Orión IX

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Orión de Beocia, el hombre más guapo y el cazador más astuto que existía, se enamoró de Mérope, hija de Enopión, rey de Quíos. -Te podrás casar con Mérope -dijo Enopión-, si me prometes matar a todos los animales salvajes de mi isla. Orión comenzó su misión y cada tarde llevaba las pieles de los osos, leones, lobos, gatos monteses y zorros muertos al palacio de Mérope. Cuando consiguió limpiar Quíos de todos los animales salvajes mayores que un ratón o una comadreja, Orión «llamó a la puerta de Enopión y dijo: -Ahora, deja que me case con tu hija. -Todavía no -contestó Enopión-. Esta mañana, al amanecer, he oído aullidos de lobos, leones y osos rugiendo, zorros ladrando y gatos monteses maullando. Aún no has cumplido el cometido. Orión entonces se emborrachó y esa misma noche irrumpió en el dormitorio de Mérope. -Acompáñame al templo de Afrodita y cásate conmigo -le gritó. Mérope chilló pidiendo ayuda y Enopión, temiendo resultar herido si intervenía, envió urgentemente a un grupo de sátiros para que le ofrecieran aún más vino a Orión. -¡Brindemos por un feliz matrimonio! -gritaban los sátiros. Orión lo agradeció, bebió más y finalmente cayó al suelo sin sentido. Fue entonces cuando apareció el cruel Enopión y le arrancó los ojos. Después, Orión, ya ciego, pudo oír el martillo de un cíclope a lo lejos y siguió aquel sonido hasta una fragua, lugar donde tomó al hijo del cíclope como guía hasta el Lejano Oriente, donde el Sol guardaba sus caballos junto a Océano, para su viaje diario cruzando el cielo. El Sol se compadeció de Orión y le devolvió la vista. Y Orión volvió a Quíos en busca de venganza. Enopión, advertido de su llegada, se escondió en una tumba y ordenó a sus sirvientes que dijeran que se había ido al extranjero; así que Orión se fue a Creta en su busca. La diosa Artemisa, que pasaba por allí, le dio la bienvenida a Orión. -¿Por qué no salimos juntos a cazar? -propuso-. Así veremos quién consigue más cabras salvajes. -Yo no soy rival para una diosa como tú -contestó Orión, con cortesía-, pero me encantaría verte disparar. El dios Apolo, hermano de Artemisa, los oyó y murmuró indignado: -Me parece que Artemisa se ha enamorado de este mortal. Debo poner fin a esto. Envió entonces un gigantesco escorpión, más grande que un elefante, para que atacara a Orión. Éste disparó todas sus flechas al animal y después usó la espada; pero, al ver que no era capaz de matar a aquel monstruo, se lanzó al mar y se alejó nadando. Apolo, entonces, le preguntó a Artemisa, que acababa de llegar con un arco y unas flechas: -¿Ves aquella cosa negra que sube y baja en el mar a lo lejos? -Sí -contestó Artemisa. -Es la cabeza de un miserable llamado Candaonte -dijo Apolo-. Ha insultado a una de tus sacerdotisas. ¡Mátalo! Artemisa creyó a Apolo, apuntó con cuidado y disparó. Más tarde, cuando la diosa descubrió que había matado a Orión, convirtió a éste en una constelación, perseguida eternamente por un escorpión, para que todo el mundo recordase los celos y las mentiras de Apolo.

DIOSES Y HÉROES DE LA ANTIGUA GRECIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora