MADEIMOSELLE HILFIGER

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Hoy te vi. A primera instancia, esa figura no causó un gran impacto en mí. Decidí que lo mejor sería ofrecerte una charla de frente a frente y esperar a que nuestros sentidos congeniasen para, poder así, establecer una pequeña, pero bien labrada, atadura entre nuestros destinos. Puedo parecer un soñador, me siento demasiado empalagoso al siquiera pensarlo y mi mente no cede ante alguna idea más realista.

Asistí al trabajo —tan cotidiano como siempre— y me imaginé diminutas fracciones de mis descansos junto a ella. Así deben empezar las historias de amor; de esa forma deben empezar las pasiones que derrumban edificios y que jamás sucumben al ardiente mundo. Esta es mi mejor versión, el hombre enamorado que apabulla a los bandidos que interfieren en el espinado camino hacia su amada, la historia de mi Quijote moderno (¿cuántas no ya hay?).

Decidido a dejarme conquistar más por su bendita belleza: su beldad, encontré una forma de acercarme a ella sin hacerle fallar en sus mandas laborales. Quizás yo empezaré a descuidar las mías, pero, hombre, ella lo vale. En mi corazón las cosas están claras, más que nunca, mucho más que siempre, por eso, la pequeña impresión de su persona —que debo remarcar: sosia a lo divino— no fue necesariamente grande; no se mostró como la embestida de un jabalí por su presa; no destruyó un acercado por el descontrol de un chofer y su volante; no fue peligrosa, pero es de buen dominio público que aquellas son en las que toda presa sucumbe sin necesidad de la necedad. Sé que las anteriores razones, mis razones, son suficientes para predecir lo mucho que nuestro amor durará. Mujer, las nínfulas del señor Humbert Humbert son de muy poco peso para poner en comparación a ti. Puedo observar que todo hombre enamorado deja de discriminar, puesto que en la infinidad de su alma todos parecen iguales y, al final, en la cúspide, en el merecido trono, se encuentra sentada su Dulcinea del Toboso; aquella que trasciende en lo físico y se manifiesta aún más allá de lo platónico —¡ah!, qué mal se emplea tan hermoso término—. Hay figuras que me agradan por lo entregados a sus pasiones, los hay de todos tipos pero sé que, de camarada a camarada, ellos me comprenderían y hablarían al mismo nivel, cosa que cualquiera en mi situación agradecería y disfrutaría como jamás te podrás imaginar. Discúlpame, soy un bruto, pero estas cosas son difíciles de compartir aunque se tenga toda la disposición del mundo. Fausto lo sabe; Alonso Quijano también; Me limitaré a mi modesta rutina para conquistarte, ¿sabes que las cosas más difíciles requieren más paciencia?

Otrora mis mañanas de los domingos eran optimas cuando me sentaba en un parque a allanar mi conciencia con las palabras tan simplonas de un libro de autoayuda. Discúlpame, no soy lo suficientemente valiente y letrado como para entender siquiera a Hemingway. Así que prefiero mantener esta tertulia en mi conciencia y nunca externarla a ti, espero que en mis faenas de confianza, en esas donde te hablo sin más esperando una reacción en tu rostro, siempre frío, no se me escape tan litigable secreto. Decidí que la mejor manera que sé para mantener mi dignidad y que tus risas sean causadas por mí y no por mi incompetencia intelectual es mediante el uso de sobrenombres, a partir de ahora serás mi única e inmejorable Madeimoselle Hilfiger, así es, lo entono como un italiano puesto que no sé de las cuestiones acentuales del francés.

Recuerdo muchas historias sobre triángulos amorosos o penas que ofuscan al rencor. Creo firmemente que la vida me llevará a ser alguien más para un par de amigas en edades avanzadas que se encuentren hablando de las mil vidas que sus bocazas tan chismosas les hicieron conocer. Sé —de muy buena fuente— algunas historias que me encantaría contarte, así sin más. Recuerdo la vida de aquella que vivió en la negación por mucho tiempo, tan acostumbrada a resolver sus caprichos tras bambalinas que cuando empezó a fallar no quedó fragmento alguno de ella. Personas de esa calaña están destinadas a sucumbir ante aquello que verdaderamente se esfuerzan por mantener a raya. Me parece oportuno practicar esa anécdota para llegar como un hermoso bardo a tus fauces y embelesarte con tan personales historias.

Madeimoselle HilfigerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora