Es un año como cualquier otro, un mes como cualquier otro, pero una semana que cambiará mi vida. ¿Mi nombre? Paola Rodríguez. ¿Mi profesión...? ¿A quién le importa mi profesión, acaso me define? ¿Cambia en algo saber a qué me dedico, o simplemente te cuenta las vicisitudes que me llevaron a trabajar en ese lugar?
Sé que estoy a la defensiva, vivo así, creo que en cierto punto ya es parte de mí la típica "Te pego, después te pregunto".
Este día en particular, con la luna llena, cuya luz ilumina el caminar de los diferentes transeúntes, que como yo decidieron abandonar sus penas bajo el manto negro de una noche de tristezas, me he encontrado con las ganas de mandar la vida al abismo de mis ideas.
En mis idas y vueltas mentales, no me percataba de que me están siguiendo. Acelero el paso, el tiempo parece congelado entre esa sombra que me persigue y yo; sus pasos, mis pasos; mis movimientos, sus movimientos. Miro mi reloj, son las tres de la mañana. ¿Desde hace cuánto estoy caminando?
—¿Por qué te apuras, Rodríguez?
Me giro del susto en busca de ayuda... ¡pero si hace cinco minutos esta calle estaba llena de gente como yo, caminando hacia la nada después de una noche de tragos!
—¿De qué tienes miedo, Rodríguez?
—De nada—respondo, y sigo caminando. Después de todo, si me muero, me muero; ya sea bajo sus manos o por la mía.
—¿No te sorprende que sepa tu apellido?
—Rodríguez es el apellido más común del mundo, había una alta probabilidad de que fuera el mío, incluso el tuyo.
—Ya conocí a un Rodríguez, como tú, un poco hosco y serio.
—Se ve que es un gran tipo, me cae bien.
—¿Sabes quién soy?
—Un depravado.
—Me han dicho muchas cosas, pero no "depravado".
—Siempre hay una primera vez.
Sigo caminando, miro a mi alrededor por si veo algún taxi, pero todo está tan desolado. De repente, mi vida me importa un poco más.
—¿Quieres saber mi nombre?
—No, no quiero, pero algo me dice que me lo vas a decir de todas formas.
—Bueno, me dicen Belcebú, Lucifer, "el diablo".
—Y a mi "petisa", "rompe huevos", "pendeja", "tarada", "la rubia", en fin, la lista es interminable.
—En serio, soy el diablo.
—Y en serio me dicen rompe huevos—respondo.
Acelero el paso, ya no me preocupa que mi cabeza aparezca en su refrigerador, ya solo no quiero escucharlo más.
—¿Qué quieres que haga para que me creas?
Me freno, lo miro. Mantiene su distancia, no puedo ver su rostro, la luz de la luna esquiva su silueta, tiene puesta una gabardina negra, un pantalón de vestir, un sombrero Homburg, y una bufanda. Se hace imposible distinguir su cara.
Ya con mi paciencia al límite, le respondo:
—Desaparece.
Un ruido en los arbustos, cerca de una casa, me distrae. Cuando vuelvo a mirar al supuesto diablo, ya no está. Me giro para seguir mi camino, aliviada de sacarme a ese tipo de encima. Me encuentro con la sorpresa de que aparece detrás de mí.
—¿Ya me crees que soy el diablo?
—No. Hay un par en mi barrio que te roban el celular más rápido de lo que tú tardaste en aparecer en el otro lado. Por favor, déjame en paz.
—¿No quieres saber qué tengo para ofrecer?
—Ay, disculpa, pero lo de Sugar daddy no es lo mío.
—Te puedo dar riquezas invaluables, poder, hombres, mujeres.
Miro mi maldito celular apagado, sin batería, y respondo:
—¿Internet gratis?
—¿Cómo?—pregunta el supuesto diablo.
—Sí, internet gratis. ¡Ah, sí!, y un celular cuya batería no se agote.
—Te ofrezco poder, dinero, y quieres internet.
—Sí, bueno, hombres sobran... ya poder, tipo mmm no, mucha responsabilidad, y la verdad ya estoy estresada. Y dinero, bueno, prefiero criptomonedas. Así que me puedes dar internet ilimitado.
El diablo chasquea los dedos, apunta al cielo y veo pasar la noche, el día, el amanecer, el atardecer. Lo miro y digo:
—Me pegó fuerte el tinto.
—¿Es broma?
—No, no, la próxima debería tomar solo cerveza —sigo mi camino, me parece eterna la vuelta a casa.
—Realmente no te das cuenta del poder que tengo... —me dice.
—Ay, por favor, ya deja ir el patriarcado —respondo.
—¡Esta es tu última oportunidad, Lorena Paola Rodríguez!
Enojada por lo que acabo de escuchar, le digo:
—¿Ves, ves?, ya la cagaste. ¡Nadie, pero nadie, me dice Lorena!
—Me rindo—contesta el diablo.
—¿Cómo?—pregunto.
—Me rindo. Antes era más fácil: una víbora, un par de efectos de luces y me daban su alma.
—Te quejas como mi ex en la cama—le digo.
—Listo, cierra y vamos, debe de haber una forma más fácil de ganarse la vida —se queja el diablo.
—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunto.
—No sé, vender Herbalife —me responde.
—Nunca es tarde para empezar una nueva carrera —sugiero, ya sintiéndome incómoda por la situación. Apenas conozco al supuesto diablo y le estoy dando consejos sobre qué hacer con su vida.
—Suerte con tu vida —me dice mientras camina, y atrás de él un remolino se lleva esta extraña noche.
La luz del día llega por fin, y cuando miro a mi derecha, ahí está la entrada de mi casa. Meto la mano en mi bolsillo en busca de la llave, y mientras abro la puerta pienso en la extraña noche que tuve, y si realmente era el diablo o parte de mi mente queriendo escapar de lo cotidiano de mi vida. Entro a casa, me quito la campera, la dejo colgada en una silla y veo que sobre la mesa hay una caja. Me acerco, la abro y dentro de ella hay un celular. Lo enciendo y recibo un WhatsApp.
—Me gustó hablar contigo, aquí te dejo un celular con internet gratis y batería ilimitada como agradecimiento.
Apago el celular y lo tiro por la ventana. Prefiero mil veces seguir pagando por internet que tener que escuchar al diablo quejándose de su vida.
ESTÁS LEYENDO
Rodríguez, el diablo y yo
HumorNada me prepararía para esa noche en la que me encontré con el diablo.