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             I- “La noche dorada”.

                        Y.O V.G

En las calles se sentía aquel olor mezclado, tanto de heces de caballo como de tierra mojada, los carruajes jalados y las personas transcurriendo cómo si nada.

Otro día más en Londres.

Eso se escuchaba, se notaba en cualquier persona de poca adquisición monetaria levantándose a esas madrugadas para conseguir algo de dinero, y por otra parte, aquellas con mucho dinero bajandose de sus lujosos carruajes al frente de su tienda a la hora que se les daba la gana de abrir.

Al no necesitar dinero, ¿para que molestarse en abrir tan temprano?, era absurdo, al menos para ellos. Siempre se nombran a las tiendas más poderosas de Londres, dónde cada año buscan tener mayor dinero que sus amigos más cercanos, porque era normal que aquellos con mucho dinero sean amigos de los que también tenían dinero, no les importaba en lo absoluto algo más, solamente si tenías dinero, encajabas para ellos.

Felizmente soy uno de esos, que encaja con facilidad al tener tanto dinero que podría botarlo en mi gran barco por la borda, no me importaria, a fin de cuentas, para algo tengo tanto, para malgastarlo.

Prendo mi cigarro y me dirijo lentamente a mi tienda que queda cerca de mi mansión, notaba por las calles sucias y arruinadas a aquellas personas que como digo yo.

Su vida no vale nada, ni la moneda más baja.

Porque es así, no te miento, solo se encargaron de hacer malas inversiones y ahora solo piden y piden cada día esperando hasta el día de su muerte, que decepcionante.

Espanto y pánico me daba, al ver cómo un niño todo sucio, todo feo, todo acabado me tomaba de mi chaqueta, aquella chaqueta que constaba muchísimo más que su inútil vida.

—Señor, ¿tendrá una moneda que me regale?—notaba la suplica en sus ojos, notaba sus tirantes de ropa que dejaban ver un cuerpo desnutrido, sucio y con mal olor.

Lo mire detenidamente, y en solo segundos cuando me dirigió esas palabras, mi mano había apartado la suya con mucha rudeza.

Un pequeño quejido de dolor, lo mire con repugnancia, ¿cómo osa él a tocarme a mi?, ¿a caso no sabe quién soy yo?.

Tire mi cigarro y lo pise mientras el niño estaba enfrente de mi, mirándome con pregunta en su rostro, buscaba la primera que se le vino a su mente, ¿por qué me golpeó?.

Note eso, y solo me daba más asco su expresión de dolor y su mirada implorando una disculpa y algo de dinero.

—¿Que piensas basura?—mi voz trato de sonar lo más tranquila posible, no quería hacer notar que su toque mínimo en la chaqueta me hace querer matarlo por completo.

Sus labios temblaban, y al mínimo instante de cuando iba a llorar, le di una cachetada que lo mando al callejón de mi lado, chocanco con cajas de madera.

—Nunca me vuelvas a tocar, espero te sirva de lección eso—tome mi pañuelo y limpiaba mi mano con desespero, el tocarle fue tal vez lo más asqueroso que he hecho esta semana.

Camine más rápido, necesitaba lavar mi mano con urgencia, chocaba con las personas como si algo me estuviera pasando, muchos se quejaban, ¿acaso no entienden lo que he tocado?.

Miraba mi mano, y sentía ese sucio recorrer cada centímetro de ella, corri y abrí la puerta del lugar, ni siquiera saludé a mi secretaria, solamente fui al baño y tome el agua con locura, frotaba mis manos hasta ver cómo se colocaron rojas, en ese instante, me detuve.

Las manecillas del relojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora