El Rescate de Baskerland

18 3 1
                                    

Todo empezó el día en que Isabella desapareció. La gente sabía que hacía tiempo que los
ejércitos del sur estaban ganando terreno, pero hasta ese momento la amenaza no nos parecía tan grande.
El secuestro de la princesa nos afectó mucho a todos, y me incluyo a mí. Isabella y yo nos
conocíamos des de pequeños, y aunque no éramos muy amigos, nos apreciábamos.
Esa mañana, el rey, al no encontrar a su hija por ninguna parte, hizo una declaración pública des del Palacio de Cristal. Informó de que la princesa Isabella había sido raptada por el ejércitode Salinging, el del sur. Los sureños tenían la intención de invadir nuestro reino, Baskerland, y al no encontrar la forma de hacerlo, secuestraron a Isabella para conseguirlo.
Todos estábamos desesperados, el rey el que más. Envió a sus mejores hombres a buscarla,
pero era muy peligroso, puesto que para llegar donde se habían establecido Salinging y los suyos, tenían que atravesar el Bosque de las Tinieblas. Ninguno de los que se fue, regresó. El rey enviaba a más y más hombres, sin conseguir nada.
Por eso yo, Sean Holmisburg, un caballero muy novato de 16 años, decidí que lo mejor era
intentar encontrarla. Sabía que muy posiblemente no regresaría, pero me armé de valor, y
emprendí mi viaje en busca de la princesa.

Cogí provisiones y me fui al Bosque de las Tinieblas. Cuando entré, la frondosidad de los
árboles me impedía ver la luz del sol, y avancé casi a ciegas. De pronto, sentí un terremoto
bajo mis pies y noté como se abría una gran grieta. Con la poca luz, no pude ver qué salía de esa grieta, pero el sonido que hizo la bestia fue suficiente para que me pusiera a correr
adentrándome en el bosque. De vez en cuando, me tropezaba con alguna rama, pero no tenía
tiempo de pararme, porque la bestia me seguía muy de cerca.
Cuando me di cuenta de que la bestia no dejaría de seguirme, me paré frente a ella y saqué la
espada.
- ¡Eh, cosa asquerosa, ven a por mí, si te atreves! - le grité, y la bestia se abalanzó sobre
mí sin pensarlo.
Luché contra ella con mi espada, le causé un par de heridas leves, pero cada vez me sentí más
cansando. En un momento dado, se me cayó la espada y la bestia, al verme desprotegido, se
dispuso a matarme, pero algo la paró. Algo… o alguien. El monstruo se cayó en un baño de sangre – su sangre-, con una espada clavada donde se suponía que tenía el corazón. Una figura
apareció tras de sí. Una figura humana seguro. Se acerco al bicho gigante y le arrancó la espada del pecho. Después de limpiarla con su capa, la figura (no muy alta, por lo que vi), se alejó unos metros.
Yo quería darle las gracias, así que la seguí.
- Muchas gracias por ayudarme – le dije cuando estuve lo suficientemente cerca.
- Deberíastener más cuidado, muchacho – contestó, y se giró hacia mí. Era un chico (por
su voz), más o menos de mi edad, pero no podía saberlo seguro, ya que llevaba un antifaz negro en la parte superior de la cara. -Un joven caballero no debería adentrarse en el bosque sin tener un entrenamiento adecuado.
- Es que tengo una misión, joven, debo salvar a la princesa – dije eso en tono muy orgulloso, porqué en realidad lo estaba, pero él se puso a reír.
- ¿Crees que la princesa se esconde en el bosque? – preguntó irónicamente.
- ¡No! – intenté sonar seguro, porqué ese chico me ponía un poco nervioso –En realidad
creo que se encuentra en los dominios de Salinging, el castillo del Nuevo Rey – justo
después de decirlo me arrepentí. Ni siquiera sabía quién era él, y podía ser un espía.
- ¿Tú también te diriges allí? – dijo esto con un atisbo de esperanza -. Yo estoy intentando llegar, pero aunque me manejo bien con los monstruos y animales, o al menos mejor que tu – me miró con sorna -, es muy difícil llegar. A lo mejor podríamos ir juntos.
Me sorprendió que aquel chico, que me había salvado, quisiera ir conmigo que, en realidad no soy muy buen espadachín. Pensé en decirle que sí, pero recordé que seguía sin saber su nombre.
- Mira, no sé quién eres, así que no puedo decirte que sí.
- Mi nombre es Sabelli Reynigan, si es lo que quieres saber – me dijo.
- ¿Y por qué – continué preguntando al chico, porque no me fiaba nada-, Sabelli
Reynigan, quieres ir al castillo del Nuevo Rey?
- Porque alguien debe hacer algo. Alguien debe impedir que los ejércitos de Salinging
asedien a nuestro pueblo, y como el rey no está dispuesto a hacer nada…- contestó, y entendí que se parecía a mí, el muchacho, quería salvar a todos. Como me hablo con sinceridad, creí que al menos le debía mi nombre.
- Yo soy Sean Holmisburg, y ahora que nuestros caminos se han cruzado, pienso
acompañarte en tu misión si tú me acompañas en la mía – le ofrecí mi mano como señal de trato.
Me miró a los ojos, y me di cuenta de que no era la primera vez que los veía. Después sonrió y me estrechó la mano.
- Dalo por echo, muchacho- Me soltó la mano y añadió-. ¡Vamos! Tenemos que recorrer
todo el bosque si queremos salvar al reino y a tu princesa.
Nos pusimos en marcha. Por suerte, Sabelli tenía un caballo, y no teníamos que hacer todo el
viaje a pie.
Nos detuvimos en un pequeño manantial de agua para que el caballo pudiera beber, y fue el
mayor error que cometimos. Empecé a oír ruidos a nuestro alrededor, y murmullos casi
inaudibles. Sabelli también lo notó, y saco lentamente su espada. Yo hice lo mismo, y dos
segundos después estábamos rodeados.
Eran caballeros, como yo, pero tenían un aire fantasmagórico, como si no estuvieran vivos del
todo. Se acercaron a nosotros y Sabelli me dijo:
- No muevas ni un pelo-. Le hice caso, y él se dirigió a los caballeros. -¿Quiénes sois?
Somos los espíritus de los muertos de estos bosques, y nuestra misión es que os unáis
a nosotros – contestó uno de ellos -. Si nos permitís, os mataremos.
- Eso no será hoy, amigo – les dijo Sabelli, y me gritó -. ¡Sígueme!
Se puso a correr y le seguí. Los caballeros fantasmas nos pisaban los talones. Me empecé a preocupar porque no podíamos hacer como con la bestia de antes, no los podíamos matar
porque ya estaban muertos. Se lo comente a Sabelli mientras corríamos.
- Es que no los vamos a matar – me contestó -, los vamos a despistar.
Él siguió corriendo y me indicó un punto más adelante. Fijé mi vista en ese punto y me di
cuenta de que me llevaba a una cascada. ¿Acaso pensaba saltar por ahí? Le miré suplicante,
porque no me gusta el agua ni las alturas. No me hizo caso y siguió hacia allí. No pude parar
de correr porqué nos seguían a 2 pasos. Cuando estábamos a 3 metros de la cascada, le grité
que no. Él me cogió de la mano y dijo:
- A la de tres. Una… Dos… ¡TRES!
Saltamos y me morí de miedo. La presión del aire me estaba dejando sin respiración y de
repente, mi cuerpo impactó con el agua. Al principio creí que me ahogaba, pero Sabelli me seguía sosteniendo la mano y me acercó a la orilla. Él tenía razón, despistamos a los fantasmas.
Cuando estuvimos ya en tierra, encendimos una hoguera y comimos algo, porque no veíamos ningún peligro.
Me empezaba a caer bien Sabelli, aunque había cosas de él que no entendía, ya que no me
contaba nada de su pasado ni de donde venia, pero era amable y me gustaba.
Después de comer algo continuamos la marcha a pie, porque nos dejamos al caballo másarriba, pobre. Al cabo de un rato conseguimos salir del bosque, y ante nosotros, se encontraba el castillo del Nuevo Rey, el asentamiento del ejército de Salinging. No escondimos tras un arbusto para pensar nuestro siguiente paso.
- Lo primordial sería encontrar a la princesa – dije yo – porque si queremos acabar con
el ejército de Salinging, primero mejor sacarla de allí-.
- ¿Pero cómo piensas entrar? Porque te aseguro que no nos recibirán con los brazos
abiertos en la puerta principal – apuntó Sabelli.
- No os preocupéis por entrar, queridos – una voz dijo esto detrás nuestro. Nos giramos
y encontramos a un hombre de pelo negro, ojos como el hielo y sonrisa malvada -. Mis
amigos os llevarán adentro sin ningún problema -.
Salinging nos había encontrado, no tuvimos ninguna opción. Mandó a dos de sus hombres que nos cogieran. Me resistí cuanto pude, pero no conseguí soltarme, y nos llevaron dentro del
castillo. Nos metieron en unas celdas y nos encerraron con llave.
- Que disfrutéis, jóvenes, porque esta tranquilidad no va a durar mucho – nos dijo
Salinging maliciosamente -. Pronto todo vuestro reino será destruido y reemplazado
por el mío, mi imperio.
- ¡Maldito bastardo! – le escupió Sabelli -. Nunca podrás destruir nuestro reino, no tienes armas suficientes.
Oh, querido, en eso te equivocas – siguió sin inmutarse -. Tengo una poderosa arma que descubriréis más tarde.
Se fue y nos dejó solos en la celda. No pude contener una lágrima. Haber recorrido tantos
kilómetros, y al final no poder salvar a la princesa ni a Baskerland. Sabelli también estaba llorando.
- No pude salvar a mi pueblo – decía - no los pude salvar…
- Eh, no llores más, ninguno ha podido cumplir su misión – intenté que dejara de llorar,
pero no paraba.
- Sean, tengo algo que decirte – me miró con sus profundos ojos verdes -. O mejor
enseñarte – se quitó el antifaz negro de su cara y se retiró la capa.
- ¿Isabella? – la imagen de la princesa fue lo que vieron mis ojos -. ¿Cómo…?
- Me escapé para salvar al reino, porque mi padre no haría nunca nada – la chica habló
con su voz normal – Siento haberte engañado, Sean, pero me hubieras llevado a casa y no podía permitirlo.
Debo admitir que me quedé un poco impactado al principio, incluso algo dolido, porque
alguien que hacía tiempo que conocía no había confiado en mí, pero entendía porque lo hizo,
así que la abracé y le dije:
- No pasa nada, lo entiendo.
- ¿Qué vamos a hacer, Sean? – me preguntó llorosa la chica- No podemos salir.
- Habrá una manera – busqué con la mirada alguna posible salida, y lo único que
encontré fue a un guardia dormido con las llaves de la celda, y por suerte estaba cerca.
Me separé de Isabella y cogí las llaves muy lentamente. Me pregunté cómo tenían a
tales incompetentes como guardias, debían ser muy tontos. Abrí la puerta con extrema
habilidad y pudimos salir.
- ¿Y ahora qué? – le dije a la princesa-.
- Salinging se ha ido por esa puerta, así que lo vamos a seguir – me indicó la puerta.
Entramos en silencio por ahí y ante nuestros ojos apareció un gigantesco dragón. Aquella era
el arma de Salinging para destruir el reino. El villano estaba a pocos pasos hablando con algunos caballeros. Había una gran abertura en el techo. Miré a Isabella, y enseguida supe qué íbamos a hacer.
Ella se fue acercando al dragón, no sin antes pararse a coger una espada de las armas que había allí cerca. Yo cogí un arco y empezó el espectáculo. Grité muy fuerte, y Salinging y sus
caballeros fijaron su vista en mí.
- ¡Panolis! - les dije -. Pilladme, ¡vamos!
Todos los caballeros me siguieron y me puse a correr y saltar y a hacer toda clase de burradas para despistarlos y que no se fijaran en que Isabella estaba trepando por encima del dragón.
Disparé mis flechas hacia todos los caballeros, y seguí distrayéndolos. Incluso Salinging me prestaba atención. Pero el dragón soltó un gruñido, y la mirada de Salinging se dirigió hacia él.
- ¡Eh, se lleva al dragón! – gritó desesperado.
Aquella era mi señal y corrí como un loco con Isabella y el dragón. Me subí a su lado y ella
mandó:
- Dragón, ¡fuego!
El dragón escupió una gran llamarada, y dejó fritos a todos los presentes. El fuego se propagó por toda la sala y se coló por la puerta de salida. Isabella, el dragón y yo salimos volando por el techo y nos fuimos muy lejos del castillo en llamas. Sobrevolamos el Bosque de las Tinieblas, y juro que jamás me sentí tan libre como en ese instante. Llegamos al castillo de Cristal, y la gente de los alrededores nos miraban asustadísimos, pero al bajar nos reconocieron a la princesa y a mí, y todo el mundo nos aplaudió y felicitó. Le contamos al rey lo ocurrido en ese día. A mí me nombró caballero honorario del rey y a Isabella le encomendaron tares reales, porque, con sinceridad, ella las hacia mejor que su padre.
Ya nadie en Baskerland tuvo que preocuparse por los ataques de Salinging, ni los caballeros
tuvieron que ir al Bosque de las Tinieblas, aunque, de vez en cuando, Isabella y yo nos
escapamos para practicar lucha con espadas. Casi siempre gana ella, pero no lo contéis por ahí, o mi puesto de caballero se vería afectado.

El Rescate de BaskerlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora