La plaza central y las largas avenidas cercanas de la última gran urbe formaban una encrucijada sagrada; un lugar donde lo espiritual y tecnológico, lo heroico y ontológico, lo antiguo y lo nuevo hermanaban cual vestigio de un pasado glorioso. Una Era sin igual que había tocado a su fin cuando Orfus enfermó. Cuando el cielo del planeta sangró por primera vez, desencadenando sobre la superficie terrestre la furia de los elementos: una serie de catástrofes naturales que alteraron la atmósfera de Orfus, convirtiendo el aire en veneno puro, y obligaron a sus habitantes a refugiarse en el último reducto existente: la ciudad de los gigantescos rascacielos de metal, la última joya arquitectónica de una de las civilizaciones más grandes que ha existido en el universo, o como la llamaban la gran mayoría de sus habitantes, La Última Ciudad.
Los Or'Uka, orgullosos e inteligentes seres antropomórficos dotados de gran altura, belleza y una fuerza sin igual, esperaban impacientes la aparición de su líder, entre cuchicheos y murmullos colmados de pensamientos adversos. Una gran variedad de inquietudes mortificaban sus almas, y por eso habían acudido en un número tan grande.
Komawa era uno más entre los cientos de millares -tan solo una parte insignificante de la población total de aquella gran ciudad- que en ese momento abarrotaban la plaza central. No obstante, todos aquellos seres parecían pequeñas hormiguitas junto a las magníficas efigies de los héroes del pasado que adoquinaban la plaza, o los rascacielos de sombrío metal gris que se alzaban de manera vertiginosa hacia el cielo granate de Orfus.
«Es la maldición», se dijo Komawa. Estaba envuelto en su túnica gris oscura con capucha, un escudo contra el viento frío que presionaba sobre las calles del Núcleo. «Todos estamos aquí por la maldición que asola nuestra raza».
Incluso aquellos llegados de las estrellas, como los humanos, procedentes de un lejano mundo al que llamaban Tierra, o los nata'wu, colonizadores procedentes de lunas solitarias que orbitaban planetas muertos, habían acudido a la llamada del líder de los Or'Uka en aquel sombrío y gélido día del otoño orfusiano. No eran muchos, pues no quedaban apenas visitantes del espacio en el planeta desde que los mares se envenenaron y los cielos se volvieron carmesíes -además, la mayoría de ellos habitaban en su propio sector de la ciudad, lejos de los problemas de los Or'Uka-, pero los pocos que seguían viviendo cerca del Núcleo y seguían llamando hogar a La Última Ciudad, habían acudido ante el Gran Arka de Omn, y esperaban como todos para escuchar las palabras del rey Yrkuz.
El Arka estaba situada en el centro de la plaza, y era el monumento más grande e importante construido por la cultura Or'Uka para honrar a su protectora, su diosa de la luz y las estrellas. Se trataba de un enorme pedestal cilíndrico de piedra maciza, apoyado en hermosas columnatas con estriaciones en la superficie en forma de espiral. Las efigies de los héroes del pasado se alzaban a lo largo del borde de la plataforma, ligeramente reclinadas, apoyadas en lanzas largas y vestidas con armaduras enjoyadas y adoquinadas con los símbolos de grandes casas nobiliarias. Estaban posicionadas de tal forma que quedara clara su función: la de ser los guardianes de la estatua que había en el centro del Arka, mucho más grande y espectacular que todas las demás. Aquella mostraba a una hermosa mujer Or'Uka de rostro noble e impertérrito, cuyos rasgos denotaban calidez, bondad, seguridad, sabiduría... La habían tallado vestida con una túnica que dejaba al descubierto su hombro izquierdo, tal y como dictaba antiguamente la tradición de los Or'Uka. El otro brazo lo tenía alzado al cielo, y con la mano sujetaba una enorme estrella de cristal, cuya luz bañaba toda la plaza. Un foco de esperanza en medio de un abismo oscuro y sin fondo.
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Orfus: El Ocaso de los Or'Uka
Science FictionSINOPSIS Orfus es el hogar de los Or´Uka, una raza alienígena humanoide cuya civilización se enfrenta a los momentos más oscuros de su historia. El planeta se muere, la atmósfera está cambiando y apenas quedan lugares propicios para la vida. La Últi...