En la mira

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Un frío proyectil de plomo calibre .44, proveniente del cañón de un potente revolver Colt Anaconda, atravesó la sien derecha del joven diplomático italiano que se hallaba de pie frente al podio. La multitud reunida en aquella amplia sala de conferencias estalló en agudos gritos de pánico. Tanto hombres como mujeres corrían de un lado para otro de manera desordenada, desplazándose a empujones hacia las salidas de emergencia que estuviesen más cerca de su posición. Nadie sabía quién había sido el artífice de semejante acto deleznable, pero no había tiempo para identificar y señalar culpables. Los concurrentes mantenían toda su atención en salvar su propio pellejo, por lo que no eran capaces de percibir la magnitud de la terrible amenaza que los acechaba.

Ninguna de las siete expertas cazadoras de la Orden del Lirio de Plata pudo ser detectada a tiempo. Se hallaban camufladas detrás de las numerosas columnas de concreto que abundaban en la estancia. Cada una de aquellas infalibles tiradoras mantuvo su posición inicial y ejecutó su misión con éxito. Justo después de que se produjese el primer disparo, aquel que acabó con la vida de Giovanni Morelli de forma instantánea, una seguidilla de seis tiros más resonó por todo el recinto. Los cuerpos sin vida de tres féminas y tres varones cayeron con pesadez sobre el pulcro piso de cerámica verdosa, decorándolo enseguida con el oscuro líquido carmesí que emanaba de las perforaciones circulares en sus respectivas cabezas. Aquella escena dantesca terminó por ahuyentar a los escasos curiosos que aún permanecían allí.

Ante el discreto ademán manual de Elena, las compañeras de armas se dirigieron con gran rapidez hacia los cadáveres. Una vez que las siete jóvenes se reunieron con sus correspondientes víctimas, la ceremonia de recolección dio inicio. Sincronizando la secuencia de sus movimientos, se arrodillaron frente a los muertos, al tiempo que inclinaban la cabeza y entrelazaban las manos. Sus labios musitaban una sentida plegaria en egipcio demótico al unísono. Tras unos breves instantes, un resplandor argénteo comenzó a aparecer justo en medio de las cejas de cada uno de los occisos. Fue entonces cuando las asesinas interrumpieron su ruego y se dispusieron a extender el dedo índice derecho y colocarlo con sumo cuidado sobre dicho destello.

—Todo cuanto nos ha sido arrebatado debe ser restaurado —clamaron juntas, a voz en cuello.

Conforme las damas empezaron a alejar sus manos de los puntos lumínicos en el entrecejo de los fallecidos, estos pasaron a ser haces de luz que adquirieron la apariencia y consistencia de preciosos lises de tonalidad plateada. Tan pronto como el proceso de materialización se completó, las siete mujeres tomaron las delicadas flores entre ambas manos y las pusieron junto a sus corazones. Los lirios se desmaterializaron de nuevo y fueron absorbidos por la piel de las jóvenes, quienes adquirieron una sutil fosforescencia que se desvaneció en cuanto agitaron sus negras cabelleras de derecha a izquierda tres veces. Acto seguido, las cazadoras extendieron sus extremidades superiores hacia los lados, formando un ángulo de ciento ochenta grados. Sus esbeltas siluetas, vestidas con un ceñido ropaje oscuro, desaparecieron por completo...

***

Muchas centurias atrás, varias hordas de soldados romanos, quienes eran enemigos acérrimos de los fieles adoradores de las deidades egipcias, irrumpieron en el templo dedicado a la diosa Isis y lo saquearon. Aquellos hombres exterminaron a las sacerdotisas y se llevaron todos los lirios sagrados que ellas resguardaban en las cámaras subterráneas. En cuanto estuvieron de vuelta en sus tierras, las huestes presentaron las flores como ofrenda de la victoria para su idolatrado emperador Augusto. Aquel soberano decidió obsequiar los lises a las doncellas más destacadas de las casas nobles del imperio. Pero en cuanto los níveos pétalos de los lirios entraron en contacto con las manos de las féminas romanas, se transformaron en una fina capa de polvo blanco que penetró la epidermis de todas ellas.

La esencia de aquellas flores sagradas continuó pasando de generación en generación mediante la sangre de la nación que se las había robado a sus legítimos dueños. El gran poder de las lises permanecería dormido e inutilizable a menos que una heredera del antiguo culto viniese a recuperarlo. Y gracias a que en el año 2000 se dio una alineación planetaria idéntica a la que ocurrió durante el atentado contra las sacerdotisas egipcias de la antigüedad, el alma de una de estas por fin fue capaz de reencarnar. La esperanza del renacer de los sacros lirios recayó sobre una joven de ascendencia española, Elena Saavedra.

Para su vigésimo cumpleaños, ella recibió el llamado del espíritu que habitaba en su interior. De inmediato se dio a la tarea de fundar la Orden del Lirio de Plata, para la cual reclutó solo a mujeres que compartían su línea sanguínea. Este equipo se encargaría de recobrar cada una de las flores robadas y así devolverle el esplendor a su diosa. Luego de una exhaustiva búsqueda que tardó varios meses en rendir frutos, las muchachas ya tenían en la mira a todos los portadores de su tesoro. Su venganza estaba cerca...

***

Frente al monumento de piedra que habían erigido cerca del Castillo de los Moros, en las áridas tierras de Gibraltar, las damas se postraron rostro a tierra y le agradecieron a su deidad por haberles permitido el triunfo sobre sus adversarios. Luego de ejecutar el ritual de gratitud, las nuevas sacerdotisas llamaron a los lirios que transportaban consigo en su forma inmaterial. En cuanto estos se hicieron visibles, las féminas los tomaron con los dedos índice y pulgar derechos y los colocaron todos juntos sobre el altar. Mientras contemplaban aquel inigualable ramo de flores resplandecientes, las jóvenes esbozaron una sonrisa y se tomaron de las manos. Unidas iniciaron una compleja danza que se prolongó hasta el siguiente amanecer. Los mejores días de la grandiosa Isis aún estaban por venir...

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