Secretos

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La luna tejía su luz plateada sobre las cúpulas del palacio de Topkapi, como un testigo silencioso de las pasiones, traiciones y secretos que latían en sus muros dorados. En los aposentos privados, Hürrem dormía bajo el amparo de almohadas perfumadas, mientras Suleimán, el sultán del mundo, velaba su sueño con una expresión sombría.

Nadie, ni siquiera los más altos aghas, había logrado descubrir quién había depositado la bebida envenenada en los aposentos de la Haseki. Cada mujer del harén fue interrogada, cada esclava revisada hasta el cansancio. Y, sin embargo, el culpable se desvaneció entre las sombras como un espectro invisible.

Suleimán apretaba los puños con rabia contenida. Si sus hijos hubiesen bebido de aquel jugo, si uno solo hubiese probado el veneno... No solo habría perdido a su amada, sino también a sus herederos.
El crimen no era contra una mujer, era contra el imperio mismo.

En su mente rondaba una sombra aún más persistente: Firuze Hatun. Esa criada de ojos profundos y oscuros que parecía absorberlo todo, devorarlo todo, como un abismo disfrazado de inocencia.

El segundo encuentro tras la recuperación de Hürrem había sido inevitable. Fue breve, furtivo... inolvidable. Y aunque su corazón aún latía por su esposa, otra parte de él se debatía en la telaraña tejida por aquella mujer de cabello azabache.

-¡Nilüfer! -llamó, su voz como un trueno contenido.

La Hanım Efendi acudió presurosa ante su cuñado, inclinándose.

-Dígame, Majestad Imperial.

-Cuida de Hürrem. Vigílala cada momento. Yo... necesito despejar mi mente.

La mujer bajó la cabeza. Sabía que no era sólo la preocupación lo que alejaba al sultán; era la culpa, la atracción prohibida que lo carcomía.

-Rosella... -murmuró la Haseki entre sueños, abriendo apenas un ojo.

-Duerme -la instó Nilüfer, arreglándole la manta con delicadeza-. Necesitas reponerte.

-Allah... llevo días bien. Desde el tercer día me siento fuerte -protestó débilmente.

Nilüfer guardó silencio. Era cierto, pero también era cierto que la herida en el corazón de la Haseki aún no había cerrado. No era física: era una herida de traición que comenzaba a supurar veneno en su alma.

-Rosella -dijo en voz baja-. Suleimán está raro. Lo descubriré... contigo o sin ti.

Hürrem se incorporó, su melena roja cayéndole sobre los hombros. Se puso una bata ligera, pero enseguida pidió a Nazlı que le trajera un vestido apropiado. No enfrentarías las batallas vestida de enferma.

La guerra apenas comenzaba.

La guerra apenas comenzaba

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Serpiente Rusa |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora