se me erizó la piel cuando su mano rozó mi pantalón. Ya había notado que aquello era algo nuevo para Maia, y no pretendía pedirle nada para lo que ella no estuviera preparada. Pero, joder, esa noche cerré los ojos y me la imaginé arrodillada delante de mí... Los abrí antes de que el deseo fuese a más y aparté su mano. Quería seguir besándola. Ella imitó mi postura para ganar algo de altura y, cuando la tuve a mano, la agarré del culo para pegarla a mí. Nuestras bocas se separaron unos centímetros. Podía leer la sorpresa en sus ojos, pero no aparté la mano.

—Creo que en el sofá aún no ha pasado nada —pronuncié con la voz áspera y la respiración algo agitada. Ella estaba igual... Así que, tomándome esa imagen como aprobación, volví a besarla y me aseguré de transmitirle todo lo que sentía con los labios.

Maia me envolvió el cuello con los brazos y prácticamente apoyó todo su peso en mí. Aproveché el momento para sujetarla por la espalda y tumbarla. Me coloqué entre sus piernas y aparté los cojines que me molestaban. Empecé a acariciarle el muslo por encima del pantalón y gemí al notar cómo nuestros cuerpos se acoplaban justo donde tenían que hacerlo. Me dejé llevar por completo y subí la mano hasta su costado. Tembló al notar el roce de mi piel y seguí moviéndola para llegar a su pecho. Apreté suavemente y me tragué el sonido ronco que salió de su boca.

—Liam...

Sus gemidos me estaban volviendo loco...

Pero aquello había sonado más a una llamada de atención.

Me separé lo justo y la miré a los ojos. Retiré la mano y la cubrí de nuevo con la camiseta. Sin embargo, ella no hizo nada por apartarse. Al contrario...

—Yo también quiero tocarte.

Se me secó la garganta y mi erección respondió por mí.

Abrí y cerré la boca un par de veces, pero Maia se me adelantó:

—Como me tocaste a mí en París...

Suspiré contra su boca y me perdí en ella. Dios, esos labios... Pero no, aún no había hablado de eso. Quería... tocarme. Y, mierda, yo me moría de ganas de que lo hiciera.

—¿Tú quieres? —me preguntó en un susurro y a punto estuve de poner los ojos en blanco.

¿Es que no lo había notado?

—Joder, Maia. —La besé profundo, acompañando los movimientos de mi lengua con los de mi pelvis. Ella se retorció impaciente—. ¿Tú qué crees? —murmuré sin poder ocultar la sonrisa. Tragó saliva y asintió—. Ven aquí.

La ayudé a incorporarse para poder sentarnos uno al lado del otro. Estaba nerviosa y adorable a partes iguales. Sonreí intentando tranquilizarla y acerqué mi boca a su cuello para repartir unos cuantos besos mientras me desabrochaba el pantalón. Suspiré muy cerca de su oreja cuando empezó a mover los dedos por mi pierna, buscando lo que ya era imposible no notar. Aparté un poco la ropa y la miré a los ojos.

—Vas a tener que enseñarme...

Me bebí sus palabras y eso fue lo que hice. Sujeté su mano con la mía y empecé a moverla. De vez en cuando bajaba la vista, y a mí eso conseguía ponérmela más dura. Pasado un minuto dejé que siguiera ella sola. Apoyé la cabeza en el respaldo del sofá y gemí cuando intentó ir más rápido. Buscó mi mirada y yo le sonreí. Ella me devolvió el gesto en forma de beso. Tuve que ayudarla a terminar, pero no me importó en absoluto. Porque, joder, guiar a Maia y saber que aquello era algo que estaba descubriendo conmigo era la hostia de excitante. Y me tenía completamente enganchado.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora