Sábado

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Quizás no tendría que haber esperado al sábado a la noche para hacer lo que ya sabía que tenía que hacer, pero Marcos no había podido evitarlo. Se pasó toda la semana tenso como un alambre, seguro de que esta era la placa en la que Agustín se iba a ir. Y esta vez, no había repechaje. Qué semana de mierda que había tenido, entre la prueba del líder que lo dejó agotado, la nominación, la discusión de mierda que había tenido con Romina (en la que NO había podido salvar a su amigo) y esa fiesta de mierda que lo había dejado confundido con la actitud de Agustín. Todo era una mierda. Por momentos se sentía infinitamente cansado, sin ganas de discutir, ni de conversar, ni de seguir haciéndose la cabeza. Solamente quería tirarse en la cama y charlar con Agustín. Si pudiera ser abrazados, mejor, pero Marcos sabía que no podía pedir tanto. Y había momentos en los que sentía que se le salía la correa, que todo su cuerpo temblaba de ansiedad y energía que, si no descargaba, iba a explotar. Trataba de sacarse la sensación de tener hormigas debajo de la piel haciendo mucho ejercicio, más de lo que había hecho nunca, pero ya ni siquiera le servía para cansarse. Prefería mil veces estar agotado antes que estar así, a mil revoluciones, porque era en esos momentos cuando sentía que se podía mandar una cagada. Si estaba con fiaca y aparecía Agustín, Marcos sentía el deseo holgazán de acostarse con él, hacer cucharita, abrazarlo fuerte y dormir juntos todo el día. Pero cuando estaba así de pasado sentía que el control se le escapaba de las manos y que, si no tenía cuidado alrededor de su amigo, podía hacer una locura. Como hoy, cuando estaban en la pileta y Agustín no dejaba de tirarle palos. El salteño sabía que no era tan rápido como el otro chico, pero entendía cuando alguien tiraba indirecta tras indirecta. ¿Por qué hacía eso? ¿No se daba cuenta lo mucho que le costaba a Marcos no encerrarlo contra la esquina de la pileta, levantarlo enganchando sus piernas alrededor de su cintura, y besarlo hasta dejarlo sin aire? ¿No sabía lo mucho que Marcos quería saber cuánto le podría costar despegarle el short mojado del cuerpo? ¿No entendía que Marcos se sentía completamente desesperado cuando estaba con él, que estaba dispuesto a mandar todo a la mierda y romperle la boca ahí adelante de todos? Algo tenía que intuir. Después de sentirse toda la tarde al borde del ataque, el salteño tuvo que hacer muchísimo ejercicio para sacarse un poco la tensión de encima. Pero ni eso alcanzó. Si algo sabe Marcos, es que Agustín es un hijo de puta, y sabe que le gusta pinchar a la gente; así que sabe que eso de ponerse la mantita en el pasto en un lugar estratégico había sido a propósito. A él no lo engañaba, Agustín sabía perfectamente lo que estaba haciendo. La idea de que ese enano hermoso lo tenía tan enloquecido lo enojó como nunca, y Marcos dijo basta. Si se iba a ir al otro día, se iba a ir con un recuerdo, y si se quedaba, iban a tener tiempo de charlarlo después. Ya fue, pensó Marcos.
Pensando en sus siguientes pasos, Marcos acercó su toalla a la lona en la que se había acostado Agustín a verlo hacer ejercicio, y se acostó a su lado. Enseguida se dio cuenta del cambio de expresión de Agustín, que no se esperaba ese acercamiento. Bien, que se ponga nervioso, pensó Marcos. Necesitaba pensar, necesitaba armar un plan de acción, pero estaba tan cansado del ejercicio y tan ansioso por lo que iba a hacer, que no se le ocurría nada. Ya fue, ya fue, pensó.
- Me voy a bañar - lo dijo lo más casualmente que pudo, pero le pareció que se notaba el nerviosismo en su voz.
- Dale - Agustín no parecía demasiado atento a lo que hacía su amigo - yo voy a entrar la ropa.
- ¿Querés venir? - Marcos miró fijamente a su amigo, con la esperanza de que entendiera lo que le estaba ofreciendo. Agustín lo miró unos segundos, confundido, hasta que la comprensión invadió su rostro.
- Dale, en un cachito voy.
Marcos se levantó, agarró su toalla y se metió en la casa lo más rápido que pudo sin parecer desesperado. Tenía miedo de arrepentirse en el camino y quería que todo pasara ya, ahora. Fue a la pieza a agarrar su neceser, su ropa y una toalla limpia, y entró en el baño, cerrando la puerta. Abrió el agua y, mientras se calentaba, se desvistió y puso su ropa sucia sobre el inodoro. Cuando estaba metiéndose debajo de la lluvia de agua caliente, escuchó la puerta: primero un golpe y luego, alguien que la abría. Se dio vuelta y vio que entraba su amigo, con los hombros encorvados como siempre, pero con aún más aire de sospecha que nunca.
- ¿Marcos?
- Vení primo
Marcos temblaba de pies a cabeza, pero se mantuvo firme. Haciéndose el que no se daba cuenta, esperó a estar a la vista de Agustín para meterse por completo debajo de la ducha y tirarse el pelo mojado para atrás con las dos manos, mostrando todo su cuerpo. Cerró los ojos y el agua no lo dejaba escuchar nada, así que se movió por instinto. Dejó que el agua le cayera sobre el pecho, esparciendola con sus manos sobre sus pectorales y su abdomen, tomándose su tiempo. El roce de sus dedos sobre sus pezones envió electricidad a todo su cuerpo, y la idea de que Agustín lo estaba mirando tocarse así lo calentaba demasiado. Sacó la cabeza de debajo del agua y abrió los ojos justo en el momento en que su amigo daba un paso dentro de la ducha, ya desnudo. Marcos sintió que su boca se abría y toda la sangre del cuerpo se le iba a la entrepierna; Agustín era hermoso siempre, pero nunca lo había visto así. El pelo un poco demasiado largo ya se estaba humedeciendo con las gotas que lo salpicaban, y los rulitos que se le formaban en las sienes eran cada vez más pronunciados. Un rubor le cubría la cara y el pecho, y los ojos le brillaban con la picardía que Marcos sabía que no significaba nada bueno. Y la sonrisa...si Marcos se muriera en este mismo momento, se moriría feliz de saber que era la razón de esa sonrisa.
Agustín dio un paso adelante, sujetándose de la cintura de Marcos. Su tacto quemaba como un fuego, y el salteño tuvo que morderse los labios para no suspirar y sujetarse de sus hombros para no caerse. Se miraron a los ojos un momento, Agustín sonriendo, como siempre, y Marcos sufriendo, como siempre. El beso empezó sin que Marcos se diera cuenta, casi como un movimiento natural. Los labios de Agustín estaban secos, pero el beso enseguida se puso demasiado húmedo, demasiado sucio. Marcos no distinguía el agua de la ducha de la saliva, y aprovechaba para ser un poco más descuidado de lo que hubiera sido en otras circunstancias; sabía que era todo un enchastre, que estaba lamiendo y mordiendo más que besando, que en unos pocos segundos se había pegado al cuerpo de Agustín y que todo iba demasiado rápido, pero no le importaba. Tomó la cara de su amigo con una mano y apretó unos mechones de pelo húmedo en la otra, obligando al chico más bajo a tirar la cabeza aún más para atrás, y siguió asaltando su boca, sosteniendose en él para moverse contra su cuerpo, pasándole la pija por el estómago. Marcos amaba el cuerpo de Agustín, amaba sus piernas fuertes, su cintura fina, su pancita prominente y su culo respingado.  Desesperado por un poco más de tacto, le soltó la cara y el pelo para poder agacharse y sujetar con fuerza ese culo que lo volvía loco. Agustín soltó un jadeo y se agarró con fuerza de los hombros de Marcos, así que Marcos hizo lo que le pareció más lógico: lo levantó en el aire y lo apoyó contra la pared, obligándolo a enredar sus piernas alrededor de su cintura, como había fantaseado hacer en la pileta. En el mismo movimiento, empujó su entrepierna contra la de su amigo, arrancándole un sonido que Marcos iba a reproducir una y otra vez en sus fantasías. Con los dientes apretados, repitió el movimiento una y otra vez, buscando la fricción entre sus genitales; apoyando la cabeza en el hombro de su amigo y doblando las rodillas, aumentó la intensidad de sus movimientos, persiguiendo la sensación de su pija chocando contra la de Agustín. Pero el mismo vaivén de sus caderas hizo que el otro chico se deslizara hacía arriba por la pared, provocando que la pija de Marcos se escapara entre sus cuerpos y se deslizara entre las nalgas de Agustín. Empujando su cuerpo con su cadera para que se mantuviera a esa altura, Marcos usó una de sus manos para sostener su pija contra el culo de Agustín, deslizándola sobre su entrada una y otra vez. Agustín echó la cabeza hacia atrás, haciendo un ruido ahogado y soltando uno de los hombros de Marcos para masturbarse. Marcos se estaba volviendo loco, se sentía afiebrado, sentía que su cuerpo actuaba por decisión propia y que él sólo podía intentar seguirle el ritmo a su deseo.
- Mirame - se daba cuenta que era lo primero que había dicho desde que habían empezado, y sentía la garganta apretada de la tensión - Mirame Agu.
Agustín abrió los ojos, pero parecía completamente ido, incapaz de enfocar la mirada.
- Agu, mirame a mí. Mirame a mí - Marcos se sentía al borde del orgasmo, sabía que no le quedaba mucho tiempo, pero no podía formar las palabras para decirle a Agustín que quería acabar mirándolo a los ojos - Mirame.
Con un notorio esfuerzo, Agustín salió de la bruma de placer en la que estaba y miró a Marcos, frunciendo el entrecejo y mordiéndose los labios. En el momento en que sus miradas se fijaron la una en la otra, Marcos sintió la punzada de placer en el bajo vientre. Aceleró sus movimientos por un momento, buscando exprimir todo lo que tenía para dar, llenando la piel de Agustín y la pared del baño con su semen. Cuando terminó, Agustín lo seguía mirando, masturbándose furiosamente. Las piernas de Marcos estaban a punto de doblarse, así que tomó una decisión. Soltando suavemente a su amigo, lo ayudó a deslizarse por la pared hasta que apoyó los pies en el piso, pero él siguió descendiendo hasta quedar arrodillado en el suelo delante suyo. La cara de Agustín estaba llena de incredulidad, y Marcos disfrutó saber que lo había tomado por sorpresa. Aferrándose con una mano a la parte de atrás de la pierna de su amigo, usó su otra mano para agarrar su pija y darle una lamida larga, de raíz a punta. No se animaba a metérsela en la boca, tenía miedo de que la inexperiencia le jugara una mala pasada, pero por la expresión de Agustín no parecía que fuera a ser necesario. Apoyó la punta de la pija de su amigo en su boca y, abriéndola ligeramente, lo masturbó firmemente. Se sentía sucio, se sentía un asqueroso, sabía que lo que estaba haciendo no era estrictamente necesario y le daba miedo lo mucho que lo deseaba, aún después de haber acabado. Pero en ese momento sólo podía pensar en que quizás no les quedara mucho tiempo juntos, que quizás no tendría otra oportunidad de probar así a Agustín, de conocer su sabor, su textura, de sentirse suyo. No sabía qué les esperaba afuera, quizás no sería lo mismo. Tenía que aprovechar.
Agustín lo miraba fijamente, como grabando esa imagen en sus retinas. Quizás pensaba lo mismo, quizás también tenía miedo de no volver a ver a su amigo así, de no poder volver a compartir un momento tan íntimo con él, de que el afuera se los comiera vivos. Marcos cerró los ojos y movió su lengua, apoyándola de plano en la punta de la pija de Agustín, sin dejar de masturbarlo. Primero escuchó el gemido de su amigo, que parecía estar ahogándose de placer, y luego sintió el estallido de semen sobre su lengua. Le hubiera gustado saber lo que estaba haciendo, le hubiera gustado que todo cayera en su boca; extrañamente, sentía que todo lo que no tocaba su lengua, se desperdiciaba. Pero solamente podía seguir con sus movimientos rítmicos, esperando que su amigo acabara por completo, manteniendo la boca abierta. Cuando sintió los últimos borbotones, abrió los ojos y, mirando fijamente a Agustín, tragó todo lo que había recolectado en su boca. El sabor era extraño, ligeramente ácido, pero no desagradable. Sabía que esa era la clase de información que su mente iba a guardar para siempre y que iba a alimentar todas sus fantasías futuras. Eso, y la mirada desorbitada de Agustín, que parecía a punto de desmayarse. Marcos usó sus manos para ejercer presión detrás de las rodillas de su amigo, obligándolo a doblar las piernas y sentarse en la ducha delante suyo. El agua seguía corriendo, completamente fría, pero sus cuerpos estaban tan calientes que no podía importarles menos. Agustín respiraba pesadamente y parecía incapaz de mirar a Marcos a los ojos, así que este lo sujetó suavemente de la mandíbula, acercando sus caras
- ¿Estás bien primito? - quizás el apodo afectuoso no era el indicado para el momento, pero Marcos se estaba poniendo nervioso y necesitaba un poco de tranquilidad.
- Si, si - Agustín cerró los ojos un momento y respiró profundo - Sí, yo estoy bien. ¿Vos? ¿No te lastimaste levantándome, no?
- No primo, si no pesa nada - a Marcos le provocaba ternura la preocupación de su amigo, y no pudo evitar correrle un rulo que le caía sobre la frente. Agustín lo miró y le sonrió tímidamente. Parecía cansado, más cansado de lo que lo había visto nunca - ¿Vamos? Nos gastamos todo el agua.
- Dale - Agustín se levantó con dificultad pero, cuando se enderezó, se le doblaron las rodillas y tuvo que sujetarse de los hombros de Marcos, que seguía arrodillado - Boludo, me mataste, qué me hiciste.
Marcos se rió y lo sostuvo de la cadera, tratando de no mirarle la entrepierna. De golpe se sentía tímido, como si no tuviera aún restos del semen de su amigo en los labios. Apoyándose en la pared del baño, se incorporó y se acomodó debajo de la lluvia de agua fría, lavándose la cara. Cerró la canilla y salió de la ducha, asegurándose que Agustín pudiera mantenerse en pie. Su amigo se apoyaba en la pared, un poco inestable pero tratando de ganar seguridad. Lo ayudó a salir de la ducha y buscó la toalla que había llevado.
- No trajiste toalla, ¿no? Vamos a tener que compartir - sin esperar a que Agustín le respondiera, lo cubrió con la toalla y empezó a restregarle el pelo, secándolo. Luego siguió con sus hombros, su pecho y sus brazos. No se animó a seguir bajando, todavía tomado por la timidez, así que empezó a secarse él mismo. Agustín solo se quedó parado, esperando que terminara para tomar la toalla en sus manos y terminar de secarse. Se vistieron en silencio, sin mirarse hasta que terminaron. Cuando sus miradas se encontraron, ninguno de los dos parecía saber qué hacer.
- Primo... - Marcos tragó saliva, sin saber bien cómo continuar. Se mojó los labios, torció la boca, cambió su peso de un pie al otro. Nada le venía a la mente, así que solo sonrió y levantó los hombros. Por suerte, Agustín soltó una risita.
- Qué hacemos ahora, ¿no? Estamos en el horno
El cerebro de Marcos seguía vacío de palabras y, aunque se daba cuenta que estaba dificultando las cosas, no podía decir nada.
- No importa, fue una linda despedida - la sonrisa de Agustín seguía ahí, pero ahora parecía triste - Me puedo ir satisfecho.
- No fue una despedida - escucharlo hablar sobre su posible eliminación hizo reaccionar a Marcos - No quiero que te vayas.
- No depende de vos. Ni de mí. Ojalá me pueda quedar, pero si me voy, me voy feliz.
Marcos negó con la cabeza
- Yo no voy a estar feliz si se va, primo. Lo voy a extrañar demasiado.
Agustín parecía a punto de ponerse a llorar, pero solamente se acercó a Marcos.
- ¿Te puedo dar un beso?
A Marcos le causó gracia que le preguntara eso después de todo lo que habían hecho, y cerró la distancia riéndose. Tomó a su amigo de la cintura y lo besó sin demasiado preámbulo, como si fuera algo que hacían todos los días. Agustín no tardó en envolver su cuello con sus brazos, profundizando el beso con un suspiro. A diferencia de los besos compartidos en la ducha, este era suave, lento, lleno de sentimientos que ninguno de los dos podía expresar. Marcos no sabe cuánto tiempo estuvieron así, abrazados, besándose al lado de la ducha, cuando tocaron la puerta del baño.
- ¿Chicos? No los quiero interrumpir pero me estoy meando - la diversión se notaba en el tono de voz de la Tora, pero tenía razón.
Marcos agarró la toalla, su ropa sucia y su neceser y, agarrando la mano de Agustín, abrió la puerta.
- Disculpá prima, todavía no secamos el piso. Ahora cuando termines vengo y seco.
- No pasa nada primito, yo ahora seco - la Tora parecía estar conteniendo la risa, y sus ojos se posaron sobre sus manos unidas - Felicitaciones.
Marcos sólo podía imaginar que, si la Tora sabía que ellos estaban adentro del baño juntos, debían haber hecho el ruido suficiente como para que los escucharan. No tenía sentido disimular, aunque se muriera de vergüenza. Sin soltar la mano de Agustín, salió del baño y entró en la habitación de los varones, cerrando la puerta. Por suerte estaban solos, así que se dio vuelta y abrazó a su amigo. Se quedaron unos segundos así, solamente sosteniéndose el uno al otro, hasta que Agustín se separó y lo miró a los ojos.
- Si me voy mañana, me voy feliz. Me llevo lo mejor de la casa conmigo - se lo veía tan suave, tan lleno de amor, Marcos solamente quería abrazarlo y no soltarlo nunca más - ¿Me vas a venir a buscar afuera? ¿Cuando ganes?
- Usted está loco, primo. Obvio que te voy a ir a buscar. ¿Vos me vas a esperar?
- Obvio
No se dijeron nada más. Solamente se sostuvieron y se sonrieron, y se sonrieron, y se sonrieron. No necesitaban nada más.

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- Quien abandona la casa más famosa del mundo es... ¡Daniela!
Marcos nunca sintió tanto alivio en su vida. Se sentía un poco culpable por su amiga, pero no podía sentirse triste. Agarró la mano de Agustín, viéndolo darse vuelta con una pequeña sonrisa en la cara.
- Una semana más, primito. Una semana más.

Sábado - Margus GHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora