Dos hombres vestidos completamente de negro se adentraron sigilosamente en una de las propiedades más ostentosas del vecindario.
A su alrededor, la mansión parecía haber caído en un estado de abandono desolador, evidenciado por las ventanas sucias y cubiertas de polvo, el jardín descuidado con maleza que crecía libremente, y las paredes exteriores que mostraban señales de desgaste y falta de mantenimiento.
El sol de la tarde lanzaba sombras alargadas sobre el terreno, añadiendo un aire de misterio a la escena.
Los hombres avanzaban con cautela, cada paso calculado para evitar hacer ruido en el suelo crujiente.
El viento susurraba entre los árboles cercanos, haciendo que las hojas secas se agitaran como si intentaran advertirles de algo desconocido.
En el aire flotaba un olor a humedad y abandono, mezclado con un toque de antigua grandeza que la casa aún conservaba entre sus ruinas.
Los hombres, con expresiones serias y determinadas, parecían conocer bien el lugar a pesar de su apariencia desgastada.
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Al llegar a la puerta principal, los hombres vestidos de negro interrumpieron la tranquila rutina matutina de Mew Suppasit al tocar el timbre insistente.
No pasó mucho tiempo antes de que el dueño de la casa abriera la puerta, aún vestido con su pijama desaliñado, mostrando una expresión de confusión mezclada con cautela ante los extraños visitantes.
-¿En qué puedo ayudarlos? -preguntó Mew, apretando el pomo de la puerta con una mano mientras observaba a los hombres con creciente desconfianza.-¿Es usted Mew Suppasit? -preguntó uno de los hombres con solemnidad, sacando un sobre amarillo de su maletín.
-Así es -respondió Mew, su tono de voz cambiando ligeramente hacia la defensiva ante el ambiente tenso que se estaba formando en su puerta.
-Esta es una carta de la corte. Se llevará a cabo el juicio de su esposo -continuó el hombre, extendiendo el sobre hacia Mew.
La noticia impactó a Mew de lleno, quien frunció el ceño en respuesta, sus ojos reflejando una mezcla de incredulidad y frustración.
Sin embargo, antes de poder procesar completamente la situación, su reacción fue cerrar la puerta con fuerza frente a los hombres.
-Señor, esto es una orden judicial. No puede ignorarla -se escuchó a uno de los hombres insistir tras la puerta cerrada.-¡Váyanse de una buena vez! -exclamó Mew con enojo, sintiendo cómo la intrusión en su privacidad interrumpía abruptamente su paz matutina.Pocos segundos después, el ruido de las voces cesó y Mew abrió cautelosamente la puerta para confirmar que los hombres se habían ido, dejando solo el sobre amarillo en el suelo frente a él.
Lo observó durante un momento antes de agacharse para recogerlo, resignado a enfrentar lo que la carta contenía.
Regresó a su casa y entró, encontrando consuelo momentáneo en una taza de té que ya lo esperaba en la sala.