Espacio Vacío

104 8 5
                                    

Ranma lo sabía. Desde hacía días que encontraba, de Akane, ligeras pistas de deseo en los pequeños detalles de la rutina diaria. Hasta el ángulo exacto en el que ella le pasaba el salero durante las comidas era una petición tímida, un lenguaje secreto que su alma, sin ver, podía entender. Entendía una caricia de miradas durante clases; un pequeño saludo de la lengua de Akane paseando ligera por sus labios para atrapar algún arroz a la hora de la cena; el brillo de su boca cuando le inundaba una sonrisa... Y nunca lo hubiese sospechado si no fuera por una pregunta que escuchó casual, señalándole todos los rastros que le eran dejados voluntariamente por su única prometida. No le dejaban duda.

Días atrás, durante el receso en el salón de clases, la risa de Akane le roció con su alegría y decidió aguzar el oído, escuchando la plática entre mujeres a unos cuantos pupitres del suyo. Entre incómodas y agudas risillas logró filtrar los ruidos para captar lo importante.

Una de las chicas preguntó:

—¿Akane, es cierto que los besos saben a limón?

Y Ranma se alejó de la plática de sus amigos para reclinarse más en su asiento hacia dirección contraria.
A él qué le importaba el sabor de los besos, ya había tenido varios y todos fueron tan agrios e hirientes como la vergüenza, su interés radicaba en qué besos podía haber estado incluida su prometida.

Durante una eternidad todo el mundo movió lentamente la boca sin emitir sonido. Los respiros gritaron como huracanes y la saliva tragada retumbó en múltiples ecos en las paredes. El corazón de Ranma dejó de palpitar por un momento, casi entrando en paro.

—N-no... no tengo idea...—confesó Akane—. ¿Dónde escuchaste eso?

El mundo giró de nuevo, las bocas emitieron voces, los objetos proyectaron sombras, las respiraciones volvieron a ser un susurro invisible y la sangre de Ranma recorrió de nuevo todos los rincones de su cuerpo, llevándose burlona cualquier rastro de ansiedad y llenándole de una extraña iniciativa que no podía aceptar como tal.

Desde ese día, lo supo: cada batir de las pestañas de su prometida era una petición a satisfacer la duda; cada letra que pronunciaba de su nombre era preguntarle abiertamente lo que ella se cuestionaba; cada golpe que le daba por la indolencia de su boca era casi una exigencia.

Ranma estaba seguro: La violenta y poco delicada Akane Tendō quería un beso suyo.

Comenzó a espiarla, justificándose a sí mismo que solo era una pequeña investigación para protegerla de cualquier otro que pensara que las señales dejadas por Akane eran para ellos y no hacia él. Durante las noches le observaba por la ventana como un tigre, y muchas veces la encontró palpando sus labios frente al espejo ante el anhelo del que era presa.
¿Era esa su forma de imaginarse el sabor de su esencia?
¿Eran esos suspiros, fantasías femeninas de un futuro que se suponía llegaría cerca?
¿Era la pregunta que escuchó, correcta?
¿Y cómo lograría él vencer al miedo y apresar sus bocas con orgullo?
¿Y cómo no salir disparado, después, de aquel embrujo?
Porque cada vez le desesperaban más los segundos,
cada vez le importunaban más las risas
que a escondidas le pedían, le exigían, le prohibían,
dejar pasar un día más sus labios lejos de los suyos.

Ranma decidió, entonces, dejarle a Akane también tiernas pistas que más bien eran gritos escapando de lo profundo de sus ganas, y tal atención solo era notoria para los demás: su terca prometida era la dueña de una ceguera tan especial que nunca sentía la manera en la que ciertos ojos azules hacían de todo con sus labios. Ranma le arrancaba el rosa vivo de su boca con una sola mirada y ella ni se inmutaba. El corazón del chico le acariciaba el alma cuando le tocaba por error (con toda intención) alguna parte del cuerpo al caminar, al comer, al hablar. Y ella ni enterada, ni en cuenta, ni nada.

Espacio VacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora