Tormentas y Huracanes

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Todos nos vemos atravesados por tormentas en nuestra vida. Pero pocos, sobrevivimos al huracán.

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¿Cuál es la diferencia entre una tormenta y un huracán? La tormenta, verás, es oscura, casi negra, lluviosa y ruidosa viene con truenos, y nos deja inmovilizados. Pero a diferencia de esta, el huracán se lleva todo lo que tenemos. Arrastra con esa fuerza inmensa y te deja sin nada, llevándose absolutamente todo, dejándote perplejo, vacío, y sin nada ni nadie a tu alrededor. Te hace sentir solo, desolado, y lo único que hacés es levantar esa humillante bandera blanca, porque ya no queda nada más que hacer. Y así me sentía yo.

La tormenta me había destrozado y luego el huracán arrasó con lo que quedaba de mí. Todo era negro. Sentía que el mundo se me venía abajo. No solo perdés a tus seres queridos, también te perdés a ti mismo. No tenía fuerzas ni para mover un dedo, mi escasa, casi inexistente energía no alcanzaba ni siquiera para un simple movimiento como el de abrir y cerrar los ojos. Hasta pestañear era una tarea difícil. Por lo tanto, y para ahorrar las pocas baterías que me quedaban, me mantuve por una semana entera con los párpados semicerrados, como si tuviera sueño. Bueno, en realidad sí tenía sueño. Vivía con un cansancio y somnolencia constante. Me costaba horrores levantarme de la cama o del sillón. Mi pobre estado físico se debía a un problema del alma.

Los pensamientos me estaban atormentando, la mente trabajaba desenfrenadamente, no me permitía un descanso. La ansiedad me dominaba al pensar en todo: lo sucedido, lo que sucede y sucederá, e incluso lo que nunca sucedió. Se volvía agotador, mentalmente agotador. Mi cabeza daba vueltas siempre a los mismos asuntos, sin llegar a ninguna solución que me dé un poco de tranquilidad. Todos fueron sucesos inevitables que me llevaron de a poco al corazón de la tormenta, la cual me destrozó la mente y llevándome acto seguido al ojo del huracán, donde me fueron arrebatados todos los restos de cordura y sensatez que me quedaban.


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