El Intruso

678 12 168
                                    


Yo tuve la culpa por no haberme ido.

Ya sospechaba de su existencia. Había encontrado su rastro en las cercanías: viento helado al atardecer, escarcha sobre el musgo de árboles y rocas, carámbanos derritiéndose a la luz del sol. Y todo en pleno mes de junio.

Pero no, me tuve que quedar para obtener más muestras. Como si en cuestión de días pudiera rescatar el trabajo perdido de seis meses. Como si encontrar una nueva anomalía en la naturaleza fuera más importante que mi integridad física o mi cordura.

Esa noche presentía que algo iba a pasar, pero aun así no me fui. Principalmente porque se avecinaba una tormenta, y el cielo nublado había adelantado el atardecer. Se podía sentir la lluvia aproximándose. No había forma de atravesar el bosque a pie en esas condiciones.

Entonces, para pasar la noche, me encerré a cal y canto en el minúsculo jacalito donde hacía mi campamento. Justo antes de que empezara el diluvio.

Luego sentí su llegada.

La temperatura se desplomó al punto de que los vidrios de las ventanas se empañaron. Podía ver mi tembloroso aliento convertirse en pequeñas nubecitas de vapor. Podía sentir a la criatura circundando la pequeña casita. Su helada presencia se sentía a través de las delgadas paredes de madera. Buscaba desesperadamente una entrada, un punto débil por el cual llegar al interior.

Aterrado atranqué todas las puertas y corrí las harapientas cortinas en un absurdo intento de esconder la fragilidad de los vidrios. Y encendí todas las lámparas de aceite y linternas que pude.

Pero no había manera de encender las luces eléctricas. Tenía días que el generador se había averiado y yo, como todo un manirroto citadino, no había podido arreglarlo y ahora estaba ahí atrapado en la cabaña a media luz y sitiado por una criatura de hielo sintiente.

¿Sería acaso un wendigo? ¿O un sinsimito? ¿O tal vez era un malvado espíritu de la oscuridad invernal que sobrevivió hasta principios de verano y ahora necesitaba alimentarse de carne humana para lograr la inmortalidad? Yo no sabía lo que era, pero mi cerebro se encargó de crear las posibilidades más espeluznantes para mantenerme al borde de la locura.

Por si hiciera falta empeorar las cosas, el clamor de los truenos y el deslumbrante chispazo de los relámpagos indicaba que el corazón de la tormenta se acercaba cada vez más.

Y auguraba ser una verdadera tempestad.

No había manera que el jacalito resistiera el embate de una tormenta de tales proporciones. La situación llegaría a ser insostenible para la frágil defensa que me separaba a mí de la misteriosa criatura en el exterior.

Fue entonces que empezó a golpear y arañar las paredes. Se podía escuchar como la madera se doblaba y crujía con cada intento. Y también se podía oír que tenía unas garras muy duras y grandes.

Pero... ¿Era acaso desesperación y miedo lo que podía percibir de esos ataques contra las paredes?

Y si así fuera ¿Qué podría causar temor tal en un espíritu de la naturaleza? ¿Qué podría representar un peligro a la existencia de una entidad elemental?

Y si estaba tan desesperado ¿Por qué no se la ha ocurrido golpear los vidrios de las ventanas?

¿O es que acaso no le gustaba tocar el vidrio? ¿O es que no debía de tocar el vidrio?

Tal vez el vidrio le pareciera algo muy extraño al ente. Algo que no es creado de manera orgánica y que es muy difícil de encontrar de modo natural por estos lugares.

Los intrincados mecanismos de mi cerebro ocupados en enmarañar explicaciones y descubrir nuevos temores fueron abruptamente interrumpidos cuando lo escuché. Un gemido ronco y áspero. Un lamento desgarrador. Un grito desesperado de miedo y angustia.

El IntrusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora