Perfume de guerra

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—Debemos irnos… —susurró Yusuf con el alma deshecha, su voz quebrada como una rama seca.

—Por primera vez en mi vida, no quiero partir —murmuró el sultán Suleimán, arrullando entre sus brazos al pequeño Cihangir, dormido con la inocencia que sólo un año de vida y meses puede otorgar. Su cabello perfumado rozaba la barba de su padre, quien no se atrevía a moverse por temor a despertarlo.

—Majestad… Yo tampoco. Aún no estoy listo para separarme del hijo que Nurhan y yo tuvimos. Pero no tenemos otra elección. El Imperio debe avanzar.

—Así será. Que preparen todo. Nos enfrentaremos al Sha Tahmasp.

—¿Y el palacio? ¿Quién quedará como guardián del corazón del Imperio?

—Bali Bey será el protector del sultanato… y Hürrem, la Haseki, asumirá el poder como Regente.

Yusuf parpadeó, confundido.

—¿Haseki Regente? Ese título no existe en nuestros anales…

—A partir de ahora, sí. Hürrem es mucho más poderosa que una Valide Sultan. Ella gobernará en mi ausencia, y quien dude de su autoridad se arriesgará a perder la cabeza.

El visir guardó silencio. El rugido del poder era inconfundible, y su eco, imparable.

🥀

Hürrem dejó que su cuerpo cayera sobre la seda de su lecho como si fuera una flor marchita rendida al deseo. Su respiración aún era agitada, y el calor del momento la envolvía como una segunda piel. A su lado, Leo, su amante, yacía desnudo, la piel brillante por el sudor y la mirada cargada de orgullo.

—Cada vez eres mejor —susurró el efendi, sonriendo con la autocomplacencia de quien sabe que ha conquistado una cima prohibida.

—Lo disfruto más de lo que debería —admitió la sultana, contemplando la silueta de aquel hombre como si fuera una escultura viva.

—¿Y qué tal ser madre sultana? —bromeó Leo, mientras se acomodaba el cabello con aire galante.

—No soy Hafsa Sultan, eso seguro —respondió con honestidad afilada.

—Pero… ¿alguna vez te viste en su lugar? Mehmed será un gran sultán, lo sabemos todos.

—Allah mediante, así será. Aunque… —su voz titubeó un instante— no solo Mehmed puede heredar el trono.

Leo enarcó una ceja, escéptico.

—El hijo de Firuze no tiene ninguna oportunidad.

—Jamás subestimes a mi esposo —replicó Hürrem, con una sombra de inquietud en la mirada.

—¡Yo soy tu esposo! —le recordó Leo, con tono agrio, como quien exige un lugar en el trono del corazón.

Hürrem suspiró profundamente.

—Eres mi amante, Leo. Estoy casada, y ambos lo sabemos.

—Eso no me agrada —dijo él, vistiéndose apresurado.

—A estas alturas, a mí tampoco. Pero poco puedo hacer —musitó la sultana, con amargura. El efendi se marchó sin volver la vista, y Hürrem quedó sola, desnuda y pensativa. La habíamos pasado bien, se dijo, mientras comenzaba a vestirse. Tenía un día largo por delante.

🥀

Iba con paso firme, pero el corazón en llamas. Las criadas la seguían como sombras silenciosas. Firuze caminaba hacia los aposentos donde Mihrimah cuidaba de la pequeña Humeyra. Desde hacía meses, la situación se había vuelto insoportable para Firuze. Por todos los rincones del harén, murmuraban que era una madre indigna, mientras ensalzaban a Mihrimah como la verdadera madre de la niña olvidada.

Serpiente Rusa |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora