Descubrimiento

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La primera vez que nos vimos, me encontraba en el club de hockey junto a mis compañeras de equipo diciendo estupideces sobre nuestras contrincantes. Era una forma de prepararnos para vencerlas con el marcador a favor. El objetivo era ganar el torneo que nos permitiría pasar a la final nacional. En esta oportunidad, había que jugar siete veces, siete partidos, si queríamos levantar la copa.

La entrenadora tenía un solo objetivo, ganar. Así que nos exigía practicar y practicar, a veces sin descanso. Era agotador y a la vez, gratificante cuando pasábamos a la siguiente fase.

Acostumbradas a ocupar los primeros puestos y las mejores puntuaciones, aplastar a los grupos en octavos y cuartos de final, fue sencillo. Nos reunimos en el buffet y comenzamos a reírnos de los próximos vs. Después de media hora, llegaron otros clubes que colmaron el comedor. El famoso "Slyceryn" estaba integrado por las mujeres de clase media, las llamadas niñas bien y estaban, una tras otra, ingresando a ese bufet

En medio de las carcajadas, las rivales expresaban mucha soberbia en los rostros burlones. Estaban primeras y se recocijaban en su victoria. "Se creían las mejores".

Me pregunté ¿De verdad se creen las mejores o son demasiado buenas para vercerlas? Vi algunos de sus partidos y la forma de ejecución del juego no es distinta a la nuestra, lo único que las hace diferentes es la confianza en ellas mismas y el supuesto trabajo en equipo

Sabiendo eso, podíamos desarrollar nuevas estrategias, lo único que faltaba, era la confianza colectiva y en cada talento. Las contricantes parecían intimidarnos con sus risas y frases al aire que llegaban a nuestros oídos.

Por un momento, sentí miedo de enfrentar a ese equipo tan imponente pero se me quitó de inmediato al divisar a una chica que ingresó al salón. La lider empezó a caminar hacia las mesas en las que estaban sus compañeras. Su caminar me pareció fascinante, pues, lo hacia con gran ímpetu. Por unos minutos, se me nubló el pensamiento y solo atiné a pestañar para que mis ojos no se secaran demasiado solo por estar clavando la mirada en aquella mujer. Nadie podría llevar un uniforme deportivo con tanta actitud. En ese preciso momento, me enamoré. Creo que quedé anonadada con tanta belleza, lo malo, es que no podía expresar mis emociones porque mis compañeras, incluida la entrenadora y el cuerpo técnico, me condenarian para siempre. La regla, muy particular, era limitar la interacción con personas ajenas al equipo porque tal acto, nos llevaría a perder la concentración.
Haciendo caso omiso, seguí con la mirada en esa chica hasta que tomó asiento junto a sus amigas. No podía quitar los ojos de aquella sonrisa cautivante.

Conexión infinitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora