En el psiquiátrico hay una Ophelia

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El estudio pasaba de ser el epicentro del arte auditivo a ser el mercado libre en donde guitarristas peleaban con los bajistas por llegar tarde a la sesión, novias y exnovias se encontraban en una enmarañada nube blanca, y en el que siempre el artista pedía más aire en la ecualización de la voz. Mientras más la industria se actualizaba más el estudio se atestaba en hierba verde. Pero hoy se suponía que fuera la excepción con la décima sesión de grabación del musical de Hamlet. Pronto se estrenaría y la casa productora no podría esperar mucho más. Aunque ya contaban con buenas colaboraciones había una canción en la que todavía faltaba grabar la voz principal, razón por la que Wilfredo estaba allí con la novena cantante que, irónicamente, fracasaba en cantar. Frente al crudo micrófono era una persona totalmente diferente a lo que había escuchado en los audios de referencia. Y ni el ingeniero de mezcla, con sus dedos mágicos y oídos de acorde a lo que busca la disquera, podía hacer el milagro.

–Se supone que sea Ophelia expresando su amor por Hamlet, no un teléfono público mal sonante. 

–Parece un gallo ahogao'. –bufó el ingeniero pausando la grabación, pero no la música. Apagó las bocinas del bien insulado salón y se echó para atrás en su acojinada silla.– Deja que termine ahí su invocación, después la echas.

–Ella era mi última opción. –negó con la frustración acumulada en el entrecejo mientras la miraba tras el muy espeso cristal.– Vamos, prefiero hasta grabarte a ti. Te agarras un huevo y capaz entonas mejor que ella.

–Yo tal vez sepa de alguien que pueda ayudarte, pero está loca.

–¿Cuán loca? ¿Lo suficiente como para venir aquí a hacer el ridículo?

–No tan loca. Está en el hospital psiquiátrico de aquí cerca. Di que vienes de parte mía y te dejarán pasar.

–Así que también estás loco.

–Loco por quedarme sordo si me vuelves a traer a una voz así. –aclaró mientras volvía a poner los amplificadores en cero, en especial el Avalon 737, su favorito. Ni la magia de su sonido era suficiente para embellecer aquel cacareo. Hoy no se grabaría nada más.

Al día siguiente Wilfredo se dirigió al lugar que le había dicho su ingeniero, la ayuda que le estaba dando en el proyecto era tremenda y debía aprovecharla aunque estuviese en un inesperado lugar. De todos modos así es como se encontraban las mejores joyas, en los lugares más inhóspitos de sanidad. ¿No? Puede que aquí encuentre a su próxima Ophelia, como también puede hallar un nuevo terapista como no termine la producción que tan costa arriba se le estaba haciendo. Ya sea una o la otra debía intentarlo.

Tan pronto entró al hospital se dirigió al "counter" principal, donde procuró a Anne Ansell con un dejo de inseguridad. Jamás se había aventurado a ciegas a un lugar como ese y no sabía qué esperarse, mucho menos con la reacción de sorpresa inesperada de la recepcionista.

"¿Invoqué al diablo?" ―pensó, ya empezando a creérselo.

–Vengo de parte de "Miracle Fingers". –articuló patéticamente aquel nombre artístico como último recurso. "

¿Por qué de todas las posibles combinaciones Mathew había escogido esa? Si prefería que no usara su nombre al menos debió idear algo mejor."― discutía en su pensamiento, pues odiaba quedar en ridículo

La mujer muy amablemente asintió, como si hubiese unido dos puntos distantes, y lo hizo firmar una lista totalmente vacía, por cierto.

–Sígame, lo llevaré a su habitación. Aunque debo admitir que es la primera visita que Anne recibe.

Wilfredo quedó mudo pese a no saber cómo reaccionar ante la situación. ¿Era eso malo o bueno? No tenía idea. Solo sabía que si no encontraba a su Ophelia allí prefería tomar el vino envenenado que mató a Gertrudis.

En el psiquiátrico hay una OpheliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora