Determinado a nunca permitir que Jaemin viese ni una pizca de su atracción de nuevo, Renjun decidió tomar el toro por los cuernos... literalmente. Su brillante plan consistía en masturbarse tan vigorosamente y tan frecuentemente que su polla nunca se volviera a levantar sin su permiso y entonces le sería posible mantener su fingimiento platónico.Jaemin era su mejor amigo, pero era también como de la familia para él, un hermano, y no había nada más importante en todo el mundo. Renjun no podía arriesgarse a perderlo. Jaemin podría posiblemente aceptar el hecho de que era gay, pero seguramente sentiría repulsión por el hecho de que Renjun fantasease con él constantemente.
Lo cierto del asunto era que Jaemin definitivamente no era gay. Renjun tristemente aceptó esa verdad descaradamente obvia. Las chicas amaban a Jaemin, al juzgar por la manera en que revoloteaban en torno a él y Jaemin las amaba de igual manera, juzgando por las repugnantes historias que le gustaba contar sobre sus numerosas proezas sexuales.
Renjun odiaba y le encantaba a la vez que el chico mayor le contase lo que hacía con las chicas que salía. Mientras los celos casi lo consumían, no había nada tampoco que lo hiciese correrse más rápido que fantasear más tarde en la noche, bajo las mantas, que él era la chica que Jaemin acababa de corromper en el asiento trasero de su Camaro negro.
El chico mayor siempre se reía de cómo se ruborizaba y se avergonzaba su amigo virgen y se reía de él en el hombro y lo vacilaba de cómo encontraría a la persona perfecta algún día. Jaemin no se daba cuenta de cuán cerca estaba ya la "persona perfecta" de Renjun.
Era una tortura y un embeleso al mismo tiempo, porque incluso aunque Jaemin se acostase con todas esas chicas, era siempre a la casa de Renjun a la que volvía para dormir, deslizándose por la ventana de Renjun y acostándose a su lado en la cama y hablando con él incluso cuando estaba medio dormido, contándole cosas que nunca le contaría a ninguna de esas chicas. Renjun sabía que Jaemin era más él mismo con él de lo que nunca lo sería con nadie más.
Así que, al menos tenía eso para soportarlo... Eso y el esbelto dildo violeta que había comprado en una tienda erótica en el centro comercial, en un momento particularmente valiente cuando tenía dieciséis años. Era recargable, afortunadamente, porque Renjun estaba bastante seguro de que no habría manera de que pudiera ocultar el copioso uso de pilas AA que le llevaría mantener con las demandas sexuales de un adolescente gay en el armario, infinitamente frustrado, enamorado de su amigo dolorosamente hetero.
Joder, ¿Esta era realmente su vida?
Por segunda vez ese día, Renjun extendió sus piernas y deslizó el vibrador profundamente dentro de sí. No necesitaba ningún preámbulo porque estaba todavía lubricado y abierto de antes. Los sábados, mientras Jaemin estaba practicando deportes con sus amigos de fútbol, Renjun podía, casi literalmente, pasar todo el día así, fantaseando sobre el atractivo atleta y simplemente provocando en su próstata un orgasmo tras otro. De esa manera, en el momento que Jaemin llegase y se desnudara justo delante de él y se duchara en su baño, dejando la habitación oliendo como a sudor y hombre desnudo, el pene de Renjun apenas le era posible manejar una semierección dificultosa en muestra de apreciación.
Su posición preferida para masturbarse era sobre su vientre, la almohada entre sus muslos, las piernas extendidas tan amplias como era posible, una mano extendida hacia atrás para alcanzar el dildo y otra aguantando su cabeza. No necesitaba una mano en su pene para correrse, realmente nunca le había hecho falta. Incluso cuando era más joven, prefería follarse una almohada que hacerse una paja. Su madre nunca se imaginó por qué utilizaba tantos almohadones o por qué insistía en lavar su ropa a los diez años. Ahora, era al menos lo bastante listo para poner una toalla primero.