“Te amo, pero no soy quien tú querías.”“Odio tu país y sus costumbres… pero tú me haces amarlo. Tú me haces desear entenderlo. Descubrir sus pasiones ocultas… Pero debo regresar. Y sé que lo sabes, mi querida águila amorosa.”
Las palabras aún resonaban en la mente de Hürrem como un eco ajado por el viento de los años. En su corazón de hierro forjado con fuego y ambición, aún existía un rincón débil, oculto como un jardín marchito tras los muros de Topkapi: Claudia.
No había sido una simple concubina extranjera, ni un capricho de juventud. No. Claudia había sido una transgresión emocional, una tentación que rozaba lo prohibido no por su cuerpo, sino por lo que representaba. Hürrem había amado otras mujeres con ternura, como a Gizli, como a Fariye, con un afecto placentero, sensual y lúdico. Pero Claudia… Claudia había sido la frescura de una brisa marina en la oscuridad de una jaula dorada. La perversión dulce de sentir que, incluso en el imperio más sagrado del mundo, aún podía pecar.
Y sin embargo, había pasado el tiempo. Como pasaban los cometas y las tormentas.
Mihrimah y Mehmed, sus estrellas gemelas, habían llegado a los diecisiete años. Edad de gloria y traición. Edad de bodas, de partidas, de destinos sellados por firmas en manuscritos de oro y sangre. Edad en la que los sueños infantiles eran arrancados como los pétalos de una rosa destinada a decorar un trono.Mihrimah… su perla, su niña de fuego. Hürrem no quería soltarla. No podía. Dejarla partir a otra provincia, a una cama ajena, a un palacio donde su risa sería amortiguada por el deber, era como arrancarse un pedazo del alma.
Y sin embargo, el deber era inminente. Y su esposo, su Sol en la tierra, Suleimán, lo sabía.
A su lado, Gizli respiraba aún despacio, desnuda bajo la seda carmesí.
—¿Majestad? ¿Qué piensa? —preguntó la joven, acariciando su brazo con una ternura que a Hürrem ya no la estremecía.
—Nada, cariño. Vístete y vuelve al Harén. Tengo cosas que resolver.Gizli no discutió. Salió sin tapujos, caminando con la seguridad de quien sabe que el deseo ha sido satisfecho.
Hürrem observó su silueta con deleite estético, como quien observa una estatua, una obra de arte. Pero el vacío volvió a instalarse apenas la puerta cerró.—Nazlı —llamó—. Prepara un baño. Uno caliente. Y que no haya ruido.
🥀
En el salón del diván, las luces del mediodía tocaban apenas los tapices. Mihrimah se presentó ante su padre con un vestido color ciruela, cabello recogido con hilos de oro, y la frente alta. Nadie diría que por dentro temblaba como una niña asustada.
—Mihrimah, siéntate —ordenó Suleimán con una ternura que no mitigaba la firmeza.
La joven obedeció. Había algo en la voz de su padre que le encogía el alma.
—Padre… ¿Para qué me llamó?
—Tienes diecisiete.
Mihrimah sonrió, confundida.
—¡Claro! ¿Pero a qué viene eso?Suleimán suspiró.
—Hace tiempo, después de la última campaña, dije que te casarías. Ha pasado más de un año. Es tiempo. Debes casarte. Y cuando lo hagas, tu hermano Mehmed partirá a su provincia.Mihrimah palideció. Una risa nerviosa escapó de sus labios.
—Padre… soy joven aún. Aprecio su preocupación, pero… quizás podría esperar un poco más…—Lo sé, hija. Pero tu madre y yo también fuimos jóvenes. Y nos amamos. Tú mereces lo mismo.
Mihrimah bajó la mirada. Su voz tembló al responder:
—Sí, sultán. Gracias…

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Serpiente Rusa |En Edición|
FanfictionTras ser despojada de su libertad y obligada a presenciar el brutal asesinato de su familia, Alexandra es vendida como mercancía humana en el mercado de esclavos. Su destino cambia cuando es adquirida como un exótico regalo para el sultán del Imperi...