Prefacio

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«A veces la justicia se toma su tiempo, y otras no queda más opción que tomarla con tus propias manos».

Ese era el lema de Ronin en aquel momento, no podía pensar en nada más. El dolor y la irá lo consumían a partes iguales, no había cabida para el raciocinio.

Contempló al que alguna vez consideró un amigo. Tomó una profunda bocanada de aire y le dio una señal a Javier, su mejor amigo, para que llevara al chico fuera del complejo vacacional.

Estaba enfadado, pues podía notar que se la estaba pasando a sus anchas sin importarle la batalla entre la vida y la muerte que se libraba en otro lugar en una cama de hospital. Eso avivó las llamas de su odio. Javier asintió y se dirigió en dirección del que una vez fue su amigo.

Ronin no pudo evitar pensar que, si hubiera actuado antes, esto no estaría pasando. Se pudo prevenir esta situación si tan solo la directora hubiera intervenido cuando le dijo que algo estaba mal, que no podía permitir ese comportamiento con uno de sus alumnos. Pero ahora era tarde, y los hubiera no existen.

Se dirigió detrás del edificio a donde le indicó a Javier que llevara al chico. Seguía sin comprender por qué Damián no le dijo que era su ex amigo quien lo molestaba. Quizás pensó que no le creería.

Sin embargo, ¿cómo podría no creerle después de ver las heridas en su cuerpo?

Dejó sus pensamientos a un lado al percatarse que su amigo había cumplido su parte. Frente a él se encontraba Ángel, quien al verlo desplegó una sonrisa como si no pasara nada.

Ronin no respondió, solo se puso en guardia. La práctica de box hacía que el movimiento fuera tan natural como respirar, además de que no era la primera vez que peleaba. Incluso, meses antes, cuando lo hizo con un antiguo rival de su hermano Axelei no había sentido el mismo fuego que lo consumía ahora.

Ángel arqueó una ceja en su dirección al notar que su encuentro no sería amistoso.

—¿Puedo saber al menos por qué estás a la defensiva? —preguntó con un ligero atisbo de diversión.

—Lo que le hiciste a Damián no se quedará así —respondió y soltó el primer gancho directo a la mandíbula.

Ángel retrocedió un par de pasos por el impacto.

—Lo que sea que te haya dicho es mentira —dijo, poniéndose a la defensiva—. No puedes creerle más a él. —Intentó conectar un golpe, Ronin lo esquivó—. Nos conocemos desde hace un par de años, y a ese chico, ¿qué?, ¿unos cuantos meses? —Negó con la cabeza en desaprobación.

—¿Desde cuándo?, ¿cuánto tiempo llevas haciéndole daño? —preguntó Ronin acercándose más de manera intimidante. Sabía que Ángel no había sido el único, pero de los demás ya se encargaría después.

—Solo le di su merecido. Personas como él no merecen la pena —contestó con un dejo de suficiencia en su voz.

—Cállate, no vuelvas a repetirlo —soltó, temblando de ira, y antes de darse cuenta se lanzó sobre él.

Lo tomó desprevenido y lo derribó sobre el asfalto.

No podía escuchar nada a su alrededor, todo era caos, ira, dolor, confusión. Fue uno de sus amigos quien llegó y finalmente lo apartó de Ángel, que yacía tirado en el suelo, quizá inconsciente. No se acercó a comprobarlo.

Sin embargo, para Ronin no era suficiente. Se incorporó como pudo y quiso golpearlo otra vez, pero no lo hizo. Aunque fuese más lejos, eso no aseguraba que Damián despertaría del coma pronto.

Lo había visitado cada día, no obstante, cuando él se presentó en el hospital al cuarto día después de que fue ingresado descubrió que la habitación de Damián estaba vacía. Sus padres se lo habían llevado, y ni siquiera parecía que estuvieran en el país. Los había buscado, y no obtuvo resultados. No sabía qué más hacer.

¿Cómo se había ido todo al infierno? ¿Por qué no tuvieron más tiempo?

Se escucharon las sirenas de las patrullas y de la ambulancia, pero Ronin no se movió.

No podía, ya no importaba nada. 

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Hola, bellos seres. n.n

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