El aire olía a flores silvestres, y el cielo, despejado como una promesa cumplida, cubría la pequeña terraza donde se celebraría la ceremonia. No era una boda lujosa, pero sí una honesta. Las sillas estaban dispuestas con elegancia, adornadas con cintas doradas y toques de lavanda. Kimmy había insistido en que todo se sintiera natural, sin pretensiones, pero con cariño en cada detalle.
Bjorn estaba de pie junto al oficiante, vestido con un traje gris oscuro que le quedaba ajustado al cuerpo, especialmente en la zona del abdomen. No le importaba. Kimmy siempre decía que su pancita era su parte favorita para abrazar. Y hoy… iba a ser su esposa.
Los invitados comenzaron a tomar asiento. Un par de colegas del bufete, un amigo de la infancia de Kimmy que apenas la reconocía con su nuevo cabello amarillo y vestido largo, y, entre todos, los padres de ella: una señora serena de mirada sabia y un hombre callado, con bigote espeso y expresión neutral.
Bjorn los había observado de reojo, nervioso. Pero en cuanto su suegra le sonrió con suavidad, todo el peso en su pecho se aflojó. No importaba su cuerpo, sus curvas visibles ni el juicio que temía por dentro. Lo que importaba es que veían en él al hombre que amaba a su hija. Y eso bastaba.
Entonces, la música suave comenzó.
Kimmy apareció al final del pasillo, caminando con pasos firmes y elegantes. Su vestido no era blanco puro, sino de un tono crema cálido, con bordes bordados a mano que parecían fuego dorado. Su cabello amarillo, algo desordenado como siempre, le daba un aire rebelde y luminoso. Sus labios pintados de rojo vino sonreían con descaro. Era ella: salvaje, radiante, imparable.
Bjorn no pudo evitarlo. Una lágrima se le escapó mientras la veía acercarse. No por nervios, sino por amor, por la sensación abrumadora de haber encontrado, al fin, su lugar.
Cuando Kimmy se colocó a su lado, tomó su mano con fuerza. Él le susurró al oído:
—Te ves como una tormenta a punto de llevarse todo… y yo encantado de quedarme atrapado en ella.
Ella le guiñó un ojo.
—Ya te advertí, abogado. Soy una esposa poco común.
La ceremonia fue breve, íntima. Se dijeron los votos entre risas y miradas largas, mientras el oficiante hablaba de la unión entre dos almas auténticas. Los padres de Kimmy asintieron con discreta emoción, y su madre incluso soltó una risita al ver a su hija robarle un beso a Bjorn antes del “puede besar a la novia”.
Después, ya en la recepción improvisada en el jardín del mismo edificio, mientras los novios compartían un pastel casero de chocolate con relleno de fruta, apareció un personaje inesperado: Mr. Tusk.
Traje claro, gafas oscuras, sonrisa de zorro. Se acercó a Bjorn mientras este se servía otra rebanada y levantó una ceja al ver a Kimmy riéndose con una copa en la mano.
—Así que al final no terminaste como uno de esos tristes abogados de oficina con almuerzos congelados… —bromeó—. Encontraste a una fiera.
Bjorn sonrió, con la boca llena.
—Y me enamoré de ella en el primer rugido.
Mr. Tusk miró a Kimmy, que ahora se acercaba con pasos juguetones y una copa de sidra en la mano.
—Kimmy, ¿verdad? Encantado. Soy Mr. Tusk. Fui el mentor del esposo más tragón que has conocido.
Ella le estrechó la mano con fuerza.
—Y yo soy la esposa que se asegura de que siga tragando… pero sano y con amor.
—Ja. Me gusta —dijo Tusk, lanzándole una mirada a Bjorn—. Quizás esta fiera te mantenga vivo más tiempo. Puede que hasta te hagas sabio.
Kimmy sonrió, pegándose a su esposo.
—Sabio ya es. Solo necesitaba que alguien creyera en él.
Mr. Tusk alzó su copa en dirección a ambos.
—Entonces me rindo. Salud por ustedes… y por el caos que ahora se llama “matrimonio”.
Esa noche, entre abrazos, risas, y canciones desafinadas, Bjorn y Kimmy bailaron hasta que las luces del jardín parecieron estrellas. No era una boda de cuento de hadas… era mejor: era real, honesta, y suya.
Y cuando la fiesta terminó y se quedaron solos, Kimmy apoyó su cabeza en el pecho de Bjorn, justo sobre su barriga, y murmuró:
—Ahora sí… mío para siempre.
Y él, cerrando los ojos con una sonrisa, respondió:
—Siempre tuyo. En cada parte.
El tren serpenteaba entre montañas verdes, deslizándose con lentitud como si también quisiera saborear el viaje. A través de la ventana, el paisaje parecía pintado: lagos brillando bajo el sol, pueblitos con techos rojos, y un cielo que prometía días tranquilos. Kimmy bostezó mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Bjorn, quien la rodeaba con un brazo.
—Me gusta cómo huele este lugar. A madera y algo dulce… —murmuró ella, acariciándole la mano.
—Es la caja de galletas que llevas escondida en la maleta, seguro —bromeó él.
—No seas metiche. Son para la noche. O para cuando se te ponga melosa la pancita.
Bjorn rió. Su panza, redondita y suave bajo la camisa, subía y bajaba con el ritmo de su respiración. A Kimmy le encantaba ese detalle, lo acariciaba como quien toca algo precioso. Y ahora, como esposa oficial, tenía todo el derecho.
Llegaron a una cabaña aislada junto al lago. Rústica, elegante y con una cama tan grande que cabían tres personas… aunque ellos sabían que solo una se ocuparía para dormir. El resto… sería para todo lo demás.
—¿Te parece que sea un poco... demasiado romántico? —preguntó él, quitándose el saco mientras ella exploraba.
—¿Demasiado? Bjorn, amor mío, te casas conmigo y esperas una luna de miel sutil… —respondió Kimmy desde la puerta del baño, vestida con una bata de seda ligera que le marcaba el cuerpo con descaro. Su cabello amarillo estaba recogido con un broche negro, dejando su cuello expuesto.
—Yo… no dije eso. Solo... wow.
Ella se acercó, lo empujó suave hacia la cama y lo hizo sentarse. Le acarició la cara, luego bajó la mano con picardía hacia el cuello, luego el pecho, luego más abajo. Sonrió con ese gesto que ya lo desarmaba.
—¿Recuerdas el bar donde nos conocimos? Cuando dije que te ibas a arrepentir de mirarme tanto…
—Y mírame ahora. Casado, redondito, y con la vista aún fija en ti.
—Entonces vas bien, esposo mío.
Lo besó con una mezcla de ternura y deseo. No había prisa, no había máscaras. Kimmy se sentó a horcajadas sobre él, jugando con los botones de su camisa. Cada uno lo abría con lentitud, besando la piel que descubría. Y entre risas suaves, susurró:
—Eres más dulce que mis galletas escondidas. Pero no te las ganaste aún.
—¿Qué tengo que hacer?
—Relájate. Deja que te mime. Que te recuerde por qué elegiste a la salvaje del pelo amarillo y lengua rápida.
Esa noche, entre sábanas suaves y suspiros compartidos, la luna los vio acariciarse con ternura, con deseo contenido, con la paz de saberse uno del otro. Kimmy le hablaba bajito, lo besaba como quien escribe un poema con los labios, y Bjorn, feliz, dejaba que el mundo desapareciera a su alrededor.
Después de todo, su luna de miel no era un escape. Era el inicio de algo hermoso, caótico y profundamente real.
Y al amanecer, cuando ella despertó abrazada a su pancita y él le murmuró que jamás había dormido tan bien, ella solo sonrió.
—Bienvenido al resto de tu vida, abogado mío.

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Una Promesa [feederism]
Historia CortaEn un mundo que va demasiado rápido, a veces el amor se encuentra en los detalles lentos: una comida hecha con cariño, una caricia sin apuro, una risa compartida en medio del caos. Esta es la historia de dos personas completamente distintas que desc...