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Lena reconocía que su designación era una vergüenza demasiado grande en su familia para permitir que saliera a la luz, tanto así, que hizo suyo el sentimiento de desprecio y lo apuntó  encabezando el listado de razones que le hacían aborrecerse así misma, aún cuando había significado despertar en un mundo totalmente nuevo, lleno de olores que antes no estaban, colores más vivos, normas tácitas no escritas y un exclusivo lenguaje no verbal del que no podías formar parte a menos que fueses Alfa u Omega. Sí, un jodido dilema para el 35% de la población mundial que era beta y automáticamente quedaban excluidos del no tan selecto, pero vital grupo.


Que ingresase al grupo aunque no fuese de la manera que esperaban sus padres, bueno, eso solo complicaba un poco las cosas, pero no era como que realmente no hubiera esperado que todo resultara así porque colmar la paciencia de su madre, aparentemente era el motivo de su existencia. Vivía haciendo exactamente lo contrario a lo que se le pedía y se esperaba de ella, había dicho su madre injustamente, olvidando por completo que no dependía de ella el cómo se presentaba. No era como que hubiera elegido ser omega.


Ella estaba tan atrapada en esto como infelices se sentían sus progenitores y para peor,  ningún libro ni relato de maestros le había preparado realmente para lo que estaba viviendo, aunque claro, había estado esperando ser un alfa y realmente no prestó atención a los detalles de lo que significaba ser un omega. Una rápida y muy necesaria investigación, tras provocarle malestar estomacal, le hizo desear en lo más profundo haberse perdido el acceso al club VIP y ser una simple beta.

Lamentablemente no había forma de cambiar lo que sus genes le ordenaban a su organismo, podía llenarse de hormonas, aplicarse los perfumes más caros que el dinero podía pagar e incluso recurrir tal vez a unas prótesis o vestimentas para paliar un poco las características que resaltaban su condición de omega, pero no había forma en que hiciera surgir la maldita cosa entre sus piernas o que ganara uno de los absurdos desafío sobre quién la tenía más grande. Solo podía fingir estar desafiando, hacer uso de toda su férrea voluntad aunque fuese a desmayarse y no enseñar el cuello, gruñir cuando realmente no sentía la necesidad de hacerlo, pararse un poco más recta, caminar con una confianza que no tenía y desear que nadie se diera cuenta que fingía ser un alfa porque si la prensa se enteraba, harían un coctel de la adquirida debilidad Luthor y su vida se convertiría en un infierno. Más de lo que ya era.



Había sido una completa desgracia para sus padres, énfasis en su madre, cuando la segunda semana después de su cumpleaños número catorce, tras haber padecido fiebre toda la noche y unos retorcijones de mierda en el abdomen que apenas le dejaron dormir, la presentaron -y condenaron por igual- a saberse omega por la mañana siguiente.


Lena había estado encerrada en su habitación a oscuras, incómodamente envuelta en una sábana de 2000 hilos de algodón que no resultaba lo suficientemente suave para una piel que sentía en carne viva. Estaba sudada, tenía calor, quería quitarse la sábana, pero no se le permitió ni siquiera el alivio más básico que dictaba su condición: hacerse ovillo y gemir su angustia. Su voz interna clamaba por una caricia de aire fresco, un roce tibio de otra piel o atraer la presencia de un alfa con su llamado, pero Lena fue fuerte y atendió las órdenes que le fueron dictadas ni bien se percataron de lo que pasaba.


Apenas ingresaba luz por el espacio debajo de su puerta, afuera sus padres discutían o más bien, su madre pedía explicaciones a su padre, al médico y a la vida misma.-¡Esto es inconcebible Lionel! -Había exclamado con rabia Lilian - Un Luthor Omega -Inhaló profundamente -¡Parecerá débil! ¡La van a destrozar!- Gruñó con algo similar al agobio.

(+18) El sentir de Lena || Supercorp G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora