A la derecha, entre la puerta y la mampara, había la garita del portero. De ella salió a su encuentro, vestido con la misma librea gris que el hombre cojo de la estación, un criado de aspecto afrancesado que, sentado ante el teléfono, leía unos periódicos. Los acompañó a través del vestíbulo bien alumbrado, a la derecha del cual se encontraban los salones. Al pasar, Hans Castorp lanzó una mirada y vio que estaban vacíos.
—¿Dónde están los huéspedes? —preguntó a su primo.
—Hacen la cura de reposo —respondió éste— . Hoy me han dado permiso para salir, pues quería ir a recibirte. Normalmente también me tumbo en la galería después de cenar.
Faltó poco para que la risa se apoderara de nuevo de Hans Castorp.
—¡Cómo! ¿En noche oscura y con niebla os tumbáis en el balcón? —preguntó con voz vacilante.
—Sí, así nos lo ordenan. Desde las ocho hasta las diez. Pero ven a ver tu cuarto y a lavarte las manos.
Entraron en el ascensor, cuyo mecanismo eléctrico accionó el criado francés.
Mientras subían, Hans Castorp se enjugaba los ojos.
—Estoy agotado de tanto reír —dijo resoplando—. ¡Me has contado tantas locuras! Tu historia de la disección psíquica ha sido demasiado. Además, estoy un poco fatigado por el viaje. ¿No tienes los pies fríos? Al mismo tiempo noto que el rostro me arde. Es desagradable. Comeremos enseguida, ¿verdad? Creo que tengo hambre. ¿Se come bien aquí arriba?
Caminaban en silencio por la alfombrilla del estrecho pasillo. Pantallas de vidrio lechoso difundían una luz pálida desde el techo. Las paredes brillaban, blancas y duras, recubiertas de una pintura al aceite parecida a la laca. Apareció una enfermera, con su bonete blanco, llevando ajustadas en la nariz unas antiparras cuyo cordón pasaba por detrás de su oreja. Al parecer, era una hermana protestante, sin vocación verdadera para su oficio, curiosa, agitada y afligida por el aburrimiento. En el suelo, en dos lugares del pasillo, había unos grandes recipientes en forma de globo, panzudos, de cuello corto, sobre cuyo significado Hans Castorp olvidó informarse.
—¡Aquí está tu habitación! —dijo Joachim—. Número 34. A la derecha está mi cuarto y a la izquierda hay un matrimonio ruso, un poco descuidado y ruidoso, a quien ya conocerás. Lo siento, no ha sido posible arreglarlo de otro modo. ¡Bien!
¿Qué te parece?
La puerta era doble, con un perchero en el hueco interior. Joachim había encendido la lámpara del techo y a su luz indecisa la cámara apareció alegre y limpia, con sus muebles blancos; sus cortinajes del mismo color, gruesos y lavables; su linóleo limpio y brillante y las cortinas de hilo adornadas con bordados sencillos y agradables, de gusto moderno. La puerta del balcón estaba abierta, se veían las luces del valle y se escuchaba una lejana música de baile. El buen Joachim había colocado unas flores en un pequeño búcaro, sobre la cómoda; las había encontrado en la segunda floración de la hierba: un poco de aquilea y algunas campánulas, cogidas por él mismo en la pendiente.
—Eres muy amable —dijo Hans Castorp—. ¡Qué habitación más alegre! Con mucho gusto me quedaré aquí algunas semanas...
—Anteayer murió una americana —dijo Joachim—. Behrens aseguró que la habitación estaría lista antes de que tú llegaras y que, por tanto, podrías disponer de ella. Su novio estaba a su lado; era un oficial de la marina inglesa, pero no demostró mucho valor. A cada momento salía al pasillo a llorar, como si fuera un chiquillo.
Luego se frotaba las mejillas con cold-cream, porque iba afeitado y las lágrimas le quemaban la piel. Anteayer por la noche la americana tuvo dos hemorragias de primer orden y luego ¡se acabó la comedia! Pero se la llevaron ayer por la mañana, y después hicieron, naturalmente, una fumigación a fondo con formol, ¿sabes? Es excelente en estos casos.
Hans Castorp acogió la noticia con una distracción animada. Con las mangas de la camisa recogidas, de pie ante el amplio lavabo, cuyos grifos niquelados brillaban heridos por la luz eléctrica, apenas lanzó una mirada fugaz a la cama de metal blanco, puesta de limpio.
—¿Fumigaciones? Eso de fumigar es muy habitual —dijo fuera de lugar, pero dispuesto a seguir hablando mientras se lavaba y secaba las manos— . Sí, metilaldehído; los microbios más resistentes no soportan el H2CO2. ¡Pero hace escocer la nariz! Evidentemente, la limpieza rigurosa es una condición primordial.
Articuló estas palabras con cierta afectación y continuó diciendo con gran locuacidad:
—Bueno, quería añadir que... Quizá el oficial de marina se afeitaba con navaja de seguridad; lo supongo porque uno se despelleja más fácilmente con esos trastos que con una navaja bien afilada; ésa es al menos mi experiencia. Uso las dos a menudo... Sí, sobre la piel irritada, el agua salina escuece. Debía de tener la costumbre de usar cold-cream en el servicio militar, lo que no tiene en verdad nada de sorprendente...
Siguió hablando, y dijo que tenía doscientos María Mancini (su cigarro preferido) en la maleta, y que había pasado la inspección de la aduana cómodamente. Luego le transmitió los saludos de diversas personas de su ciudad natal.
—¿No encienden la calefacción? —preguntó de pronto, y corrió hacia los radiadores para apoyar las manos.
—No, nos mantienen bien frescos —contestó Joachim—. Sería preciso que hiciese mucho más frío para que encendieran la calefacción en el mes de agosto.
—¡Agosto, agosto! —exclamó Hans Castorp—. ¡Pero si estoy helado, completamente helado! Tengo frío en todo el cuerpo, aunque el rostro me arde. Mira, toca, ya verás qué caliente...
La idea de que le tocasen la cara no se ajustaba al temperamento de Hans Castorp y a él mismo le sorprendió desagradablemente. Por otro parte, Joachim no hizo nada, limitándose a decir:
—Eso es por el aire y no significa nada. El mismo Behrens tiene todo el día las mejillas azules. Algunos no se habitúan nunca. Pero apresúrate, de lo contrario, no tendremos nada que comer.
Cuando salieron, la enfermera hizo de nuevo su aparición, mirándoles con un aire miope y curioso. En el primer piso, Hans Castorp se detuvo de pronto, inmovilizado por un ruido impresionante, atroz; era un ruido no muy fuerte, pero de una naturaleza tan particularmente repugnante que Hans Castorp hizo una mueca y miró a su primo con los ojos dilatados. Se trataba, con toda seguridad, de la tos de un hombre; pero de una tos que no se parecía a ninguna de las que Hans Castorp había oído; sí, una tos en comparación con la cual todas las demás habían sido testimonio de una magnífica vitalidad; una tos sin convicción, que no se producía por medio de sacudidas regulares, sino que sonaba como un chapoteo espantosamente débil en una deshecha podredumbre orgánica.
—Sí —dijo Joachim—, ése va mal. Es un noble austríaco, un hombre elegante, de la alta sociedad. Y mira cómo está. Sin embargo, todavía puede pasear.
Mientras continuaba su camino, Hans Castorp habló largamente sobre la tos de aquel caballero.
—Es preciso que consideres —dijo— que jamás había oído nada semejante, que es absolutamente nuevo para mí. Estos casos impresionan siempre. Hay varias clases de tos, toses secas y toses blandas; se dice en general, que las toses blandas son las mejores y más favorables que aquellas que producen ahogo. Cuando en mi juventud («en mi juventud», repito) tenía anginas, ladraba como un lobo, y todos estaban satisfechos cuando la cosa se reblandecía. Aún me acuerdo. Pero una tos como ésa jamás había existido, al menos para mí. Casi no es una tos viva. No es seca, pero tampoco se puede decir que se reblandezca; sin duda no es ésta la palabra apropiada. Es como si se mirase al mismo tiempo en el interior del hombre. ¡Qué sensación produce! Parece un auténtico lodazal.
—Bueno, basta ya —dijo Joachim—; lo oigo cada día, no hay necesidad de que la describas.
Pero Hans Castorp no pudo dominar la impresiónque le había causado aquella tos.Afirmó repetidas veces que era como si viese el interior de aquel caballero, y cuando entraron en el restaurante, susojos, fatigados por el viaje, tenían un brillo un tanto febril.
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La Montaña Mágica
Historical Fiction"La montaña mágica" es una novela del escritor alemán Thomas Mann, publicada en 1924. El libro trata sobre un grupo de personajes que se reúnen en un sanatorio de montaña en los Alpes suizos para tratar enfermedades respiratorias. A través de sus ex...