Capítulo 1

1.3K 93 126
                                    

Camino con rapidez hacia la enorme y oscura puerta, mientras sujeto mi brazo metálico contra el cuerpo. El corazón me late con fuerza, extasiado aún por la elevada dosis de adrenalina que acaba de recibir. Hace frío, y siento cómo mis dedos se congelan sosteniendo la rígida articulación.

-Maldito seas.-murmuro, recordando el motivo que me ha llevado a esto.

Mi mente vuelve a repetir esa imagen una y otra vez. Ella... con él. Aprieto los dientes, y la tenue luz del callejón me transporta de nuevo a la habitación en la que los he descubierto. Nuestra propia habitación. Resoplo, empujando con la pierna la robusta entrada al taller, sin éxito alguno.

-¿Hola?-grito.-¡Necesito ayuda!

La frialdad de la noche aprovecha el momento de espera para azotarme, y empiezo a notar cómo la humedad penetra mis huesos. Dirijo la mirada al fondo de la calle, justo desde donde vengo, para comprobar que nadie me ha seguido. Es un lugar alejado, al cual solo acudiría gente desesperada como yo. El famoso y lúgubre taller pertenece a un hombre, una especie de curandero con una prodigiosa destreza para la oratoria. Dicen que si te descuidas con él, acabarás con alguna extremidad de metal. Lo bueno es que, en mi caso, es justo lo que necesito. El chirrido de los engranajes me saca de mis pensamientos, y me permite acceder a la imponente residencia. Entro a una sala, en la que no puedo apreciar más que una abertura al fondo, que deja ver el principio de unas escaleras descendentes. Voy con cuidado, suponiendo que la razón de tan insana oscuridad es la cantidad de trampas que se ocultan entre las sombras. Con cada peldaño que bajo, la luz amarillenta se hace más presente y empiezo a distinguir las peculiaridades de aquella sala.

-¿Hay alguien?-insisto.

Por ahora la única respuesta es el silencio. Me quejo al llegar al último escalón, apretando más el casi colgante brazo. No puedo evitar fijarme en la inmaculada camilla de cuero que preside la estancia y en la desmedida cantidad de autómatas que se acumulan al fondo, inmóviles. Una enorme mesa de trabajo se alza en una esquina, equipada con instrumentos de los que desconozco la utilidad. Paseo delante de las estanterías, y no puedo ocultar mi desagrado ante el contenido de esos frascos de cristal.

-Normalmente el aspecto no determina el valor.

Doy un respingo y dirijo la mirada hacia la profunda y casi robótica voz, solo para conseguir una sorpresa aún mayor. Retrocedo un paso, pero ni la distancia mitiga la diferencia de altura y adopto una posición defensiva, ocultando mi brazo accidentado. El autómata nota el cambio en mi actitud y alza una especie de gancho que sale de su espalda, pareciera que preparándose para disparar. Él no es igual a todos los demás que hay en la habitación. Es más robusto, con un mejor diseño y además...acaba de hablar. Se me acelera la respiración, y destellos de luz azulada emanan de mi artificial extremidad, delatando mi nerviosismo. Sus ojos naranjas brillan de forma intensa, y su amenaza desaparece, supongo que al percatarse de que no tendría nada que hacer contra él.

-¿Has robado ese brazo?-pregunta, a la vez que revela su verdadero rostro.

Retira la máscara de metal, sin embargo, lo que hay debajo sigue sin ser totalmente humano. Su cara se encuentra fragmentada, y, aunque la mayoría es piel, pequeñas secciones estratégicamente seleccionadas, le dan apariencia de máquina. A veces, centelleos violáceos adornan estas partes, e incluso, creo que sus dorados ojos. Sigo en guardia, a pesar de su marcado interés.

-¿Qué le hace pensar que lo he robado, señor?-replico.

-Puedes llamarme Viktor.-resuelve.-Y estoy casi seguro porque el arrogante creador de ese artefacto jamás regalaría algo así a una persona de la ciudad subterránea. A menos, claro, que saque algún tipo de beneficio que pueda alimentar su ego.

Fuego y MetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora