Granate.

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La hogareña y uniforme cama acogen al castaño tras un día agotador. Cómoda y caliente frente al invernal período climático.

Una curiosidad hambrienta pasaba por el adolescente castaño; la psicología forense, donde aplican conocimientos acerca del comportamiento humano en el ámbito legal. En el presente, trabajando en correccionales y visitando de vez en cuando las morgues, sus entrañas eran enredadas para retorcerse con repugnancia, desazón y notable incertidumbre. Las pocas veces que sucedieron, terminó expulsando su desayuno ligero dentro del inodoro y sentado en las cerámicas del baño, fatigado y con un recurrente sabor vinagrado violentar sus papilas gustativas.

Abraza la almohada más cercana tras el montón de estrés atormentando su cabeza, inhalando el aroma de la tela: su shampoo y rastros de suavizante. Recordó, acostado, que pasadas las seis horas de descanso, volvería al trabajo. Amaba su trabajo si se lo preguntaban, pero tal idea agudizó la tensión en él como cuando un tenedor es arrastrado contra un plato.

Su teléfono golpea la frente, frustrado de esperar a que algo interesante pasara. Un estímulo, un vídeo, alguna noticia que le haga saber que su trabajo no era en vano. Que un delincuente más de los que atendía estaban tras las rejas. El picor se hacía más presente, inquieto en aquella cama que empezaba hacerle arder su pellejo entre su uniforme laboral.

Luceros granate se sirven de ojear entre sus cajones, uno en especial entre tres de ellos. Cajones de roble oscuro, a su gusto en realidad. La mesa del inmueble es engalanado con la compañía de pastillas, un libro y una lámpara sencilla. Para noches de vigilia.

Del indice al dedo anular atraparon del tirador, abriendo y descubriendo los objetos que contenía confinados. Se auto-pregunta:

"¿Qué tan necesitado te encuentras?"

Regaña su ser, terco de lastimar su propio orgullo por sí mismo, pero Luzu es un hombre débil. Débil y angustiado, con los párpados más pesados cada minuto, arropado incómodamente entre su uniforme y la cama. Necesitaba dormir, pero prohibirse de tal gozo tallaría en su rostro; a martillo, cinceles y punteros, un seño fruncido inalterable.

Se desnuda, fastidiado por su propio saboteo. Esperaba el sueño más plácido que podía tener entre aquellos meses, dormir como un bebé después de liberarse.

Su camisa quedó tirada junto sus zapatos, así con la demás ropa hasta dejar sus medias. Larga telilla que no alcanzaba a cubrir toda su antepierna, pero que trazaban la masa muscular perfectamente. Carne jugosa, pero fuerte.

Busca en el cajón anteriormente rechazado, tomando una botella de lubricante. No estaba ni por la mitad, para ser sinceros, pero eso le alivia. No tiene que comprar nuevas cosas aunque fuera uno de sus hobbys preferidos. Pop, la botella es destapada y un generoso chorro cae sobre su palma hasta formar un diminuto charco.

El pecho desnudo, de un bronceado exquisito obsequiando a Luzu un lindo color canela, es expuesta al techo. Sube y baja al exhalar, oye su propia respiración mientras las fuertes piernas son separadas para sí. Sus pliegues arrugados son amasados, acariciados después de hacer contacto con el frío aceite, apretando su labio inferior, amenazándose a si mismo de entrar.

Y ahí estaban, dos dedos ingresando en su aterciopelado interior, usurpando acezos dulces de sus cerezos lastimados. La yemas empiezan a profanar, percibiendo su propia temperatura interna y el cómo se abraza a sus propios dígitos. Buscando y removiendo ciertos lugares, haciendo flojear sus muslos entre deliciosos espasmos.

Las estocadas avanzaron, más flojo que antes; un tercer dígito invadió, yendo lo más profundo que se lo permitía su dorso.

Quería más.

La dura punta del juguete acariciando su ano provocó un escalofrío más, un suspiro grato y duradero, pero impacientándose al no conseguir apaciguar el vacío dentro de su aflojada entrada. Juega con la base de aquel juguete; un dildo, rebozando de lubricante entre su anillo dilatado, golpeando y golpeando, siendo gentil con su propio cuerpo hasta acostumbrarse. Un desliz especial robó un gemido, haciendo temblar el ser de aquel psicólogo. Sabía que había encontrado su punto.

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Su espalda arqueada daba el toque en la postura que mantenía.

Las caderas elevadas buscando el placer, sus brazos aferrados a la almohada tras su cabeza, el rostro semi-escondido entre su propio hombro,los dedos de sus pies apretándose entre ellos bajo el calcetín y las pestañas revoloteando entre la humedad del éxtasis en sus lágrimas. Era un platillo codicioso, listo para devorarlo hasta dejar limpio el plato.

Imaginarse expuesto así, con el trasero chorreante de lubricante y temblando de gozo, le provocaban duros gemidos. Se sentía un exhibicionista.

Hipea.

El asombro no es procesado en el momento, pero aún se pregunta desde cuándo ese hipo estaba con él. Le hizo sentir más sucio, descarado y pervertido. La sangre subió aún más por su rostro, pasando de cálido a caliente entre las gotas de sudor y el cabello adherido.

Las vibraciones eran suaves entre el estrecho recto de Luzu. Extrañaba el remolino formado en su vientre cuando jugó con sus dedos y el punto exacto de su interior. El control fue tomado entre líneas de pensamiento, escalando al próximo nivel y:

"¡Ah!"

Una cinta escapa, disparada sobre su vientre mientras sus paredes apretaban el complicado intruso que maltrataba su punto dulce.

Lloriquea entre sus gemidos, altos, aferrándose al orgasmo aún exprimido, se aferra a lo que puede. Cama, almohada, sábanas, todo a su alcance para saber que aún sigue ahí: en su departamento.

Su vientre pesa y cada gemido se siente atorado en su garganta, la exquisita manzana de adán se balancea por cada trago duro de saliva al intentarlo ahogar. Los muslos tiemblan, las rodillas se flexionan y tratan de no chocar entre sí. Se siente lascivo buscando la dolorosa sobreestimulación para su cansado cuerpo de adulto, mientras cada punto nervioso se encuentra en punta y sensible.

La diestra es encargada de atender su falo lloroso, aún erecto y sensible. Sollozaba entre sus clamores, sentía el cosquillear de su vientre ir descendiendo a su masculinidad por segunda vez, simulando las embestidas torpemente por el cortocircuito que se estaba obsequiando. No podía soportar todo y estimularse al mismo tiempo, era demasiado y lo adoraba.

Una suave, pero profunda voz lo derretía, lo aclamaba, hablando sobre la carne de su oreja, mordiendo, jadeando y gruñendo.

Cintas, más cortas y transparentes se liberaron fuera de su organismo, exclamando su último orgasmo a las cuatro paredes de su habitación. Prosiguen jadeos y sollozos pequeños mientras desciende de su orgasmo y las vibraciones se cortan.

Está exhausto, nadie termina completo y con energía después de dos orgasmos seguidos. Las sábanas estaban sucias y él también, pero estaba mejor. Se sentía mejor. Ligero como una pluma entre muchas.

Sus párpados se cerraban sin su permiso, permitiéndose descansar. Era tarde para un aseo rápido y aún tenía cinco horas y treinta minutos para dormir.

Pero asistiría a su trabajo.

Luzu's smut book [REESCRITO].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora