𝐴𝑧𝑢́𝑐𝑎𝑟

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Advertencia: “Omega x Omega”

Azúcar

Él estaba viendo las estrellas a través de su catalejo, embelesado con con las constelaciones, formas y luces a una larga distancia, siluetas de la vidas que fueron y que no regresaran, titilantes; y yo, yo estaba embelesado viéndolo desde abajo, sentado en el pasto verde, al otro lado del puente, observándolo ahí, donde estaba sentando en el techo de la casa, rodeado de mil lucecitas brillando que a su espalda lo acunaban, le daban una aureola a su rededor, y había una razón de porque yo no podía dejar de verlo, de observar su pequeña figura, sus bonitos ojos cafés, brillando en felicidad, asombrado de encontrar algo nuevo cada vez, de descubrir y de aprender, y algo en mi siempre ronroneaba al observarlo, al estar con él y tenerlo junto a mí.

Casi babeaba al verlo, tan bonito, tan chiquito, tan tierno e inocente.

Y como quería tanto que fuera mío.

Tan jodidamente mío.

Y es que no me importaba su falta de casta, no me importaba si resultaba ser un beta, mi omega lo reclamaba de su propiedad, un sentimiento tan posesivo que me llenaba más y más, y yo no podía sino estar más que de acuerdo con eso, porque a pesar de todo, éramos los únicos aquí, acompañados de dragones, entes de todo tipo y las cámaras que flotaban a nuestro rededor, manejadas a nuestro antojo por las tabletas que formaban parte de nosotros mismos, porque mi posesividad podía más y porque a pesar de todo, yo no deseaba que sino otra cosa que no sea Aquino entre mis brazos, entre mis sábanas, mis labios, mis recuerdos, sentimientos y memorias, todo de él, cada néctar que su cuerpo me pueda dar, que su alma me riegue como el jugo del fruto prohibido, solo y solamente para mí, para mi propio deleite.

Fantaseaba con los ojos abiertos cuando nadie me veía, fantaseaba cuando me dirigía esa brillante y alegre mirada, fantaseaba cuando se acostaba sobre en el campo de flores y me contaba los chismes que soltaba su chat, fantaseaba con acariciar su pelo, su cuerpo, con mis manos explorar toda su estructura en nada más que puro cariño y placer, besar sus labios que me recordaban a pétalos que se abrían cuando el sol salía, probar con mi boca sus oscuros rincones porque no habría nada de lo que me arrepintiera después porque él era hermoso y yo solo me hundía cada vez más en mis deseos impuros, en pensamientos cochinos que avergonzarían a un alfa, pero ¡oh! ¿Cómo es que se me ha de negar el placer de querer pecar con él como mi única compañía?

Zeus empujó su hocico contra mi costado, en un reprendimiento cuando mis ojos se desviaron y vagaron por su cuerpo cubierto, pecaminoso, sintiendo el aumento del olor de mis feromonas, excitados olores que se propagaban como el aire, llenándolo de un espeso olor a chocolate amargo e incienso de vainilla, que claramente molestaban a mi escamoso compañero de pasto. Aparté su hocico con una mano, casi ahuyentándolo como ahuyentaría a una mosca, porque yo no quería dejar de pensar en él, en su belleza y su sonrisa, no quería que mi felicidad momentánea se terminara tan abruptamente, pero no me quedaba de otra más que reírme de mi dragón, que me resopló en la cara y volutas de humo llenaron mi cara, porque sabía cuánto le molestaban mis feromonas descontroladas, como las hormonas de un adolescente y porque cuanto más miraba, más sabía que el ángel al que yo le adjudicaba toda mi devoción sentando en el techo viendo las constelaciones del despejado cielo nocturno, no podía olerlas, y que no me voltearía a ver, por y en mucho tiempo con otros ojos que no sean de bendita y apreciada amistad.

Me quedé un rato más ahí sentado, recargado en mi dragón que solo me veía, con la cabeza sobre las patas, casi como un perro, suspirando y tirando humo de la nariz de vez en vez, acompasado por su respiración, y el calor que irradiaba de su pecho, sintiendo sus tersas escamas a través de mi sudadera como un recordatorio de que este mundo era real, de que él estaba ahí conmigo, que nunca estaría solo y sobre todas las cosas, que Aquino era real, que yo habitaba en él y tenía la dicha de compartirlo con el que ignorante del hecho, le daría todo, mi alma, mi corazón, mi sangre, mis bienes, mi vida y más, hasta las estrellas si me lo pedía, porque cuando decía todo, era todo, y estaba seguro que nada me pararía.

𝐀𝐳𝐮́𝐜𝐚𝐫 | 𝐃𝐮𝐱𝐢𝐧𝐨 ; 𝐎𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora