Secretos Oscuros

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Bayaceto, Beyhan y Ayşe tenían ya siete meses. La pequeña sultana Ayşe gozaba de una personalidad tranquila y risueña, irradiaba dulzura a cada paso. El príncipe Bayaceto, en cambio, era un bebé demandante y caprichoso. Lloraba con fuerza si no era alimentado de inmediato y reclamaba constantemente la atención de su madre, Hürrem, quien apenas podía descansar entre tomas de leche y arrullos interminables. La sultana Beyhan, por su parte, había descubierto una nueva función humana que ejercía con entusiasmo: gritar. Le gritaba a sus hermanos, a sus criadas, a su madre, incluso a su abuela. Pero tenía el rostro más tierno de este mundo, y su sonrisa bastaba para derretir a cualquiera, en especial a su padre. Era su "Dulce turco", y junto a Mihrimah, la sultana del sol y la luna, podían arrancarle el mismísimo Imperio otomano a su padre sin que este objetara una sola palabra.

—Mi dulce Beyhan, eres hermosa —dijo el sultán Suleimán con ternura mientras la hacía jugar con una muñeca tallada en marfil.

—Majestad, ¿por qué no la llama İpek? —preguntó un sirviente.

—Bueno, a Hürrem no le gusta su primer nombre, y tampoco el segundo, porque así se llama Esmeray. Por eso le decimos Beyhan —respondió el sultán.

—Entiendo… ¿Cree que la sultana se autonombre de otra forma al crecer?

—Si ella decide llamarse İpek, no me molestará. Para mí seguirá siendo Beyhan —afirmó con una sonrisa nostálgica. “Aunque debería haberse llamado Alev…”, pensó. Suleimán entregó la niña a Nilüfer, quien se reverenció antes de marcharse junto a Hürrem. El sultán tenía mucho trabajo; se avecinaba una guerra con Roma, que amenazaba con invadir territorio otomano.

—Majestad, llegó un emisario de Castilla —anunció el visir. El hombre entró sin el menor rastro de vergüenza ni protocolo.

—Sultán, el rey de Castilla insiste en que devuelva a su esposa e hija.

Suleimán lo miró con calma, tomó asiento en su trono y dijo con voz firme:

—¿Quién eres tú?

—Emisario de Castilla.

—Tienes pocos modales —respondió con desdén. Golpeó con fuerza la pierna del emisario con el bastón ceremonial, haciéndolo tambalearse—. Primero, debes hacer reverencia. Segundo, no son prisioneras. Llévatelas si gustas.

—¿O sea que el rey puede tomar formalmente a la reina y a las dos princesas?

—¿Princesas? La única princesa del rey es Isabella. No hay más princesas. Si alguien intenta acercarse a mi hija, planeo matarlo. A él, a ellas y a ti —sentenció. El emisario, ahora pálido, se reverenció tembloroso y se retiró.

—Ibrahim, síguelo —ordenó el sultán con frialdad.

—¡Al fin! —dijo Sharazad con impaciencia al ver llegar un carruaje

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—¡Al fin! —dijo Sharazad con impaciencia al ver llegar un carruaje.

—Mi sultana, nuevamente puedo contemplar su hermoso rostro —dijo Murhan Agha con galantería.

Serpiente Rusa |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora