Hay mucha gente que considera el acto de traducir como una simple traslación de un texto desde un idioma de origen a otro de destino. Esta idea no está necesariamente mal, pero cuando la aplicamos a la literatura resulta en una concepción demasiado mecánica que casi equivaldría a decir que para rodar una película solo tienes que encender tu cámara y capturar imágenes.
También implica dejar fuera un montón de sutilezas que, si tú también pensabas así, quizá no estés teniendo en cuenta y te pueden estar impidiendo realizar la tarea de manera más eficaz. Puedes creer que dominas varios idiomas con fluidez y que con eso basta, pero es que en realidad eso no implica necesariamente que sepas traducir algo que se salga de la pura y simple información directa. Traducir literatura puede, en ocasiones, convertirse en un auténtico puzzle de problem solving que se te quede en la cabeza durante semanas.
Por eso pensé que, haciendo hincapié en que no soy traductor profesional y se tome lo que digo con un grano de sal, quizá podría compartir una serie de tips que utilizo yo para mis resultados finales queden más pulidos. Estableceremos un par de conceptos básicos y luego veremos un ejemplo de una traducción mía en la que tuve que poner en práctica esos mismos conceptos.
El primer concepto que debemos dejar claro es que una traducción ya es, en sí misma, una desvirtuación. El ideal utópico que estamos persiguiendo es el de acercanos lo más posible a expresar hasta el más mínimo detalle sutil contenido en el texto con el que estamos trabajando, pero ya de entrada se asume que lograrlo por completo es imposible. Porque no se trata solo de lo que pone en la historia, sino todo lo que no pone; el contexto, la cultura, incluso la connotación de algunas palabras concretas... son detalles que también contienen información que no siempre resulta tan fácil de transmitir.
Tengo un ejemplo bastante claro para entender esto: en algunos doblajes para España de películas estadounidenses, se termina recurriendo a cambiar algún inocente damn it (maldición) por un más sonoro mierda, joder o coño. ¿Lo hacen de manera arbitraria porque onda vital a todo gas don pepe y los globos? Pues no, lo hacen cuando es el tipo duro de la cinta quien lo está pronunciando, y la explicación es que en la cultura de España está mucho más normalizado decir groserías de manera casual que en la cultura de Estados Unidos. La misma pieza de información, un simple maldición, genera dos reacciones diametralmente opuestas según el entorno de quien la escucha; el estadounidense ve normal que una persona ruda diga eso, el español piensa que de ruda nada y que el personaje más bien parece un cursi.
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El cajoncito de la nevera
Non-FictionPequeño cajón de sastre para albergar artículos sobre literatura o reseñas de libros o películas que me apetezca hacer pero no encajen con ninguno de los perfiles con los que habitualmente colaboro.