CAPÍTULO 295

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"No aguardes que llegue el momento de tu muerte terrenal para ofrecerme todos tus instantes. Igual placer Me causan tus minutos de buena salud".

Con amor: Jesús.


"Con la primera persona a la que se dirigen, preguntándole por Felipe de Jacob, se dan cuenta de lo mucho que ha trabajado el joven discípulo. La persona consultada, una viejecita llena de arrugas, que con fatiga transporta un cántaro lleno de agua, mirando fijamente con sus ojitos hundidos por la edad, al hermoso rostro de Juan de Zebedeo, que le ha hecho la pregunta sonriendo y precediéndola con un «La paz sea contigo» tan dulce que la anciana ha quedado conquistada, dice": ¿Eres el Mesías?

Responde Juan de Zebedeo, apóstol: No. Soy su apóstol. Él viene allí.

"La anciana deja en el suelo su cántaro y dirige sus pasos, renqueando, al punto indicado; cuando llega, se arrodilla ante Jesús. Juan, que está con Simón frente al cántaro, que casi se ha volcado, derramándose la mitad de su contenido, sonríe mientras dice a su compañero": Creo que es mejor que tomemos este cántaro y vayamos donde la anciana.

"Toma el cántaro y se encamina, mientras, añade": Nos servirá para beber, que todos tenemos sed. "Llegando donde la viejecita, la cual, no sabiendo exactamente qué decir, repite una y otra vez": «¡Bonito, santo Hijo de la Madre más santa!»... "Arrodillada, bebiéndose con sus ojos la figura de Jesús, quien, a su vez, le sonríe, repitiendo también": «Levántate, madre. ¡Pero mujer, levántate!»... "Llegando, Juan de Zebedeo a la viejecita le dice": Hemos cogido tu cántaro, que casi se había volcado. Hay poca agua. Pero, si nos lo permites, bebemos esta agua y luego te lo llenamos.

Dice la viejecita: Sí, hijos, sí. Lo que siento es tener solamente agua para vosotros. Leche, como cuando alimentaba a mi Judas, querría tener en mi pecho, para daros lo más dulce que hay en la tierra: la leche de una madre; vino querría tener, del más selecto, para daros fuerzas... Pero Mariana de Eliseo es vieja y pobre...

Dice Jesús: Tú agua, madre, es para mí vino y leche, porque la ofreces con amor. "Responde Jesús, y bebe, Él, el primero, del cántaro que Juan le ha acercado. Luego beben los demás. La anciana se ha levantado por fin, y ahora los mira como miraría al Paraíso; pero, al ver que han bebido todos y ahora van a tirar el agua que queda y ya hacen ademán de ir a la fuente que gorgotea en el fondo de la calle, la anciana se interpone defendiendo el cántaro y dice": No, no. Esta agua de la que ha bebido Él es más santa que el agua lustral. La conservaré con esmero para que me purifiquen con ella cuando muera. "Y, aferrando su cántaro, dice": Me lo llevo a casa. Tengo otros. Ya llenaré ésos. Antes ven, Santo, que te enseño la casa de Felipe "Y va dando trotecillos, ligera, encorvada toda, todo risueño su rostro rugoso y sus ojillos, avivados por la alegría; va dando trotecillos teniendo cogido el borde del manto de Jesús con sus dedos, como temiendo que se le pueda escapar, y defiende su cántaro de las insistencias de los apóstoles; que quisieran que no llevase ese peso; va dando trotecillos, sí, dichosa, mirando la calle y las casas de Arbela; desierta la primera, cerradas éstas, en el atardecer, con la mirada de un conquistador feliz de su victoria.

Por fin, al pasar de esta calle secundaria a otra más céntrica, en que hay gente que se apresura a llegar a casa, y la gente la observa con asombro, señalándosela unos a otros y preguntándole, ella espera a que se forme alrededor un corro de gente y grita": ¡Tengo conmigo al Mesías de Felipe! Corred a decirlo por todas partes; primero a la casa de Jacob. Que estén preparados para glorificar al Santo. "Grita hasta desgañitarse. Sabe hacerse obedecer. Le ha llegado, pobre ancianita lugareña, sola y desconocida, la hora de mandar. Y se ve a toda una ciudad revolucionada por su imperativo.

LIBRO 13Where stories live. Discover now