Capítulo XIV

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Alberto había planeado una remodelación completa para el hogar que compartía con su mujer. Decidió cambiar todos los muebles por otros mucho más modernos y amplios, más confortables y más acordes a la decoración del lujoso departamento.

La compañía encargada de amueblar el departamento había fallado con la entrega y Alberto hacía una y otra vez tremendo coraje, realizó varias llamadas y muy en contra de sus principios, le fue imposible controlarse, por lo que terminó diciendo algunas palabrotas a quien del otro lado de la línea telefónica prefirió colgar. Candy corrió hacia su amado y con sus suaves y blancas manos, tomó a tiempo el móvil antes de que Alberto en tremenda rabieta lo azotara contra el piso. —Vamos amor, ven conmigo, no pasa nada si esperamos unos cuantos días mas,—La voz femenina y dulce de su mujer, sabía apaciguar a su hombre. Lo tomó de la mano y lo llevó hasta la habitación.

Ahí, sobre un cómodo colchón y con la luz titilante e íntima de un par de velas aromáticas, Candy y Alberto entrelazaron sus manos, convirtiendo ésa y las noches que siguieron en su departamento del Magnolias, en testigo de incontables sueños e ilusiones. Discutían entre bromas por futuros temas absurdos, como el largo de la falda que usaría su hija adolescente, no mucho maquillaje, incluso la hora de llegada de las fiestas.

Guillermo siempre terminaba cediendo aunque en su interior pensaba sin decirlo, que de hecho, no habría fiesta alguna a la que su hija asistiría; quizá hasta los veintitantos. Candy imaginaba un hijo, un muchachote alto y fornido, inteligente y serio, con todos los rasgos físicos de su amado Alberto. Si acaso algunas pecas, o el cabello rizado, casi estilo afro, como el de ella. — "Un sobresaliente y excelente cirujano"... —Pensaba Candy, —"Dominando los temas de la hacienda y amando los caballos, igualito a mí..." — Pensaba Guillermo con una sonrisa llena de alegría, emoción que a veces se opacaba con la incertidumbre entristeciendo su corazón, y es que, al haber perdido a sus padres y hermana siendo tan joven, la idea de la muerte rondaba todos y cada uno de los días de su vida; en ocasiones a ratos, otros días varias horas.

Sí, Guillermo ya había visitado una docena de psicólogos a causa de la constante idea de que todo puede terminar en un instante. Incluso en los momentos de mayor dicha, siempre asomaba su necia cara la densa neblina del miedo, una nefasta ansiedad que en ocasiones lograba arrebatarle hasta los momentos más felices, vivía con frecuencia, el terror de que todo acabase de repente o que todo pudiese cambiar inevitablemente en un instante. Con el tiempo y la ayuda psicológica que recibió había podido controlar esos amargos episodios de crisis, pero no siempre lo lograba.

Sin saberlo, Candy por igual sonreía con todo aquello que ambos deseaban, aunque en el fondo se abrumaba al ser consciente de los grandes cambios que vislumbraba en su horizonte. Sólo imaginar el momento de cada parto que enfrentaría, las posibles complicaciones, los desafíos de la maternidad. Le hacía falta una mamá y un papá que pudieran abrazarla y reconfortarla en cada día importante. Que pudieran guiarla y aconsejarle en los momentos difíciles, pero sabía que debía ser fuerte pues sólo eran ella y Alberto.

Ya casi tenían decidido el nombre de sus hijos y los lugares del mundo a donde de seguro viajarían: Brasil, Hawaii, Londres, Escocia, Italia, África, París, Australia, Manila y Japón, eran apenas algunos de los destinos que garabatearon en una larga lista. Los planes eran muy claros. Las metas firmes y las promesas que se hacían uno al otro llevaban implícita una súplica amorosa a Dios, para que les permitiese ser felices y si no era mucho pedir, anhelaban tener vida suficiente para envejecer juntos.

Así, entre sueños, trabajo, contratiempos y berrinches de ambos, comenzó el trayecto para formar una familia. La hermosa novia se giraba para alcanzar a mirar a través de la ventana. Volteó inquieta y estiró el cuello nada más escuchó el inconfundible tono de voz de Alberto. Sabía que era él, su cuerpo reaccionaba con sólo escuchar el exquisito y vibrante barítono de su amor.

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