Después de dos largos y tortuosos años, por fin lo tenía en sus manos.
Rüstem Pasha había recorrido un laberinto de sombras, verdades veladas y mentiras peligrosas. Su ambición se había visto superada únicamente por el amor inquebrantable que sentía por su esposa, la princesa imperial Mihrimah.
¿Cuántas veces sacrificó el sueño por encontrar una rendija de justicia? ¿Cuántas noches en vela con el alma desgarrada y el recuerdo de Mehmet como un lamento persistente en los corredores del palacio?
El precio fue alto, pero la recompensa era mayor.El pergamino crujió entre sus dedos.
La tinta aún fresca revelaba el origen infame de Firuze Hatun.
Una mentira encarnada en perfume y seda.
Una espía.
Una asesina.
Una serpiente con sonrisa dulce que había jugado con el corazón del sultán y con la vida de su propio hijo.—Esta vez… te tengo —susurró Rüstem, con los ojos inyectados en fuego y triunfo.
Ordenó cada documento como quien alista un arma sagrada. Se ajustó el ceñidor, repasó la simetría de sus ropajes y salió decidido. Cada paso que daba lo acercaba más a la redención de su familia. Esa noche, por fin, el alma de su esposa tendría consuelo. Por fin, Hürrem Sultán podría mirar al cielo sin cargar el peso del silencio.
🥀
En los jardines interiores del Palacio Viejo, bajo la sombra perfumada de los magnolios, la Haseki Sultán compartía el almuerzo con sus hijos. La escena era serena, casi ilusoria, como si la armonía fuera real. Pero la belleza de ese instante era frágil, como el cristal.
Sus hijos ya no eran los bebés que había arrullado entre lamentos.
Bayaceto blandía la espada con precisión.
Selim debatía con tutores sobre el Corán y la estrategia.
Cihangir, con su andar pausado y mirada intensa, desarrollaba una sensibilidad que Hürrem temía por lo que significaba en ese mundo de acero.
Y Mihrimah…
Su rosa dorada.
Una sultana en todo su esplendor, experta con el arco, diestra en el arte de las palabras, inquebrantable en sus principios.
La niña que un día lloró a los pies del diván imperial, hoy cuidaba de sus hijas con la firmeza de una leona.Las pequeñas Hümasha y Ayşe Hümasha jugaban entre cojines, ajenas a las sombras que se cernían sobre el palacio.
Hürrem las observaba con ternura, mientras la brisa tibia rozaba su rostro.En otro rincón del jardín, Hatice lucía resplandeciente en su último embarazo. Sus mejillas coloreadas por el peso de una nueva vida, pero sus ojos —sabía Hürrem— ya no miraban con ilusión. Su alma no podía sostener otro duelo. Hatice estaba rota… y lo ocultaba tras pañuelos de seda y miradas compasivas.
Y Sharazad… la madre de Esmehan.
Eterna y silenciosa como una estatua fúnebre.
La mujer que había perdido todo amor propio el día en que Murhan fue asesinado.
Los rumores decían que lloraba a Mehmed.
Pero Hürrem sabía bien que ese nombre jamás la había hecho temblar.
Era Murhan quien le quitaba el aliento.Suleimán, por su parte, se volvía cada día más terco, más frío, más distante.
Visitaba con regularidad a Firuze y al niño que ella le había dado, aquel príncipe llamado también Suleiman.
El Sultán lo colmaba de regalos, lo educaba con celo, lo elevaba como si la sangre de Mehmed nunca hubiera sido derramada.
Hürrem lo observaba todo.
No con rabia.
Sino con una tristeza que se volvía cada día más negra.Firuze no era la misma.
Desde la muerte de Humeyra había envejecido.
Su piel ya no brillaba, su voz temblaba con frecuencia.
A los ojos del mundo era una madre doliente, pero a los ojos de Hürrem…
Una asesina arrepentida.
Una sombra pálida que acunaba a su hijo como si esperase que los muros la devoraran.🥀
—Sultana… el Sultán solicita vuestra presencia en la sala del trono. Ha llamado también a todos los príncipes… y a la Sultana Mihrimah.

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Serpiente Rusa |En Edición|
FanfictionTras ser despojada de su libertad y obligada a presenciar el brutal asesinato de su familia, Alexandra es vendida como mercancía humana en el mercado de esclavos. Su destino cambia cuando es adquirida como un exótico regalo para el sultán del Imperi...