PRÓLOGO: El primer verano

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Papá había estacionado su auto nuevo en la entrada de la empresa de auto partes alrededor de las 5 PM. Yo crucé mis manos y respiré profundamente antes de tomar coraje para bajar y acompañarlo al interior del lugar.

A esa hora, la compañía, que estaba ubicada en la metrópoli de Bangkok, era como una laguna en calma: no había prácticamente nadie allí, la gente parecía haber desaparecido de sus asientos y las oficinas estaban impolutas y vacías. Su contraste con el afuera y con la locura de la ciudad era sorprendente: Bangkok, en todo momento, era un mar de gente. Para alguien de Chiang Mai como yo, nada acostumbrado a las reuniones sociales, y que había vivido diez años en calma, el shock cada vez que acompañaba a mi padre a controlar los negocios en la capital era enorme.

A través de las estructuras de vidrio que encerraban cada uno de los cubículos de las oficinas se podían ver hermosas paredes blancas y muebles a juego que hacían parecer a la empresa un espacio de paz y contención dentro del ambiente laboral de Tailandia. De no ser por las paredes de vidrio, hubiera jurado que el sonido rebotaba allí adentro, ya que debido a su obsesiva pulcritud parecía que nadie había habitado el lugar, cuando en realidad el último empleado había salido de trabajar hacía nada más que media hora.

Por supuesto, todo eso había sido idea de mi padre para generar un clima laboral, según su criterio, mucho más satisfactorio para cualquiera que deseara trabajar allí.

Claro que la sede central era suya, al igual que todas las sedes de Sumettikul Enterprises y sus subsidiarias en todo el país y en la parte continental de todo el Sudeste de Asia. Y yo tenía que acompañarlo en cada paso porque se suponía que sería el heredero de todo su emporio. Tras la negativa de mi hermano mayor a  hacerse cargo del negocio familiar, todo el peso había recaído sobre mis hombros...

Y ahí estaba yo, un niño de diez años, haciendo acto de presencia en un espacio totalmente ajeno a mi persona, rodeado de cosas que eran conocidas y a la vez desconocidas para mí, caminando por los pasillos de una empresa inmaculada en la que no quería estar, porque todo lo que deseaba era estar en mi habitación, jugando con mis autos eléctricos a control remoto y paseando en el auto a escala que me habían comprado para mi último cumpleaños, disfrutando del verano en mi tan amada ciudad natal, y no pasando el calor más insoportable del mundo en una ciudad tan colmada de personas, ruido y contaminación como lo era Bangkok.

Mi padre me miró a los ojos, miró a su alrededor y sonrió con orgullo.

- ¡Imagínate cuando todo esto sea tuyo, Bible!

Le sonreí tímidamente y por compromiso. La verdad es que en ese momento era incapaz de dimensionar lo que mi padre quería decir y menos que menos de pensar en un futuro como empresario, cuando todo lo que mi corazón quería era estar armando mis autos a escala.

- ¡Anímate! Papá hoy va a encontrarse con alguien muy influyente y algún día lo conocerás tú también y podrán trabajar juntos.

Mi padre sonrió con entusiasmo y me abrazó con fuerza. El brillo en sus ojos demostró el orgullo que sentía en ese momento, al haberle presentado el producto de su sudor y su esfuerzo a una de las personas más queridas y admiradas para él.

A pesar de ser tosco y a veces un poco exigente, si algo tenía mi papá era que nos quería mucho y estaba orgulloso tanto de Jonathan (mi hermano) como de mí, así que la sola imagen de eso y el amor que sentía por mi madre me hicieron sentir un poco más cálido y menos tenso.

Pero, lo que me hizo volver a estar tranquilo (o al menos un poco menos nervioso) fue lo que me dijo a continuación.

- Por hoy, los más grandes discutiremos sobre cosas de adultos, tú puedes quedarte en aquella habitación mientras me reúno con estas personas - señaló una oficina que, para mi sorpresa, no era de vidrio en lo absoluto y, acto seguido, se metió en una sala enteramente vidriada, cuya puerta tenía colgada una leyenda que rezaba "Sala de reuniones".

Me dirigí hacia el salón que él me había indicado mientras lo veía abrazarse con un hombre y una mujer cuyos rostros me parecían muy familiares. Seguí mi camino hacia el final del pasillo, abrí la puerta y entré.

Con la cabeza a gacha, cerré la puerta detrás de mí con mucho cuidado y giré sobre mis pies sin hacer ruido. Había aprendido a ser bastante silencioso, no porque me hubieran criado así ni porque mis padres lo exigieran, sino porque no me gustaba llamar la atención y estaba acostumbrado a estar solo y me gustaba no tener contacto con otras personas. De hecho, P'Jonathan y su amigo P'Tong eran las únicas personas con las que me abría y me divertía.

Al levantar la vista para buscar un lugar en donde sentarme a descansar hasta que mi padre se desocupara, me encontré con una imagen que, en un principio, me dio exactamente igual.

En el sofá blanco, que hacía juego con las inmaculadas paredes, había alguien que parecía ser un chico, con una remera de color azul y unos pantalones negros de jean, llevaba en las orejas unos auriculares de cable enormes y jugaba con algo que parecía ser un iPod.

De repente, el chico miró hacia el frente, se puso de pie y comenzó a bailar, hasta que se detuvo en seco y giró. Su cara de sorpresa al verme me hizo saber que apenas acababa de notar mi presencia cuando se había fijado en mí.

Fue entonces cuando se me acercó en cámara lenta y a grandes zancadas y yo comencé a sudar en frío ya que las interacciones sociales no se me daban para nada bien.

Estaba pensando en correr hacia la salida de emergencia del edificio cuando se paró a mi frente, se quitó los auriculares y me tomó de la mano y la sacudió con fuerza... Y fue entonces cuando me sonrió con una hermosa sonrisa de dientes blancos y corazón noble y con sus ojos fruncidos por la alegría exclamó:

- ¡Hola! ¡Me llamo Jakapan Puttha y es un gusto conocerte!

Fue esa la primera vez que Build sacudió, además de mi mano, mi mundo entero.

Verano es igual a amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora