No veo nada, no se dónde estoy. Todo está oscuro y solo veo una luz roja, lejana, sobro mi cabeza. Mi pulso se acelera, al igual que mi respiración. Me quedo contra lo que supongo es una esquina de donde quiera que estoy ahora. Entonces empiezo a moverme. No. Más bien la cosa donde estoy comienza a moverse, a subir, pues la luz roja pasa a hacerse cercana por segundos. La velocidad aumenta y siento como mi cuerpo se adormece con la presión. Yo envuelvo mis piernas con mis brazos temblorosos, sintiendo cómo lágrimas recorren mis mejillas. Cierro los ojos con fuerza y grito cuando aumenta la velocidad nuevamente, presa del miedo, de la incertidumbre de no saber si parará o no, y si lo hará, qué habrá arriba.
El chillido de los metales y de mi propia voz cesan de golpe cuando la cosa toca superficie, haciéndome rebotar por el impacto, pero vuelvo a echarme hacia atrás, a "esconderme" en la esquina, y tapándome los ojos cuando la luz impacta con ellos. La luz del sol. Tengo la sensación de que hace mucho tiempo que no la veo.
—¡Hey! ¡Venid aquí! —escucho gritar a una voz, al parecer, masculina.
Intento abrir los ojos, pero las lágrimas y la luz no me lo permiten. El techo de la cosa parece abrirse, y presa del miedo, intento fundirme con la esquina, tras unos barriles de plástico.
Se me escapa otro grito cuando un golpe cercano a mí, haciendo rebotar nuevamente el suelo metálico de la cosa, me toma por sorpresa. Alguien ha saltado dentro. Entonces siento el tacto de una mano en mi cabeza y un dedo en mi frente. Tiemblo ante el toque. ¿Qué me harán? ¿Cuántos son? ¿Quiénes son? ¿Dónde estoy? ¿Van a matarme?
Con la mano aún en mi cabeza, hace que la levante levemente, y yo me obligo a abrir los ojos, soltando un par de lágrimas involuntarias y desorbitando mi respiración. La luz no me molesta tanto, así que puedo abrir los ojos correctamente, viendo a la persona frente a mí. Es un chico. Es castaño, de tez clara y ojiverde. Me mira suavemente, tranquilo, y eso me tranquiliza levemente.
—¿De verdad es una chica? —escuchó nuevamente la primera voz. Esta vez no grita.
—Lo es —responde el chico frente a mí, sin apartar la mirada y tampoco su mano—. Tranquila, no te haremos daño —dice, retirando su mano de mi cabeza y tendiéndomela cuando se pone en pie—.
Miro su mano, luego miro su rostro, en el que hay implantada una sonrisa suave que me da algo de seguridad. Acerco mi mano temblorosa a la suya, y es él el que rompe la distancia al ver que el temblor me lo dificulta. Me ayuda a levantarme lentamente, con cuidado al ver que estoy algo mareada. Nos acercamos al borde de la cosa, y entonces miro hacia arriba. Mi cuerpo quiere retroceder al ver a todos esos pares de ojos observándonos, pero él no me lo permite. Mi pulso vuelve a acelerarse.
—Tranquila, son amigos. Nadie va a hacerte daño —es lo que dice antes de colocar sis manos en mi cintura—. Agárrala Topo —ordena antes de sacarme fuera de la cosa. Arriba es un chico alto, peli negro y de ojos marrones quien me toma de los hombros. Me regala una pequeña sonrisa, haciendo que sus ojos rasgados casi desaparezcan.
—¿Deberíamos llevarla a la Hacienda? —pregunta un chico rubio cuando el chico ojiverde sale de un salto de la cosa, que me observa tras hacerlo.
—Debería verla un mediquero y descansar un poco antes de eso. Parece mareada. Además está asustada. Le vendrá bien dormir un poco.
Tras sus palabras unos pocos asienten, otros se alejan de nosotros. El chico me da una mirada antes de irse y el peli negro me guía unos metros hasta lo que parece una cabaña de madera. Una vez dentro un chico con un gorro de tela color café me da unos medicamentos antes de ayudarme a recostarme en una camilla. Me asegura que me ayudarán a descansar ya sentirme mejor mejor, pero no quiero volver a cerrar los ojos. Con una de sus manos cierra mis párpados con delicadeza, y en cuestión de segundos, logro conciliar el sueño....
Unos ruidos lejanos se hacen cada vez más audibles para mis oídos, lo que me lleva a abrir los ojos. Miro el techo de madera y ramas, sin levantarme o moverme. Esta vez no me cuesta adaptarme a la luz. Tampoco soy mareada. Al parecer si necesitaba descansar.
—¿Ya estás despierta? ¿Cómo te encuentras?
Giro mi cabeza a la izquierda para encontrarme al chico de las medicinas, que ya no trae el gorro puesto, dejando ver su corto pelo afro. Está sentado en un tronco mientras afila un cuchillo con una piedra. Deja ambas cosas sobre una mesa y se acerca a mí para ayudarme a incorporarme. No me opongo, y cuando estoy sentada él me mira a los ojos, buscando algo.
—¿Estás mareada aún? —pregunta; niego con la cabeza— ¿Estás bien entonces? —asiento y él me da una sonrisa antes de acompañarme fuera de la cabaña. —Entonces iremos con los demás. Todos debemos presentarnos —dice, caminando a mi lado por la hierba.A lo lejos puedo ver una hoguera y muchos chicos alrededor, al parecer, comiendo y riendo. Pueden ser quince o veinte, pero no más.
Cuando llegamos junto a ellos, las miradas recaen en mi persona, lo que logra cohibirme bastante. Los que están de pie se encargan de sentarse en el suelo o en lo que pueden, y el primer chico que vi, que está sentado en un tronco tumbado en el suelo, me hace señas para que me siente junto a él. No me niego, pues no sé qué más podría hacer. Todos están en silencio, y este solo se rompe cuando el chico ojiverde a mi lado, habla.
—Sé que ahora todo es un poco confuso, pero nosotros te lo explicaremos todo, ¿de acuerdo? —dice, girando un poco su cuerpo para mirarme— ¿Recuerdas cómo te llamas?
Y es esa pregunta tan absurda la que consigue que todo átomo de mi cuerpo se llene de agobio y ansiedad. ¿Quién soy? ¿Cuál es mi nombre? ¡¿Cómo me llamo?! No puedo olvidar quién soy..., ¿verdad?
Mis ojos se llenan de lágrimas de agobio, haciéndome sentir estúpidamente estúpida. Unas palmadas son dadas en uno de mis hombros. El ojiverde me mira con cautela.
—Tranquila, es normal que no lo recuerdes. Ninguno de nosotros lo recordaba cuando subió en la caja —dice calmado. Eso logra calmarme ligeramente, así que me seco las lágrimas que estaban a punto de caer. —Está bien, te lo explicaremos. Ahora mismo estás en el Claro, y todos nosotros somos clarianos desde que llegamos. Tú eres la primera clariana.
Asiento. No es algo complicado, eso lo entiendo. Él carraspea la garganta y me mira antes de proceder con su explicación.
—Esa caja sube cada mes con provisiones y un nuevo chico. Ha sido así durante dieciocho meses, hasta hoy, que has subido tú —dice mientras me señala con su dedo pulgar—. Aquí todos colaboramos y cada uno tiene sus funciones. Freddie es el mediquero —señala al chico de las medicinas, que saluda con la mano—, Luke es el encargado de la cocina —un chico rubio y pecoso hace una v con sus dedos—, Topo y Will son los que se encargan del huerto —dos chicos, el chico de rasgos asiáticos y otro alto pelirrojo levantan sus manos—, y así todos cumplen una función en el Claro.
Veo que suspira y se acaricia la sien antes de seguir hablando. Mira hacia arriba, y yo, sigo su mirada. Al hacerlo no puedo evitar levantarme y mirar a mi alrededor, boquiabierta. ¿Dónde estoy?
—Como ves, estamos encerrados entre estos cuatro muros. Aunque, bueno, no son cuatro muros, más bien en estos cuatro hay cuatro puertas —las observo; solo una de ellas está abierta— y estas dan al resto de muros.
Lo miro sin entender, volviendo a sentarme a su lado. No sé, pero esto me está poniendo muy nerviosa, y podría decir que siento algo de miedo.
—Estamos en el Claro, el centro del Laberinto. Esas puertas llevan a él. Se abren al amanecer y se cierran antes de que anochezca. En el Laberinto hay Laceradores, que son criaturas que viven en él y solo salen de noche. Si te pican no durarás más de unos días antes de volverte loco. Son letales, para uno mismo y para el resto de nosotros. —Mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas y mi garganta se seca. Estamos encerrados. —Por el día, los corredores intentamos buscar una salida en el Laberinto. Esos somos Steve, Jonas, Daniel y yo, Ashton.
Los tres chicos a su izquierda hacen el saludo militar, a forma de humor. Uno de ellos es alto, rubio y de ojos azules, el segundo es moreno de ojos oscuros. Su pelo está recogido en una coleta corta. El tercero es pálido y castaño con ojos claros, creo que es el más bajito de ellos.
Salgo de mis pensamientos cuando Ashton se pone en pie frente a mí. Coloca ambas manos en la cintura y me mira sereno, pero serio.
—Escucha, no has de tener más de catorce años y pareces una buena chica, así que espero contar con tu ayuda en el Claro, ¿de acuerdo? —inquiere. Yo asiento, decidida a quedarme alejada del interior de esos muros. —Está bien —sonríe ante mi respuesta—. Solo tenemos dos reglas: la primera, respetarnos mutuamente. No insultos, no peleas, no rivalidades. Aquí todos somos hermanos, estamos en el mismo bando y todos miraremos por todos. Y segunda: no entrar al Laberinto si no se es corredor. Si es necesario entrar, solo debe ser en compañía del corredor en descanso. ¿Crees que puedas cumplir esas dos reglas, nueva?
Él me mira, todos lo hacen. Yo asiento, decidida a formar parte de la hermandad que han creado tan fuego entre estos muros.
—¿Si? —pregunta para confirmar, pero no me da tiempo a asentir o negar.
Ashton me toma de la mano y me obliga a levantarme del tronco. Entonces me eleva sobre uno de sus hombros con mi cabeza hacia abajo. Chillo por la sorpresa e intento agarrarme de su ropa para no caer, pero sé que no dejará que eso pase cuando, segundos después, comienza a dar vueltas en el sitio, haciéndome chillar. Después de unas diez vueltas me suelta con cuidado, dejándome de pie, pero yo en menos de treinta segundos caigo de culo a la hierba, mareada.
—Pues yo te declaro hermana clariana.
Todos comienzan a reír por mi caída, y Ashton me sonríe desde arriba. Yo, sin poder evitarlo, me uno a sus risas. Supongo que mi comienzo no ha sido tan malo....
CRUEL Es Buena
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THE MAZE RUNNER: EL LABERINTO ALTERNATIVO
Science Fiction« ¿Quién soy? ¿Cuál es mi nombre? ¡¿Cómo me llamo?! No puedo olvidar quién soy..., ¿verdad? » ¿Puede una persona olvidar quién es? ¿Es posible olvidar hasta tu propio nombre? La respuesta: lo es. Mientras subes en esa caja es posible olvidar hasta...