Una noche más pero distinta a todas las demás. La última vez que miré el reloj eran las 4:46 de la mañana. Pronto sonaría el reloj y yo aún no había conciliado el sueño. Los únicos ruidos de la casa eran los ronquidos de la abuela, el sonido del aire acondicionado y mi respiración agitada. Aún no entiendo el por qué pero no me quito de la cabeza muchas cosas. Tus besos, por ejemplo. La mirada del otro y la sonrisa del anterior. Pienso en todas las veces que fui feliz aún sabiendo que sería todo pasajero. Que eran besos que se esfumarían, caricias eternas que se convertirían en recuerdos de la piel y conversaciones que mi mente solo reproduciría a medias porque habría sido inútil perder el tiempo en retransmitirlas enteras.La primera vez que me cogiste la mano, ahí se trasladó mi mente inmediatamente. Qué pequeña, me dijiste riendo. Yo sabía perfectamente lo que estaba pasando mejor que nadie en esa habitación, aún antes que tú, que fuiste el que se enamoró perdidamente de una loca que no sabía lo que quería de la vida. No me importaría haberme quedado en ese momento para siempre. La primera vez que me acariciaste la mano, sin saber que acariciarías todo mi cuerpo, pero en el fondo deseándolo. Deseando yo también por mi parte besarte, pero con miedo al rechazo. Ese día solo nos rozamos las manos, pero fue el principio de un amor que culminaría en un sinfín de arrepentimientos y de supuestos casos en los que yo te pedía que te quedaras y que me amaras.
Después de eso pasaron demasiadas cosas como para contarlas en unas pocas páginas tamaño bolsillo de color amarillentas con un tamaño de letra 12 y tipografía times new roman. Demasiadas cosas para contarte en un libro. Demasiados secretos, demasiados recuerdos y demasiadas emociones. Tal vez no sean tantas páginas, tal vez solo sean dolorosas y por eso no me quiero parar a escribirlas, porque escribir significa recordar y todos los preámbulos que puedo hacer son solamente mis deseos de posponer el recuerdo de una historia que más tarde o más temprano tendré que escribir.
Mientras tanto pienso en ti pero no veo tu cara. Es un recuerdo borroso de mi mente que no me deja ir más allá de tus labios, quizás sí que recuerdo tus manos. Tus ojos también, pero no consigo reconstruir tu cara a la perfección. Recuerdo al detalle tus dientes y tu sonrisa, y tu pelo... lo recuerdo todo pero sin acordarme de nada.
"Una historia más", pensé cuando te vi. Pero no advertí nada de lo que vendría después y cuánto me gustaría besarte, lo fácil que me resultaría amarte y lo difícil que iba a ser soltarte. Mi chica de 16 años, segura de sí misma pero quizás demasiado ingenua pensando que a esa edad no se enamoraría, que nunca tendría una pareja estable y que su vida sería solitaria en un futuro quizás no muy lejano. Pobre niña, que descuidó el corazón y pensó con la cabeza, y eso le costó mares de lágrimas, tantos que se prometió no volver a llorar por la misma razón por la que ya había llorado, tanto que después de algunos años, otros tantos estudios y algún que otro amor pasajero de una noche estrellada y salvaje en un coche, aún por las mañanas pensaba en él. Era una espina que se le había quedado clavada en el corazón. Quizás porque no lo pudo conseguir o quizás porque de verdad lo amaba, en cualquiera de los casos ya todo daba igual, y solo le quedaba resignarse y pedir perdón por los dos; por todas las veces que se hicieron daño mutuamente, por no haberse dado la oportunidad de quererse y por ser tan orgullosos de no decir lo que sentían. Por todo eso y por más, aún con unos pocos años de experiencia, sigo pidiéndome a mí misma perdón por no haberme permitido experimentar la felicidad sin pensar en lo sencillo, lo fácil y lo esperable.
Pensando en todo esto me di cuenta: era tan predecible, tan vulnerable... me di cuenta de que la chica dura que nunca se enamoraba era una fachada, una mentira para todos, pero así me protegía de sufrir de nuevo innecesariamente. Y la vida siguió, como dijo aquel poeta de Jaén, y pasó el verano, el otoño, el invierno, la primavera, y sin darme cuenta ya había pasado un año desde que me despedí de él con lágrimas en los ojos en aquel pasillo frío, de camas vacías y habitaciones silenciosas.
Encontrando las palabras para escribir este prólogo me quedé dormida en un sueño infinito del que me gustaría no haber despertado. No era un sueño guarro, de los que me vienen a la mente cada vez que pienso en él. Tampoco era un sueño profundo, de esos de los que no te despiertas aunque caiga una bomba. Era más bien un sueño ligero en el que por fin podía ver y recordar su ser en sí mismo, sin necesidad de recordarlo por fascículos. A la mañana siguiente me desperté con los pelos revueltos, bañada en sudor y con ganas de escribir. Cogí la tablet escribí este prólogo con el que comienza nuestra historia, una historia contada con el corazón.