Cuando Enid se enteró de que tendría una nueva compañera de cuarto, la emoción subió por su cuerpo como espuma, veloz y segura.
La señorita Weems le había traído la primicia a altas horas de la noche y, de haber podido, Enid le habría aullado a la luna de pura felicidad.
¡Al fin tendría una nueva amiga!
Alguien con quien compartir confidencias y que la ayudara con los artículos de su blog. Era tan complicado estar todo el tiempo al tanto de los chismes de la academia nevermore sin descuidar su maquillaje. Y ni hablar de las evaluaciones semanales o la presión familiar sobre su tardío enlobamiento.
En su mente Enid ya había imaginado a su compañera de cuarto como una chica descendiente de gorgonas o tal vez una sirena.
No, no había querido ser cotilla esta vez y por ende, se había abstenido de revisar el expediente de la nueva que yacía intacto sobre la brillante mesa de cedro de la dirección.
Su compañera de cuarto compartiría sus mismos intereses y estaría encantada de poder relacionarse con ella. Redecorarían juntas la habitación, se pintarían las uñas en tono pastel bajo la luz de la luna nueva, escucharían pop hasta la madrugada y harían pijamadas todas las noches.
Enid incluso había preparado sobre su tocador su infalible mascarilla de barro junto a una serie de coloridos barnices para que la nueva eligiera el que más le agradara.
Quizá ver a su roomie subir por primera vez, acompañada de la señorita Weems, no fuera tan decepcionante como reparar en su sombrío atuendo o en la omisión a su afectuoso saludo.
Merlina Adams, con su palidez espectral y su terrible inclinación hacia los colores acromáticos había delimitado el cuarto trazando una línea con cinta aislante.
Tan cruel era el destino con Enid que no tardó en recibir duras críticas por su colorido espacio que, según palabras de Merlina "parecía que un arcoiris le había vomitado encima"
Y bien sabía la luna que de no estar la cinta de por medio (código inquebrantable entre chicas), Enid se habría valido de sus poderosas garras para rasgar algo más que el grueso entarimado del suelo.
Merlina no era como las otras estudiantes. Al menos como ninguna de las que Enid había tratado en su estadía dentro de la academia.
A Merlina no solía asustarle nada. Sentía una indecible afinidad por la muerte, la sangre. Era fría como el invierno y taciturna cual estatua.
No le importaba lo que los demás opinaran de ella, ni buscaba quedar bien o ser aprobada por nadie. Muy por el contrario, poseía una fuerte tendencia a meterse en problemas y aquello a Enid le agobiaba.
Y tanto que le agobiaba.
Porque Merlina era todo lo que Enid jamás sería.
Impulsiva.
Grosera.
Egoísta.
Manipuladora.
Egocéntrica.
Era, a su manera de ver las cosas, la chica más cool de todo nevermore.
**Descubrir las dotes psíquicas de Merlina, así como su pasión por el violonchelo y las novelas oscuras mecanografiadas no hicieron más que incrementar la admiración de Enid. Y es que a simple vista Merlina Adams podía parecer una normie, pero cuando te acercabas a ella, sólo había dos opciones, o quedabas prendado de ella o echabas a correr en la dirección opuesta.
En la mayoría de los casos se había suscitado una reacción adversa, mezcla de ambas posibilidades. Enid no había sido la excepción. Y si bien difería en cuanto a gustos de vestuario, colores, música, pasatiempos, y demás, Merlina resultaba ser buena oyente y una consejera un tanto frívola, sin embargo, eficaz y directa.
Merlina no se iba por las ramas. Podía ser hiriente, pero su personalidad era genuina, y su sola presencia confundía a Enid de una manera en la que no se atrevía a profundizar.
Esa noche había luna llena. La mayoría de sus parientes habían acordado reunirse en los bosques y acantilados próximos a nevermore.
Todos menos Enid asistirían.
Pero claro, ¿Cómo se presentaría Enid si aun no enlobaba?
No podía hacer su conversión más allá de sus afiladas garras. Su garganta emitía débiles gruñidos que no alcanzaban ni remotamente las elevadas escalas que generan los aullidos. No había pelaje sobre su piel lozana y los colmillos apenas eran visibles.
Otra razón más para que su madre la criticara en la próxima reunión de padres de familia.
¡Pero no era culpa de Enid!
Por amor a la moda que ella había procurado cada noche transformarse, pero tras infructuosos y humillantes esfuerzos, se había rendido. Aún quería ser parte de la manada, pero pretendía hacerlo a su ritmo.
Al volverse hacia la cama de Merlina y verla dormir tan plácidamente, decidió salir por el balcón para adentrarse solo un poco en las áreas verdes colindantes al bosque de nevermore.
La noche anterior había acompañado a Merlina a registrar una cripta en busca de "información de carácter confidencial sobre uno de sus antepasados". La misión había sido agotadora y le había puesto a Enid los pelos de punta...metafóricamente hablando, claro, porque aún no enlobaba.
Al descendender por el barandal, Enid vio a Dedos posarse sobre una de las enredaderas adyacentes al vitral de su recamara.
Abrumada y ansiosa, se llevó el índice a los labios para hacer una seña de silencio que Dedos aprobó al izar el pulgar.
Bien. Un problema menos. Si la directora llegaba a pillarla, seguramente se haría acreedora a una mancha permanente en su expediente y la desterrarían de la manada.
Solo quería dar un paseo. Aclarar toda esa turbulencia acaecida tras la llegada de su roomie y sacudirse las malas vibras para poder ser más de ayuda.
Al llegar al área limítrofe, Enid se detuvo. Apoyó la palma de su mano en el tronco más cercano y alzó su mirada hacia la luna, regocijante por el simultáneo eco de los aullidos arrastrados por el viento.
Algún día ella estaría haciéndoles compañía.
Enlobaría.
Claro que lo haría.
—¿Qué haces?
Sobresaltada, Enid se volvió hacia la pálida silueta ataviada en un pijama negro con franjas blancas.
—¿Estas usando la bufanda que te tejí?— sonrió Enid, radiante como un brote de rosas al despuntar el alba.
—No respondas una pregunta con otra— le atajó Merlina, impávida. Su aliento fundiéndose en una espesa nube de vapor consecuente a la baja temperatura.
—No podía dormir.
Enid apenas si pudo resistir las ganas de abrazarla.
A su juicio Merlina había acudido para ver que estuviera bien. Para protegerla, para demostrarle, a su hostil manera, que Enid estaba equivocada y que si se preocupaba por ella.
Tal pensamiento hizo brotar sus garras tan intempestivamente que Enid se ruborizó en el acto.
Aguardó a oír un reclamo de su roomie. Su mayor miedo se estaba materializando.
¡Sus propias garras la traicionaban, delatando sus transparentes sentimientos!
—Será mejor volver al dormitorio. Esta frío aquí afuera— rumió Merlina con una ceja elevada en tanto echaba a andar, haciendo de cuenta que no había presenciado aquello.
Con las mejillas rojas como la grana, Enid se enfundó las manos en el camisón de chifón de dormir con dobladillo rosa melocotón y se dispuso a dar alegres saltitos hacia su habitación, tras de su apática roomie.
Y si, puede que Merlina no fuera colorida, amigable, dulce ni sonriente, pero era todo cuanto Enid necesitaba en su vida.