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LIAM

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Al final Maia acabó saliéndose con la suya. No solo había organizado los siete días al dedillo, sino que también había contado conmigo para todos los planes. Conmigo, con Mike, con Jack, con Emily y con Megan. Estaba tan contenta porque pudiésemos hacer algo juntos que ninguno fue capaz de negarse.

Mientras trabajábamos, porque aquella semana nos tocó pringar, su hermano aprovechaba para quedar con viejos amigos y compañeros de clase. El domingo, el único día que teníamos libre, fuimos al cine, tal y como ella había propuesto. Dejó que fuese él quien eligiera la película, y a mí me cayó aún mejor cuando escogió la última de Tarantino. Al salir estuvimos hablando un buen rato de lo que nos había parecido. Oliver también era un apasionado del cine, aunque no lo frecuentase tanto como yo, y me sorprendió que tuviéramos tantas cosas en común. Se parecía muchísimo a su hermana, por fuera y por dentro. Y, joder, me resultó un puto chiste que incluso cumpliésemos años el mismo día. Maia sonrió al recordarlo.

—La próxima vez os regalo algo para los dos y eso que me ahorro.

Su hermano soltó una carcajada y yo sonreí con ella. Sonaba muy bien eso de «la próxima vez». Me gustaba la idea de seguir teniéndola en mi vida. Pero también me incomodó un poco pensar en ello. ¿Por qué no iba a seguir teniéndola en mi vida? Aparté esas ideas de la mente y salimos del metro. Esa noche invité a Oliver a casa después del cine para que pudiera conocer el apartamento donde había estado viviendo su hermana todo ese tiempo.

—¿Qué te parece? —le preguntó Maia en cuanto estuvimos dentro. Parecía nerviosa y aquello me resultó adorable. Él echó un vistazo rápido alrededor antes de sonreír.

—No está mal... Pero no me has enseñado nada, hermanita.

Imité su gesto porque tenía razón. Dejé la chaqueta en el perchero y pasé por su lado.

—La verdad es que tampoco hay mucho más que ver —admití—. ¿Una cerveza, Oliver?

—Sí, claro.

—¿Maia?

—No, gracias, estoy bien. —Sonrió.

Fui a la cocina a por dos botellines mientras ellos seguían hablando.

—Eso de ahí es el baño y esas dos puertas, las habitaciones. La mía es la de la derecha.

Se me escapó una sonrisa traviesa antes de darme la vuelta; llevaba noches sin dormir en su habitación... Volví a la sala del estar y le tendí la cerveza. Los dos bebimos y él echó a andar hacia las ventanas. Aproveché que se había alejado para guiñarle un ojo a su hermana. Ocultó la sonrisa como pudo y de repente deseé con todas mis fuerzas que Oliver se marchase... Menudo anfitrión de mierda.

—Joder, buenas vistas.

Me volví hacia él.

—¿Verdad que sí? —respondió Maia por mí, acercándose—. A mí me encantan.

—A ti siempre te ha encantado verlo todo desde arriba, hermanita. —La rodeó con el brazo y me puse a su lado frunciendo el ceño—. Recuerdo que cuando era pequeña había que sacarla a la fuera de la noria.

Sonreí ante la imagen de una Maia mucho más joven subida en el London Eye, disfrutando de las vistas y capturando todos los detalles posibles, igual que había hecho cuando subimos a la Torre Eiffel. Me recorrió un escalofrío al recordar lo guapa que estaba, lo jodidamente feliz que parecía con la ciudad a sus pies.

Soltó una risita.

—Podía pasarme el día entero ahí metida...

Su hermano la estrechó con más fuerza.

—Me alegra que hayas vuelto a disfrutar de eso, enana.

No hizo falta que dijera nada más. De hecho, ninguno de los tres lo hizo. Me dediqué a observarlos de reojo mientras ellos miraban el exterior. Aquella zona siempre tenía movimiento, estaba llena de vida, uno de los muchos motivos por los que me encantaba vivir allí. Aunque, hasta entonces, no me había dado cuenta de que aquello también pudiese gustarle tanto a ella. Me apunté mentalmente llevarla a la noria en un futuro próximo y dejé que el silencio nos envolviera.

Oliver se marchó poco después. Tiré los botellines vacíos a la basura y entramos en mi cuarto. Nos cambiamos y nos metimos en la cama. Respiré hondo cuando apoyó su cabeza en mi pecho y cerré los ojos. Esa noche no hicimos más que abrazarnos. No me importó no desnudarla, porque sentirla tan cerca era lo único que necesitaba.

—Gracias.

Sonreí. Entendí que me estaba agradeciendo el haber invitado a su hermano a casa y la apreté un poco más. Soltó un suspiro y sentí que estaba en el jodido cielo. Porque quererla era tan fácil que no sé cómo aún no me había dado cuenta de que llevaba mucho tiempo haciéndolo.

Alas para volar ✅️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora