Legione Sumus

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Existen ciertas realidades que son y existen, a pesar y sin importar que las personas crean o no en estas realidades. El mundo espiritual es una de esas realidades que es, porque simplemente es, no importa de qué religión sea usted o si al final no cree en ninguna entidad divina, ni en sus entidades antagónicas.

Si la entidad divina es la expresión o manifestación del bien, entonces las entidades antagónicas simple y llanamente son la representación del mal, y estas fuerzas contradictorias se encuentran en permanente lucha y fricción. Eso es así desde el principio de los tiempos, aunque usted no lo crea.

En ciertas ocasiones estos tironeos entre el bien y el mal saltan inesperadamente del mundo de lo intangible hasta el mundo de lo tangible, y es cuando se presentan manifestaciones fenomenológicas espeluznantes, y que los escépticos se esfuerzan inútilmente para buscarle una explicación racional. No hay razón en la sinrazón.

Esta historia podría haber sucedido en cualquier sitio de nuestra América Latina donde la realidad es todo menos racional, donde la ciencia se podría ver rebasada por las tradiciones más profundas de nuestras culturas ancestrales que fueron absorbidas y mimetizadas por la fe cristiana a lo largo de siglos de ocupación española.

Dicen aquellos que se precian de un alto conocimiento religioso, que donde abunda la ignorancia suele ser terreno fértil para el accionar de aquellas entidades maléficas que jamás estarían dispuestas a perder los territorios y cuerpos que poseen ante el avance de la cruz salvadora. Es por esto, que ante la amenaza el mal se materializa, toma posesión de cuerpos y lleva a cabo su defensa en el plano físico.

En su combate a muerte contra el Bien las fuerzas del mal hacen uso incluso de aquellos que uno pensaría que van por el camino de la santidad, y hacen uso de esas pasiones oscuras y ocultas que solo existen ahí donde los ojos de los hombres no alcanzan a ver.

Serafín era un sacerdote católico, de unos 55 años, que sinceramente se esforzaba por hacer las cosas bien, pero en el interior de su alma llevaba contradicciones internas que el maligno sabía explotar muy bien y a su conveniencia

En los años 50 o 60, en alguna región alejada de la selva amazónica, Serafín se adentraba junto con varios otros misioneros a una comunidad indígena tratando de llevar esa palabra moralizante a estos grupos humanos que vivían en la inocencia de la ignorancia, quizás hubiera sido mejor dejarlos así...

Mientras la partida de misioneros se adentraba más en la espesura de la selva, la sensación del mal se volvía mucho más evidente, las almas más débiles eran presa fácil de corrientes de aire gélido que pasaban a milímetros, erizando la piel y causando la sensación de alguna presencia, pero no lo podían ver.

¿Dónde queda la fe y los años de estudio cuando el miedo se te incrusta hasta en los huesos? Rosarios van y rosarios vienen, pero cuando es la maldad pura la que se siente amenazada, no hay rosarios que sirvan ante su contraofensiva. Porque el Mal conoce a los hombres en sus recónditas profundidades, y estos misioneros no eran más que hombres olvidados por Dios, en una misión condenada a la derrota.

Estos hombres que habían entregado su vida al servicio de la fe, dejando sus familias e incluso dejando la posibilidad de tener su propia familia, se encontraban frente a esta tétrica realidad cuestionándose si en verdad valió la pena semejante sacrificio, si quien se supone los había llamado a la vocación los había abandonado a su suerte en esta lucha cuerpo a cuerpo contra el príncipe de las tinieblas.

Al encontrarse acampando en su cuarta noche de travesía, Hermenegildo, un seminarista de no más de 16 años, hincado de rodillas repetía el Padre Nuestro con insistencia, mientras sentía que sombras imperceptibles lo envolvían, su psicología estaba destrozada, un simple muchacho con espíritu altruista que pensaba al comenzar alegre esta misión que Dios lo miraba con benevolencia y quizás pudiera borrar aquellos pecados que se llevan en el alma. Ahora mientras rezaba, temblando y llorando, no logró controlar su histeria y en una muestra fútil de desesperación lanzó un grito desconsolador: "¿Dónde estaaaaaaas?"

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