LA HACIENDA DE LAS BRUJAS

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LA HACIENDA DE LAS BRUJAS

Cuando cumplí nueve años de edad nos mudamos a la ciudad de México, sin embargo, antes de conocer la nueva casa donde viviríamos mi padre decidió pasar las vacaciones de verano en Zacatecas.
Ese lugar icónico que me resultaba tan misterioso y fascinante debido a las historias que solía contar mi padre.

Desde el primer día hice amigos, quizá por el simple hecho de ser un rostro nuevo entre tantas caras conocidas. "El Ramonal" es un pueblo pequeño dónde sus poco más de 200 habitantes se conocen entre sí. Mi tío Emmanuel nos recibió en su casa durante los días que estaríamos en el rancho.

Julio, Omar, Ezequiel y "Nico" el más pequeño, fueron los primeros con quiénes hablé. Ellos me contaron al tercer día de haber llegado, sobre la "Hacienda de las brujas" y sus planes de ir la noche del baile en la feria del pueblo.

—¿Dónde está esa hacienda? —pregunté curioso.

—En la salida del rancho —respondió Nico de inmediato —cerca del pozo del diab...

—¡Cállate Nico! —le reprendió Julio —lo vas a espantar. Te contaremos todo mañana en la laguna —continuó diciendo con aire de misterio.

—Después del juego —agregó Omar un poco más serio —pero no debes decirle a nadie ¿sale?

—¡Sale y vale! —contesté emocionado.

La tarde del sábado, luego de que terminara el partido de fútbol, nos reunimos en la orilla de la laguna, tal como habíamos acordado. Nico fue quién me guío puesto que yo no sabía cómo llegar.

—¿Por qué quieren ir a esa hacienda? —pregunté aprovechando la ausencia de los otros chicos.

—Nos aterra a todos en el rancho —contestó luego de una breve pausa —a muchos los han atacado en el camino cuando viajan solos.

Nico me contó sobre la vez en que su hermano mayor fue atacado por las brujas de la hacienda; venía de ver a su novia en “Colorada”, el rancho vecino.
Cuenta que a su hermano le gustaba correr en la moto, pero ese día en particular se sentía cansado y viajaba a una velocidad moderada. Justo cuando pasaba cerca de la hacienda, pudo ver a aquellas aves dirigirse hacia él.
Aceleró en cuanto las vió para evitar que lo alcanzaran, pero se resbaló en una curva y las aves le cayeron encima.

Él dice que eran aves muy grandes, mucho más que un guajolote y que con las garras de sus patas le rasguñaron la cara y los brazos. Tuvo que tomar valor y patear a uno de esos pájaros y de un puñetazo se quitó de encima a otro, solo así fue como pudo ponerse de pie y agarrar el tubo que cargaba en su motocicleta para asustar a los perros. Solo entonces las aves se alejaron y él pudo volver a la casa.

—Mis papás no le creyeron —dijo Nico luego de un rato —pero después de ese día, mi hermano ya casi no salía.

Iba a preguntarle más sobre eso pero la voz de Ezequiel me detuvo.

—Pensamos que te había dado miedo soltó de pronto, desatando las burlas de los otros dos, quienes arrojaban piedras al agua —ya se habían tardado.

—¡Yo no le tengo miedo a nada! —respondí indignado.

—Eso es porque aún no has visto la hacienda —señaló Julio.

—Ya, estense... —reprendió Omar con seriedad —nomás queremos saber si te vas a animar.

—¡Pues claro que sí...! —contesté de inmediato —por eso vine.

—Sale, nos veremos en la noche, a lado de la escuela.

—Vamos a esperar a la quema del castillo, cuando lo prendan nos vamos —indicó Ezequiel —¡Chin, chin el que se raje! —agregó.

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