—No, no y no —Jennie movía su dedo índice en negación, justo frente al rostro de aquel hombre que no le causaba nada más que repugnancia. —Ya discutimos esto, y creo que hablo por todas —observó a sus compañeras, quienes permanecían sentadas a su izquierda— cuando digo que no renovaremos nuestro contrato con esta agencia.
—Escuchen —el sujeto comenzó a hablar, pero fue interrumpido.
—¡Usted es el que debe escucharnos! —Rosé se había levantado de su asiento, apoyando las manos en el extenso escritorio de caoba, mientras que enojo era lo único que su rostro transmitía. —Estamos hartas, cansadas y Jisoo está envejeciendo, sólo mírela —señaló a la nombrada, quien sostenía un Nintendo Switch y observaba perpleja a la falsa rubia— ¡No podemos seguir con esto! Queremos una vida normal, alejadas de las cámaras y el ojo público.
Y no, no estaba exagerando.
Llevaban siete años siendo perseguidas por los odiosos sasaengs, continuamente cegadas en cualquier parte del mundo por los flashes de los fotógrafos que se amontonaban a su alrededor e invadían su espacio personal, sólo para obtener contenido y sacar noticias de las cuales, obviamente, el noventa y nueve por ciento eran falsas.
Sinceramente, resultaba agotador.
Sin mencionar el odio injustificado que recibían, especialmente Jennie. Ni siquiera podía hacer algo tan simple como respirar porque en menos de un segundo sus redes sociales se llenaban de comentarios hirientes hacia su persona. Los primeros años fueron los peores. Gracias a eso nunca pudo salir de nuevo con Kai, aquél agradable chico con el que logró congeniar tan bien después de intercambiar algunas palabras. Todo el mundo se dedicó a atacarlos cuando se enteraron de su supuesto noviazgo. No le dieron oportunidad de defenderse; si tan sólo supieran que ninguno de los dos buscaba algo más que una amistad, alguien con quien escapar de la soledad que conllevaba ser idol.
Con el tiempo, Jennie se resignó y aprendió a no darles importancia, incluso algunas veces contraatacaba a los haters y se burlaba de ellos sutilmente, disfrutando ver el mundo arder.
—Chicas —comenzó a hablar, entrelazando sus manos por debajo del mentón.
—No —Rosé lo señaló amenazante con el índice, dándole a entender que no se atreviera a abrir la boca hasta que ella terminara de hablar. La rubia podría tener una apariencia inofensiva y tranquila, pero cuando sobrepasaban sus límites se convertía en una completa hija de puta, como Lisa solía llamarla cuando discutían. —¿Cómo se atreve si quiera a ofrecernos algo tan denigrante como otro contrato? Lo único que han hecho aquí es monetizar con nuestra imagen y nombres, ¿y qué recibimos nosotras a cambio? ¡Nada!
—Tienen la fama por la cual la mayoría de los artistas, especialmente los western, matarían —respondió el viejo de la gorrita ridícula, con una sonrisa de lado. —Y el dinero suficiente para vivir cómodamente por el resto de sus vidas, ¿qué más necesitan?
—¡Créditos! —corearon al unísono las cuatro chicas.
Lo que realmente les importaba a ellas como artistas era ver su nombre plasmado en los créditos de composición y producción de sus canciones. Todos sabían que las cuatro pasaban horas y horas en el estudio, aportando ideas y trabajando duro, dando como resultado increíbles obras maestras que nunca veían la luz del día porque siempre terminaban grabando lo que Teddy Park les decía.
Y no es que las canciones de Teddy fueran malas, al contrario, las había hecho ganar incontables premios. Pero no se sentían como algo propio, no tenían su marca personal.
—Y más líneas —agregó Jisoo en tono casual, regresando su atención al videojuego.
—¿Eso es todo? —Hyun Suk parecía aburrido, pues no era nada nuevo lo que el grupo reclamaba. —Si renuevan el contrato, le daremos solución a sus peticiones.
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¡Ay Cabrón!
FanfictionSu contrato como Blackpink, uno de los grupos más exitosos de la última década, está a punto de terminar, y las integrantes de éste no están dispuestas a renovarlo. Yang Hyun Suk, su jefe, piensa que es buena idea regalarles unas vacaciones, tal vez...