❪Capítulo uno❫

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El dibujo del callejón

(***)

Levante la camisa de manga corta, azul con rayas celestes, del suelo. En este yacen los cristales del espejo en pequeños y grandes pedazos, si yo no hubiese visto como fue destruido ese gran espejo estaría tomando fotos en diversos ángulos y jugando con la luz en sus reflejos. También, si yo no lo hubiese destruido.

Pase la camisa por la cabeza para luego poder pasarla por los brazos. Busqué, rápidamente, los zapatos negros de cuero. Todas mis pertenencias habían sido desparramadas por el frío suelo de color café que hacía un contraste con la pared azul claro. El azul era el mejor color, quien diga lo contrario no sabe nada.

A pesar de estar en época de verano, podía ver mi aliento con cada exhalación que daba. En aquellos pedazos veía mi pecho subiendo y bajando, mi negro cabello desordenado, mis ojos de un color negro intenso y unos labios secos; deshidratados completamente.

Cogí las llaves y fui directo a la cochera, subí a la camioneta gris con plateado y conecté el celular con la radio mientras buscaba un podcadt o algo que oír que fuera interesante, introduje las llaves en el orificio y prendí el motor, hizo un ruido casi inaudible. Salí, con cuidado, y empecé a transar por la vía pública.

Es domingo, y es uno de esos en donde el frío te cala los huesos a pesar de que no hace ni viento, no quieres hacer nada, te encantaría ponerte tus medias y estar tirado en tu cama viendo la trilogía «mira quien habla» porque actuaba Jhon Travolta. Aunque, también es de esos domingos en donde hay reunión familiar y tienes que ir bien arreglado, conversar y comer algo que probablemente no te guste, a pesar de que tu madre lo ha preparado.

¡Pero ella cocina rico! Grito mi subconsciente.

Entarate que a veces no.

¡Por eso no creces!

El semáforo cambia de color, dándome el paso, por lo cual avanzo y me estaciono al frente de una papelería de un estilo medieval o algo por estilo, es muy lindo, aunque un lugar difícil de encontrar. Había encargado un libro como el de 'up' con la diferencia de que en la tapa dijese:
«El circo de Lee Noah».

Ingresé, y mis fosas nasales se llenaron de ese mezcla de olor entre vainilla, café y canela, jamás me acostumbraría a lo cálido qué me hacía sentir ese aroma. La tienda estaba compuesta de dos pisos y era de distintas tonalidades de marrón, uno que otro pasillo era de verde y su juego de tonalidades. Me encontraba en el pasillo siete, era el de pintura y papelería. Ese pasaillo era mi favorito, habían  pergaminos, lienzos, kraft, acuarelas en pasta y plumón.  Coloqué dos de cada cosa en la cesta ni más ni menos.

—Buenas tardes —saludé a la que atendía, supongo que tendrá unos veinte o treinta años.

—Buenas, ¿es cliente nuevo o socio?

—Socio —extendí el celular y le mostré el código QR de la compra que hice, hace dos días, desde el sitio web de la tienda.

—Bien —alzó la vista e hizo una mueca—, lo que lleva en la cesta lo pagará con ¿tarjeta o efectivo?

Acomodé, cuidadosamente, los lienzos, papeles y acuarelas en los asientos traseros, después de pagar, obviamente. Tenían que servir para algo ¿no?

Faltaban como, aproximadamente, dos horas y media para ese almuerzo al cual estaba, casi, obligado a llamarle reunión. Así que me dirigiría a mi nuevo destino.

Aparque la camioneta al frente de un callejón, el cual quedaba a unos kilómetros de la tienda de papeles. Bajé con el libro en manos, ese libro era importante, era especial, era para Lee.

El problema de solo respirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora