One shot.

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La percepción era un arma de doble filo.

La empatía pura también lo era.

Tras escupir el dentífrico en el lavabo, Will Graham se miró en el espejo del baño. Y una parte de si mismo esperó, si bien de manera muy recóndita, encontrar un rostro cambiado. El alce había mutado. La transformación estaba casi completa y dentro de poco se rompería la crisálida de su nuevo yo.

¿A esto había llegado?

Se mentía.

Descaradamente lo hacía. Puesto que no era su rostro cambiado ni el del alce lo que había esperado encontrar en su reflejo, sino el de Hannibal Lecter.

Una mirilla bifocal los enlazaba. Sus propios sentimientos estaban entremezclados.

Se habían cambiado el uno al otro. Jugaban una partida doble de riesgos inestimables.

¿Los movía el amor, la obsesión, el capricho, los deseos de destrucción, las ansias de pertenencia?

Quizá todo junto convergía en ambos. Era difícil de precisar a esas alturas de la relación.

Después de enjuagarse el rostro y secarse con una toalla, Will fue hasta la ventana y corrió las cortinas oscuras de lino.

Las nubes seguían acumulándose en el cielo para resguardar la resplandeciente luna de plata.

Vistiendo únicamente sus bóxers oscuros de licra, Will se metió a la cama, se cubrió con las sábanas y trató de imaginar lo que estaría haciendo Hannibal en ese preciso momento.

Faltaban diez minutos para su llegada. Siempre era puntual. La última cita en su consultorio habría finalizado hacía media hora, a lo menos. Con suerte, el paciente volvería a casa sano y salvo, pero...¿Y si no?

Para Hannibal la justicia no existía. Todos eran cerdos inferiores. Animales seccionados en diferentes categorías.

Todos aquellos recipientes dentro de la nevera y el frigorífico. Los cortes, los órganos que podían pasar fácilmente por cerdo, res, cabra.

La idea en si ya no le era vomitiva. Su psique se había rasgado tanto con la compañía de Hannibal que, la noche anterior no hizo un solo gesto de asco al terminarse el "pato a la naranja".

Su habilidad, se había vuelto en su perdición.

Tan atados estaban el uno al otro que, era como si constituyeran un solo ser fragmentado.

Eran el diseño del otro. Se habían moldeado a semejanza del contrario y, al hacerlo, se habían condenado.

La vida de ambos giraba en torno al caos, la muerte y la desconfianza mutua.

Hannibal no era como el resto de criminales. Había algo de humanidad en él, pero no estaba dirigida hacia sus víctimas. Y sin embargo, aún a sabiendas de que era un asesino, que lo había alejado de sus amistades, y de que lo había destruido psicologicamente en su afan por retenerlo, Will no podía odiarlo del todo. Había una barrera que le impedía llegar a esa zona emocional. Puede que fuera por el lazo tan fuerte que había forjado con Hannibal.

De extraños a conocidos.

De compañeros a amigos.

De amigos a enemigos.

De enemigos a amantes.

Todo era tan confuso. Pero a la vez tan simple.

Will contuvo la respiración al oír el rechinido de la puerta al ser abierta. Escuchó como Hannibal se quitaba los mocasines y los dejaba botados antes de subir a la cama.

Like a dead body. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora